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La pena de muerte y el “no” cada vez más prolongado de los Papas

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La evolución a lo largo de los siglos de la posición de la Iglesia católica sobre esta práctica y los vigorosos llamamientos de los tres últimos Pontífices, hasta el “punto de inflexión” de Francisco con la decisión de modificar el Catecismo sobre la pena de muerte pidiendo su abolición, a la luz del último informe de Amnistía Internacional que destaca un aumento global de las ejecuciones capitales en 2024.

Salvatore Cernuzio – Ciudad del Vaticano

Han pasado unos 500 años desde el Catecismo del Concilio de Trento, según el cual los jueces al dictar la pena de muerte «son ejecutores de la ley divina», hasta la Spes non confundit en la que el Papa Francisco pide la abolición de la pena de muerte, «medida contraria a la fe cristiana y que destruye toda esperanza de perdón y de renovación». Y, en medio, muchos cambios sociales, políticos, de mentalidad y de derecho consuetudinario que, de alguna manera, han influido en la enseñanza de la Iglesia. Una Iglesia que no siempre ha estado en contra de la pena capital, como lo demuestra la frase antes citada del Catecismo Tridentino.

La dirección se ha invertido completamente en los últimos siglos y todos los Papas del siglo XX han condenado esta práctica, todavía hoy muy extendida en muchos países de África y Oriente Medio, así como en Estados Unidos (según el último informe de Amnistía, 2024 registró un pico de más de 1500 ejecuciones), reafirmando la dignidad de todo hombre, sea cual sea el delito que haya cometido, además de la posibilidad de redención.

El “punto de inflexión” de Francisco

Ciertamente Francisco fue el Papa del “punto de inflexión” en este sentido cuando, a través de un Rescriptum de 2018  , aprobó la modificación al número 2267 del Catecismo de la Iglesia Católica  respecto a la pena de muerte: «La Iglesia enseña a la luz del Evangelio que la pena de muerte es inadmisible porque atenta contra la inviolabilidad y la dignidad de la persona y se compromete con determinación a su abolición en todo el mundo», estableció el Papa argentino. El mismo pensamiento lo ha pronunciado o escrito muchas otras veces durante su pontificado, a través de sentidos discursos, llamamientos, mensajes de vídeo, llamadas telefónicas a los jefes de Estado y, por último pero no menos importante, la bula que anuncia el Jubileo de la Esperanza que, como durante el Jubileo de la Misericordia de 2016, pide a los líderes del mundo un gesto concreto, es decir, detener la ejecución de las condenas durante el Año Santo. La petición fue inmediatamente aceptada por algunos países, encabezados por Estados Unidos con el presidente saliente Joe Biden quien, tras una conversación telefónica con el Papa, conmutó 37 condenas a muerte por cadena perpetua.

El cambio de perspectiva con Juan Pablo II

La clarísima postura de Jorge Mario Bergoglio es, sin embargo, fruto de un proceso iniciado por sus predecesores, respaldado por modificaciones, aclaraciones o, mejor dicho, “refinamientos” de la enseñanza de la Iglesia sobre este delicado punto, formulada por primera vez en la edición del Catecismo publicada en 1992. El Catecismo recogía textualmente: “La enseñanza tradicional de la Iglesia ha reconocido como fundado el derecho y el deber de la legítima autoridad pública de infligir castigos proporcionados a la gravedad del delito, sin excluir, en casos de extrema gravedad, la pena de muerte”.

Héctor Zordán Diócesis de Gualeguaychú Obispo Zordán
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