A tres años del motu proprio que sacudió los cimientos del Opus Dei, el nuevo Papa estadounidense enfrenta su primera gran prueba: completar una reforma que ha sido resistida, dilatada y ahora se convierte en símbolo de su pontificado.
Por redacción de catolic.ar
Cuando León XIV convocó en mayo al actual prelado del Opus Dei a una audiencia privada, el gesto fue leído de inmediato como algo más que un protocolo papal. La cita, una de las primeras de su pontificado, encendió alertas en todo el entorno vaticano: ¿acercamiento diplomático o ultimátum eclesial?
La respuesta parece inclinarse hacia lo segundo.
Después de tres años de indefiniciones, borradores rechazados y causas judiciales abiertas en distintos países, la reforma del Opus Dei dejó de ser una cuestión interna para transformarse en un test global sobre la autoridad papal, la transparencia eclesial y el poder real de los movimientos conservadores dentro de la Iglesia.
El trasfondo de este conflicto no es menor: el Opus Dei, único movimiento con estatus de prelatura personal —una figura jurídica creada en el posconcilio—, fue durante décadas el buque insignia de un catolicismo rígido, jerárquico y doctrinario, promovido por Juan Pablo II y tolerado por Benedicto XVI. Pero con Francisco, la realidad cambió: el primer papa latinoamericano introdujo reformas de fondo, removiendo al Opus Dei del rango de poder autónomo y exigiéndole una revisión completa de sus estatutos, tras denuncias internas de abusos laborales, coacción espiritual y encubrimiento sistemático.
📉 Una reforma pospuesta… y estratégica
En julio de 2022, el Papa Francisco promulgó el motu proprio Ad charisma tuendum, exigiendo la adecuación de los estatutos del Opus Dei a una eclesiología más sinodal, humilde y transparente. El decreto no fue casual. Pocos meses antes, 42 mujeres en Argentina habían elevado una denuncia formal al Vaticano acusando al movimiento de trata laboral encubierta: muchas de ellas, niñas cuando fueron reclutadas, habrían servido sin salario ni derechos como empleadas domésticas de miembros numerarios.
Desde entonces, dos borradores de estatutos fueron enviados a Roma y rechazados. Y en 2023, una nueva denuncia colectiva —esta vez internacional— volvió a agitar las aguas. Exmiembros de países como México, España, Italia y el Reino Unido denunciaron abuso psicológico, manipulación espiritual, fraude institucional y hasta encubrimiento de delitos contra menores.
La Santa Sede respondió con un segundo motu proprio en 2023, quitando al Opus Dei la potestad sobre sus laicos y subordinándolo formalmente a las diócesis locales. Era, en términos eclesiales, una intervención quirúrgica al corazón de su autonomía.
Pero los cambios reales nunca llegaron. Justo antes de la muerte de Francisco, el Opus Dei había agendado una votación interna sobre los nuevos estatutos. Horas después de su fallecimiento, cancelaron la votación. El argumento fue el duelo; la interpretación real: esperar otro papa.
Y ese papa llegó. León XIV, el primer pontífice estadounidense, fue colaborador cercano de Francisco y protagonista clave en otro escándalo: el proceso que llevó a la supresión del Sodalicio de Vida Cristiana, grupo peruano también fundado con estética y disciplina similares al Opus Dei. A diferencia del Vaticano de otros tiempos, León no desconoce estos temas.
🔥 Un modelo agotado
Para muchos, el Opus Dei representa no sólo un modelo eclesial obsoleto, sino una teología del poder que resiste cualquier signo de conversión estructural. “La reforma no vendrá desde adentro”, asegura Antonio Moya, ex numerario durante 42 años y firmante del “Manifiesto Vaticano II”, que exige cambios radicales en la organización. “El Opus Dei no ha entendido aún qué significa ser Iglesia, ni qué implica el discernimiento personal y comunitario. Su arrogancia colectiva es incompatible con el Evangelio”.
Lo más grave no es su rigidez, sino el daño a las conciencias. La estructura de obediencia total, la vida segregada de los numerarios y el control espiritual sobre jóvenes sin herramientas de defensa, han dejado heridas silenciosas que, en algunos casos, derivaron en crisis psicológicas o abandono total de la fe.
El Opus Dei sigue afirmando que sus reformas se anunciarán “en el momento oportuno” y “en acuerdo con la Santa Sede”. Pero desde Roma, las señales son inequívocas: el tiempo se ha acabado.
⏳ ¿Y ahora qué?
Lo que está en juego ya no es sólo el futuro del Opus Dei, sino la credibilidad misma de una Iglesia que dice querer una conversión pastoral profunda, pero que todavía mantiene enclaves de poder intocados.
León XIV enfrenta, en este inicio de pontificado, una encrucijada profética. Si cede o posterga, abrirá las puertas a otros movimientos que se escuden en la “fidelidad doctrinal” para evitar rendir cuentas. Si avanza con decisión, mostrará que la Iglesia del siglo XXI no puede seguir tolerando estructuras espirituales que se convierten en castillos de impunidad.
El Evangelio no necesita elites consagradas, sino testigos humildes. La Iglesia no requiere uniformidad, sino santidad. Y los laicos no deben ser soldados de una prelatura, sino discípulos en libertad y comunión.
🔚 Cierre profético
El tiempo de las reformas cosméticas ha terminado. León XIV no tiene sólo una oportunidad: tiene una misión. El Opus Dei ya no es un símbolo de fidelidad, sino una prueba de fuego para la conversión eclesial. Si el Evangelio ha de ser creíble, debe comenzar por barrer sus propios atrios.