Serie: Evangelizar las emociones
La angustia no grita. Se insinúa. Se esconde entre silencios. Se disfraza de cansancio, de desgano, de falta de ánimo, de frío interior. A veces, incluso, se vuelve físico: los brazos entumecidos, la espalda rígida, el estómago cerrado. Y uno no sabe bien qué le pasa, pero sabe que algo se está apagando.
Durante semanas —o meses— todo parece ir bien… hasta que el cuerpo habla. O, mejor dicho, grita lo que el alma calló. Te sentís más débil, con escalofríos sin fiebre, como si hubieras estado peleando con un monstruo invisible. Comés y en vez de energizarte, tenés frío. Te levantás y el día parece más gris de lo que en verdad es. No estás enfermo, pero estás roto.
🌫️ La niebla sin nombre
La angustia no es simplemente una emoción desagradable. Es una alarma existencial, una señal del alma que algo no está bien, que hay heridas internas que no se curaron, o que el espíritu está extenuado de sostener realidades que no puede transformar.
Y es más común de lo que creemos. Solo que no se habla. Porque da vergüenza, o porque se la confunde con debilidad o falta de fe.
Pero lo cierto es que hay creyentes que se sienten fríos aunque amen a Dios. Hay cristianos que oran y siguen angustiados. Hay almas buenas que ya no pueden más.
💢 El cuerpo no miente
¿Te pasó que después de un almuerzo normal, sentís una especie de frío corporal extraño, como si la comida no te hubiera alimentado? ¿Que la espalda se tensa y los brazos se sienten helados, aun estando abrigado?
No es magia ni paranoia. Es un fenómeno muy concreto: cuando atravesamos una etapa de alto estrés o crisis emocional profunda, el cuerpo entra en un modo de alerta constante, sobrevive a base de recursos extremos y luego… cuando por fin aflojás, todo cae. La tensión acumulada se disipa, y con ella, aparece ese “vacío físico” que puede sentirse como frío, debilidad o incluso deshidratación.
No estás loco. Estás agotado. Y tu alma, después de resistir tanto, por fin se permite sentir.
🧠 El alma que no descansa, se enferma
La medicina lo sabe: el sistema nervioso parasimpático, encargado de relajar el cuerpo y restaurar el equilibrio, suele activarse después de una crisis. Y muchas personas —especialmente las de fe profunda o gran responsabilidad— se obligan a seguir fuertes por demasiado tiempo. Hasta que un día, colapsan.
Pero no todo colapso es malo. A veces es el grito silencioso del alma pidiendo auxilio.
“Y me dijo: Te basta mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad” (2 Corintios 12, 9).
Esta nota no es médica, pero es profundamente espiritual. Porque hay heridas que ningún psicólogo puede ver, y hay fríos que solo la luz del Sagrario puede calentar.
🙏 Cuando el alma pide abrigo
El frío en el cuerpo, cuando es sin causa clínica aparente, puede ser una forma del alma de pedir contención. Como si dijera: “No me dejes solo. No me abandones ahora que estoy despertando del dolor”.
Y ahí es donde muchos —incluso los de fe más firme— pueden sentir una soledad desgarradora. Porque rezan, van a misa, cumplen con todo… pero por dentro se sienten desconectados.
No es falta de fe. Es fatiga del alma.
🛐 La medicina del silencio habitado
Hay una medicina que no se compra en farmacias. Es el silencio habitado, la oración sin exigencia, la contemplación frente al Sagrario donde no se busca consuelo inmediato sino simplemente estar, dejar que Dios nos mire, aunque no sintamos nada.
“Señor, estoy helado. Estoy roto. Estoy sin fuerzas. Pero estoy acá.”
Ese es el primer paso. No hay receta mágica. Pero el alma que se arrodilla herida, es el alma que se dispone a ser sanada.
🌡 ¿Y qué se puede hacer?
Además del acompañamiento espiritual y médico cuando sea necesario, hay gestos pequeños que pueden ser grandes sacramentos del cuidado interior. Por ejemplo:
- Tomar bebidas calientes reconfortantes (caldos naturales, infusiones con jengibre y canela, chocolate caliente real).
- Escuchar música sagrada o instrumental suave, que ayude al alma a respirar.
- Acercarse a un Sagrario, aunque sea solo para estar en silencio.
- Dormir con bolsas de agua caliente o mantas térmicas, como signo de abrazarse a uno mismo.
- Rezar el Rosario lentamente, pidiendo a María que abrace ese frío invisible.
Y si hace falta, pedí ayuda. Gritá. Llamá. Decí “no puedo más” sin vergüenza. Porque los santos también lloraron. Los grandes místicos pasaron por noches oscuras. Y Jesús mismo, en Getsemaní, sudó sangre.
✝️ La Fe que abriga lo que la ciencia no alcanza
Dios no está ausente en tu frío. Está ahí, llorando con vos. Él conoce tu dolor. Sabe que estás saliendo de una batalla larga. Y aunque te sientas frágil, la victoria ya empezó.
Porque no sos el mismo que antes. Ahora sabés lo que pesa el silencio. Ahora sabés lo que duele sostener lo insostenible. Ahora sabés cuánto necesitás a Dios de verdad, sin máscaras ni frases hechas.
“No tengo nada que darte, Señor, más que mi alma hecha trizas. Pero si eso te basta… entonces acá estoy.”
Ese es el acto de Fe más puro. Y el más poderoso.
💬 Testimonio vivo
Esta nota nace de una vivencia concreta. La de un hombre que sintió frío,sin fiebre,sin enfermedad. Solo ese escalofrío profundo que no es físico, sino existencial. Y comprendió que era el alma volviendo a la vida después de haber sido exprimida hasta el límite.
Hoy, camina con Fe. Aún frágil, aún recuperándose, pero más lúcido que nunca. Porque el que ha tocado fondo, sabe lo que vale la luz.
Y si esta nota existe, es para decirte: no estás solo. Lo que sentís tiene sentido. Dios no te soltó. Está regulando tu temperatura interior.
🕊️ Final profético
La Iglesia necesita hablar más de estas cosas. Del dolor invisible. De los cristianos que cumplen con todo, pero por dentro se sienten vacíos. De los católicos que aman a Dios, pero que hoy no sienten nada.
Necesitamos una pastoral del cuidado interior. Una espiritualidad que abrace el cuerpo. Una predicación que no minimice la angustia, sino que la convierta en altar.
Porque la fe no es anestesia. Es fuego. Y si el alma está fría, es hora de encenderla con verdad, con ternura y con coraje.
Serie editorial: Evangelizar las emociones
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