En un mundo cada vez más golpeado por desastres naturales, las escuelas —y especialmente las escuelas católicas— no pueden limitarse a enseñar contenidos. Están llamadas a ser refugios del cuerpo y del alma, lugares de resiliencia, conciencia y esperanza. Monseñor Ettore Balestrero, observador de la Santa Sede ante la ONU en Ginebra, lo dejó claro en un llamado que interpela a gobiernos, educadores y fieles por igual.
Por Néstor Ojeda
para catolic.ar
“Las escuelas son jardines de responsabilidad.” Así lo expresó monseñor Ettore Balestrero en la mesa redonda “Escuelas seguras ahora”, desarrollada en el marco de la Plataforma Global para la Reducción del Riesgo de Desastres, organizada por las Naciones Unidas en Ginebra. Y con esa imagen potente —la escuela como un jardín donde se cultiva la conciencia y se protegen las semillas del futuro— el prelado trazó una hoja de ruta profética y desafiante para toda la comunidad educativa católica ante los embates cada vez más frecuentes y violentos de las catástrofes naturales.
En un tiempo donde mil millones de niños en el mundo están potencialmente expuestos a estos desastres, el rol de la escuela —más aún si es cristiana— no puede reducirse a la enseñanza. Debe ser abrigo, debe ser brújula, debe ser profecía. Porque detrás de cada escuela que se derrumba hay una comunidad que sufre; y detrás de cada escuela que se levanta, hay una humanidad que resiste.
🌎 La educación ante el colapso ambiental y social
No es casual que el Papa Francisco haya insistido, en Laudato si’, en que “no hay dos crisis separadas, una ambiental y otra social, sino una sola y compleja crisis socioambiental” (LS 139). Las catástrofes naturales no golpean con la misma fuerza a todos: su impacto se profundiza donde hay pobreza, desigualdad, abandono estructural. Y en esos escenarios, las escuelas católicas se convierten en trincheras de esperanza.
El caso de la Asociación de Educación Católica de Filipinas, citado por Balestrero, ilustra con claridad esta vocación preventiva y solidaria: allí se han implementado programas obligatorios de preparación ante desastres, no sólo para los alumnos, sino también para padres, docentes y vecinos. Un verdadero pacto comunitario por la vida, por la preparación, por el cuidado.
En América Latina, donde huracanes, inundaciones, terremotos y sequías ya no son fenómenos aislados sino síntomas de un colapso civilizatorio más profundo, este modelo se vuelve urgente. Y debería interpelar a todas las diócesis, congregaciones religiosas y organismos educativos católicos del continente: ¿están nuestras escuelas preparadas no sólo para enseñar, sino para proteger?
⛪ Iglesias-escuelas: custodias del bien común
El mensaje de Balestrero no fue sólo técnico. Fue pastoral. Fue evangélico. Porque además de la asistencia material —alimentos, agua, medicamentos— que tantas instituciones católicas brindan tras un desastre, hay una ayuda invisible pero vital: la contención espiritual.
Después del huracán Helene, en 2024, la Immaculata Catholic School de Carolina del Norte se transformó en un verdadero epicentro de vida. Más de 1.500 familias encontraron allí no solo alimentos y refugio, sino consuelo, escucha, oración. Y esto no es menor: cuando todo se cae, lo único que puede sostenernos es el sentido.
La Iglesia sabe que detrás de cada casa destruida puede haber una vida quebrada. Por eso el apoyo espiritual —presente en capillas improvisadas, en palabras de consuelo, en el silencio orante— es parte esencial de una respuesta católica ante el desastre. Como recuerda el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, “en toda circunstancia la comunidad eclesial debe estar atenta al clamor de los pobres y de quienes sufren” (CDSI 449).
🌱 Escuelas que enseñan a cuidar y resistir
¿Qué significa hoy una “escuela segura”? No se trata sólo de muros resistentes o planes de evacuación. Se trata, ante todo, de un corazón formado para el cuidado, una conciencia despierta frente al clamor de la Tierra y los pobres. Una escuela segura es aquella que, como dice el Papa en Laudate Deum, “forma para la humildad, para el cuidado, para la comunión” (LD 68).
La educación católica no puede desentenderse del colapso climático, ni puede refugiarse en una burbuja académica. Si las escuelas no enseñan a resistir con fe, a actuar con responsabilidad, a proteger la Casa Común, entonces se vuelven parte del problema. Por el contrario, si cultivan una espiritualidad del cuidado, una pedagogía de la esperanza, una mística de la responsabilidad compartida, pueden ser auténticos semilleros de una nueva civilización.
🙌 Educar para la resiliencia… y para el Reino
Resiliencia no es sólo “reponerse”. En clave cristiana, es mucho más: es seguir creyendo cuando todo tambalea, es volver a sembrar tras la tormenta, es esperar contra toda esperanza. Las escuelas católicas tienen el deber de formar niños y jóvenes no sólo con conocimientos, sino con una fe encarnada, capaz de sostenerse en la adversidad.
Por eso, más allá de los planes de contingencia, hacen falta proyectos educativos que integren la dimensión espiritual del sufrimiento humano. ¿Cómo acompañar a un niño que ha perdido a su familia en una inundación? ¿Cómo sostener a un adolescente cuya casa fue arrasada por el fuego? Sólo una escuela que sepa abrazar la cruz puede ser fuente de resurrección para los que cargan su propio Gólgota.
Como decía Benedicto XVI: “La educación es parte integral del desarrollo humano y, por tanto, no puede ser neutral con respecto a los valores” (Caritas in veritate, 61). En tiempos de catástrofe, educar sin esperanza es condenar. Y educar sin amor, es una forma de abandono.
🕊️ ¿Y nosotros, qué hacemos?
Monseñor Balestrero ha puesto el dedo en la llaga. El cambio climático y los desastres naturales no son un tema para especialistas ni un drama de otros. Nos atraviesan como humanidad. Y nos desafían como Iglesia. ¿Están nuestras escuelas —parroquiales, religiosas, diocesanas— preparadas para este nuevo contexto? ¿Son espacios de formación integral o sólo fábricas de contenidos?
No basta con dar respuestas una vez que ocurre la tragedia. El Evangelio nos llama a ser centinelas, no bomberos. Como dice Isaías: “Gritá a plena voz, no te detengas; alzá tu voz como trompeta” (Is 58,1). Es hora de gritar que otra educación es posible. Una que enseñe a cuidar, a prepararse, a compartir. Una que forme no sólo buenos alumnos, sino buenos samaritanos.
Si la escuela es el segundo hogar de millones de niños, entonces debe parecerse al Reino: lugar de consuelo, de justicia, de solidaridad. Y si es católica, con más razón: está llamada a ser signo profético en medio del caos, lámpara encendida en la tormenta, refugio donde los pequeños se sepan amados y protegidos por Dios.
Fuente original de la información: Vatican News, “Balestrero: Las escuelas tienen un papel crucial en la respuesta a las catástrofes”
Disponible en: vaticannews.va