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Evangelizar con una brújula ajena: ¿La Iglesia argentina ha perdido el rumbo?

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Templos vacíos, Alpha es la opción correcta para acercar gente a la Iglesia?

La escena, en la Argentina de hoy, se repite con una monotonía dolorosa: parroquias con bancos vacíos, confesionarios sin penitentes y una juventud que, a lo sumo, recuerda a la Iglesia por los escándalos mediáticos y mucha gente que emigró hacia distintos cultos evangélicos en la variopinta ofertas de recepción y acogimiento que ofrece el protestantismo.

El clamor por una “nueva evangelización” ya no es un eslogan de seminario, sino un grito de supervivencia. En este desierto de la Fe, en esta tierra de “gente buena pero alejada”, la Iglesia parece desesperada por encontrar una herramienta, una fórmula mágica, un “remedio infalible” que revierta la diáspora. Y en esa búsqueda, se ha asido con entusiasmo a un método foráneo de probada eficacia en otros lares: el Curso Alpha.

Desde la oficina de Alpha Argentina, se presenta con la pulcritud de un startup misionero: un método de evangelización que se adapta a cualquier contexto, que no es “ni un movimiento ni una espiritualidad”, y que se enfoca en el Kerigma, el primer anuncio de Jesucristo. Su propuesta es tan simple como seductora: cena, una charla y un debate en un ambiente distendido y sin juicios.

Ha sido alabado por obispos como Mons. Eduardo Eliseo Martín de Rosario, quien lo considera “un instrumento muy necesario para la tarea evangelizadora” que enfatiza el  Kerigma.

Incluso, ha merecido un mensaje de aliento del mismísimo Papa Francisco. Pareciera, a simple vista, la respuesta providencial a la crisis. La solución tan anhelada, que la Iglesia, por sí sola, no era capaz de encontrar.  

Y sin embargo, cuando un gigante de dos mil años de historia, dueño de una teología, un magisterio y una tradición de santidad inigualables, necesita importar un método de evangelización de una confesión protestante, las alarmas deberían sonar.

¿Es este un acto de humilde discernimiento ecuménico, o es una peligrosa claudicación pastoral ante el vacío existencial? ¿Es el Curso Alpha la solución o un síntoma de una enfermedad mucho más profunda: una pérdida de confianza de la Iglesia en su propia fuerza, en sus propios tesoros y en su capacidad para hablarle al mundo con voz propia?

Este no es un debate menor sobre un curso más. Es la confrontación de dos paradigmas. La de la Iglesia que se siente rica y tiene algo que dar, y la de la Iglesia que se percibe pobre y debe, por necesidad, mendigar herramientas prestadas.

El Ecumenismo Pragmático: ¿La Fe se Negocia en Nombre del ‘Llevarse Bien’?

La crítica más incisiva al Curso Alpha no proviene de un purismo teológico, sino del pragmatismo que, irónicamente, se le endilga. Se presenta como un “método de evangelización” con un contenido mínimo, que solo enseña lo que las “principales denominaciones cristianas” tienen en común.

En un mundo que busca la paz y el encuentro, esta estrategia parece laudable. Pero, ¿qué se sacrifica en el altar de la unidad superficial? La “evangelización” se define como un “hablar sobre el cristianismo y Jesús, no sobre ganar conversos”.

Se acoge a todos sin distinción de credo, lo que es loable, pero ¿el objetivo es una conversión real o una experiencia agradable?

Un obispo católico ha afirmado que el curso no contiene nada contrario a la doctrina católica , pero, y he aquí la pregunta interpelante, ¿es suficiente no ser “contrario”?  

Un análisis más minucioso revela profundas deficiencias. Una de las críticas más severas acusa al programa de ser una “pobre catequesis”. Si bien se promociona una “versión católica” del curso, ésta, según detractores, es en realidad la misma serie con “una presentación incompleta y falsa de la Fe”.

Los sacramentos, que son el corazón de la vida eclesial, son presentados de forma deficiente; el bautismo, por ejemplo, es tratado “desde la versión protestante” y se ignora el perdón del pecado original. Un programa que no se atreve a nombrar los siete sacramentos, que son el alma de la Iglesia de Cristo, y menos aún nombrar a la Virgen María, no puede ser una “herramienta” de evangelización católica.

A lo sumo, es una puerta de entrada a un cristianismo de “sentimientos” y “experiencias”, pero no al Cuerpo Místico de Cristo en toda su plenitud.

Además, el origen del Curso Alpha es la anglicana Holy Trinity Brompton de Londres es indisociable de sus fuertes tendencias carismáticas, que han sido señaladas por la crítica.

En su versión original se promueve el don de lenguas y se enseña que Dios habla a través de profecías, sueños y visiones, además de impulsar la sanación por la fe al estilo de las iglesias carismáticas.

Este sincretismo, que ignora la prudencia doctrinal y el discernimiento propio de la Iglesia Católica, debería inquietar a cualquier pastor o fiel que tome en serio el magisterio.

Sabemos que hay parroquias que no alientan estas cuestiones, originadas en el Pentacostalismo.

No es un detalle menor que el curso se promueva en la Universidad Católica Argentina (UCA) y que se invite a participar a líderes carismáticos y promotores de movimientos de adoración que, si bien son parte de la Iglesia, no representan la totalidad de su inmensa riqueza doctrinal y litúrgica. Esta “mezcolanza programática” no es un error, es un pilar fundamental del método.  

La estrategia de Alpha se basa en una premisa insidiosa: si las iglesias tradicionales no atraen a la gente, es porque son aburridas, demasiado rígidas o carecen de creatividad.

El “éxito” se mide por la cantidad de asistentes, por el número de cursos, y no por el grado de conversión y profundización real en la fe. Como ha señalado una voz crítica al pragmatismo pastoral, el peligro es “sacrificar la verdad por lo que funciona”.

En nombre de un “crecimiento” superficial, se renuncia a la predicación profunda, al estudio bíblico riguroso, a la oración personal y al ayuno, sustituyéndolos por “actividades y dinámicas”.

Un pastor recuperado de esta mentalidad admite que el pragmatismo es “agotador” y que se enfoca demasiado en el hombre y en las tendencias, en lugar de en la Palabra de Dios.

El método Alpha se presenta como una dinámica social más que como una experiencia de encuentro con la Verdad, porque, en esencia, es un “evento” más que un camino de discipulado.  

¿Es la Iglesia Argentina Incapaz de Generar sus Propias Respuestas?

Y llegamos al meollo de la cuestión. Con 2000 años de historia, un Magisterio vivo y el ejemplo de millones de mártires y santos, ¿es la Iglesia Católica tan impotente que necesita adoptar el método de una escisión de su propio cuerpo para sobrevivir?

¿No tiene la Iglesia argentina, en particular, la creatividad y la vitalidad para generar sus propias respuestas a la crisis de la fe? El simple hecho de hacer esta pregunta ya interrumpe la lógica dominante.

La respuesta es un rotundo y contundente NO.

La Iglesia, por su propia naturaleza, es inagotable en su capacidad de engendrar nuevos carismas y nuevas formas de evangelización. A lo largo de los siglos, ha dado a luz a movimientos, órdenes y apostolados que han respondido a los desafíos de su tiempo con una santidad y una creatividad sin parangón. Y en la propia historia reciente, en Hispanoamérica, han surgido iniciativas laicales y eclesiales de una eficacia admirable.

Pensemos en el Movimiento de Cursillos de Cristiandad (MCC), un movimiento laical con origen en España, que se ha expandido globalmente y ha recibido el reconocimiento canónico de la Santa Sede. San Juan Pablo II lo definió como “un instrumento suscitado por Dios para el anuncio del Evangelio en nuestro tiempo”. Los Cursillos tienen su propio método “kerygmático” y han creado “multitud de núcleos de cristianos” , que viven lo fundamental de la fe y se esfuerzan por llevar el Evangelio a sus ambientes.

Hay una versión juvenil como el Movimiento de Jornadas. . .

A diferencia de Alpha, que es una herramienta sin una comunidad que lo sostenga, Cursillos está orientado a la creación de una comunidad de “hermanos” que se acompaña de por vida.  

Pensemos también en la Acción Católica Argentina (ACA), una institución laical con una presencia histórica en el país. La ACA se define con una “misión de vivir, obrar y anunciar el Evangelio en la normalidad de nuestra vida diaria”.

No es un “curso” de iniciación, sino un camino de formación, misión y promoción humana que se inserta en las opciones pastorales de cada diócesis. La ACA demuestra que la Iglesia tiene la capacidad de formar a laicos para que asuman su vocación de santificar el mundo, sin necesidad de recurrir a modelos de otras tradiciones.

Aún más, la propia Iglesia argentina está demostrando que tiene la capacidad de generar nuevas iniciativas para evangelizar. Pensemos en proyectos como VOCARE Argentina, que busca formar a jóvenes católicos para que integren su vocación profesional con su Fe.

Sin poder profundizar, hay otras experiencias como el Proyecto Emaús,retiro espiritual de fin de semana, de origen católico y guiado por laicos  que se inspira en el pasaje bíblico donde Jesús se encuentra con los discípulos en el camino a Emaús, buscando ayudar a las personas a redescubrir su Fe y a vivir una relación más profunda y personal con Dios.

Se caracteriza por ser un espacio de confidencialidad, perdón, reconciliación y acompañamiento, donde los participantes experimentan una transformación personal y un encuentro con Cristo a través de los testimonios de otros creyentes, que se inspira en el pasaje bíblico donde Jesús se encuentra con los discípulos en el camino a Emaús, buscando ayudar a las personas a redescubrir su fe y a vivir una relación más profunda y personal con Dios. 

También hay congregaciones religiosas, como los Jesuitas, que promueven distintos tipos de retiros, adaptaciones del retiro original, que fuera inspiración de su fundador, San Ignacio de Loyola.

Pero existen otras iniciativas, con experiencias llevadas a cabo en distintas diócesis, de distinto origen católico y hasta regionales, como el Movimiento de Paradas para matrimonios.

Estos programas, en lugar de diluir el contenido, lo profundizan, ayudando a los laicos a santificarse en su vida cotidiana, tal como lo pide el Catecismo.

Estos ejemplos no son la excepción, sino la regla. La Iglesia, a lo largo de su historia, siempre ha encontrado en su propia riqueza los medios para responder a los desafíos. ¿Por qué entonces parece tan atractiva la idea de “importar” una solución?

La razón es sencilla y perturbadora: la tentación del camino fácil. La fidelidad a los métodos propios, a la catequesis profunda y a la predicación valiente del Evangelio, requiere paciencia, esfuerzo y el riesgo de no llenar un salón.

El atajo del pragmatismo promete resultados rápidos y visibles, pero a un costo muy alto: la renuncia a la propia identidad.

Conclusiones: Entre la Pasividad y la Fidelidad

La adopción masiva del Curso Alpha en la Iglesia argentina es, en última instancia, un síntoma de una pasividad pastoral. Un obispo de la Iglesia de Inglaterra ha dicho: “La Iglesia, un objetivo sin un plan, es solo un deseo”.

Pero el verdadero problema no es la falta de planes, sino la falta de confianza en los propios planes. La Iglesia, que ha gestado a santos como San Ignacio de Loyola, Santa Teresa de Ávila y San Francisco de Asís, y a movimientos como los Cursillos, no necesita ir a buscar una herramienta a la trinchera protestante.  

La Iglesia Argentina tiene en su seno la riqueza teológica, la guía del Magisterio y los modelos de evangelización que necesita. La figura del Papa Francisco, con su llamada a ir a las “periferias existenciales” y a tener “olor a oveja”, no es una excusa para abrazar cualquier método foráneo, sino un llamado a una evangelización profunda, relacional y, sobre todo, auténticamente católica.

El verdadero reto no es encontrar un método “divertido” o “fácil”, sino formar a laicos y pastores que, con la sabiduría del Evangelio, sepan interpelar a este mundo poscristiano y secularizado.

El desafío es que la Iglesia vuelva a ser “el misterio sacramental de comunión del Pueblo de Dios en la historia” y que recupere la convicción de que su única y verdadera misión es el anuncio del Evangelio en toda su radicalidad, sin miedo, sin atajos y sin diluir la verdad para hacerla más digerible.

En su propia historia, la Iglesia argentina tiene las luces para iluminar su camino, sin necesidad de pedir prestado. La cuestión es si está dispuesta a mirarlas. Porque, como enseña la Fe, el camino de la Verdad es angosto, pero es el único que conduce a la Vida Eterna.

©Catolic

Héctor Zordán Diócesis de Gualeguaychú Obispo Zordán
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