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El sacerdote que abraza sus heridas: invitación a la ternura como camino pastoral

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En un tiempo en que muchos esconden sus grietas bajo discursos religiosos o formas de poder, el Pbro. Gregorio Nadal propone algo radicalmente evangélico: acompañar desde su humanidad.

Su texto “El sanador herido” invitan a repensar el modo en que la Iglesia está llamada a sanar y a ser sanada.

Por la redacción de Catolic.ar


Una pregunta que lo cambia todo

“¿Cómo puede alguien herido sanar? ¿No deberíamos, quienes acompañamos, consolar, predicar o consolar, haber superado ya nuestras propias heridas?”

Con esa pregunta inicia el escrito del Pbro. Gregorio Agustín Nadal Zalazar, actual párroco de la Basílica de la Inmaculada Concepción, en Concepción del Uruguay, Entre Ríos. Y desde esa primera frase, el texto no deja de confrontar y develar: lo que podría parecer una contradicción, es en realidad una de las claves más profundas del acompañamiento cristiano.

En un tiempo en que el modelo pastoral muchas veces gira en torno al saber, al poder de la palabra o al ejercicio de la autoridad, Nadal propone otra cosa: acompañar desde la fragilidad compartida, desde el barro que no impide la gracia, sino que la revela.


La fragilidad como lugar de comunión

Nadal retoma con profundidad el pensamiento de Henri Nouwen, y lo hace no como cita erudita, sino como convicción encarnada. El sanador herido, lejos de ser un ideal imposible, es una figura evangélica. Es Jesús mostrando sus llagas, no como un trofeo, sino como un puente para la fe de Tomás.

“La fragilidad no nos desautoriza; nos vuelve más humanos, más humildes, más conscientes de que la gracia actúa a pesar de nosotros, y muchas veces desde nuestros quiebres.” Con esa afirmación se condensa una teología pastoral que reconoce la acción de Dios en medio de lo incompleto.

“No se trata de relativizar el sufrimiento ajeno, ni de hacer del propio dolor un centro, sino de ponerse al lado, de decir con la vida: ‘no estás solo, yo toco también de la mía’.”


El cura que escucha, sin recetas

En su texto y en la propuesta que desarrolla, Gregorio Nadal evita todo enfoque pastoral basado en la superioridad o en la autosuficiencia. Propone una espiritualidad del estar: una presencia disponible, no invasiva, que acompaña sin imponer respuestas ni ocupar el centro de la escena.

“El que sufre no busca recetas, busca presencias que no huyan, ojos que no juzguen, manos que no se alejen.” Y eso es lo que su texto propone: un modelo de pastoral que no se apoya en la eficacia ni en la solución rápida, sino en la disponibilidad amorosa de quien se deja afectar por el otro.


No todo herido sana, pero todo sanador ha sido herido

Nadal evita caer en un romanticismo de la fragilidad. Reconoce que no todas las heridas sanan igual, ni todo dolor se convierte en don. Pero subraya que lo que verdaderamente transforma es la presentación humilde de la propia grieta a Dios, y la posibilidad de que desde allí, algo nuevo nazca.

“Nuestras heridas, cuando son presentadas a Dios, purificadas por el error y ofrecidas humildemente, se convierten en lugares de comunión.”

Es la lógica del vaso de barro de la segunda carta a los Corintios: “llevamos este tesoro en vasos de barro, para que esa fuerza no viene de nosotros, sino de Dios” (2 Cor 4,7). Una espiritualidad pascual, no evasiva, no ingenua: real.


Hospitalidad: de la defensa al corazón abierto

En uno de los pasajes más densos de su texto, Nadal retoma una línea clave de Nouwen: el paso de la hostilidad a la hospitalidad. “El herido que no asume su herida tiende a endurecerse, a defenderse, a levantar muros. El herido que reconoce y abraza su herida puede convertirse en casa para otros.”

Y esa es, quizá, una de las intuiciones más proféticas de su mirada pastoral: no necesitamos más expertos, necesitamos lugares interiores donde alojar el dolor ajeno sin asfixiarlo.

“No se trata de tener respuestas para todo, sino de tener espacio interior para alojar el dolor ajeno sin asfixiarlo ni invadirlo. La pastoral del sanador herido es una pastoral de la escucha, del silencio, del ‘estar’. Es una presencia que no busca controlar ni cambiar rápidamente, sino simplemente acompañar.”

En una Iglesia muchas veces tentada de la programación, de la “pastoral del control”, su planteo recuerda que acompañar es estar, no dominar; es esperar, no intervenir compulsivamente.


VI. Una propuesta vigente y necesaria

“El sanador herido no es un héroe invencible, ni un sobreviviente cínico. Es un creyente que se deja habitar por Dios en lo que no entiende, en lo que le cuesta, en lo que duele. Y desde ahí, acompaña a otros con ternura, sin prisa, con la confianza de que el Espíritu actúa también en el barro, también en la grieta, también en la lágrima.”

Su propuesta interpela a curas, religiosas, laicos, psicólogos, acompañantes y agentes pastorales de toda clase. Interpela también a la Iglesia como cuerpo, como red, como lugar que está llamado a sanar, no a corregir.


VII. La pregunta que queda abierta

El texto de Nadal no concluye con una verdad cerrada, sino con una serie de preguntas que invitan a la oración y al discernimiento:

“¿Cuáles son mis heridas que Dios ya ha tocado?”

“¿Podría ofrecerlas, no como trofeos, sino como puentes de comunión?”

“¿Estoy dispuesto a acompañar a otro no desde la respuesta, sino desde la presencia?”

Allí está el corazón del texto. Y también el corazón de una Iglesia que busca no ser funcional, sino fiel. No exitosa, sino compasiva. No invulnerable, sino crucificada y resucitada.

Gregorio Nadal no se pone a él mismo como modelo, sino que propone un estilo. Y ese estilo tiene algo de evangelio vivo: menos trono, más casa; menos respuesta, más escucha; menos teoría, más corazón compartido.

Esa es la herencia que ya está sembrando. Y esa es la Iglesia que urge construir.


Anexo: texto completo del Pbro. Gregorio Nadal

El sanador herido: la fragilidad como lugar de gracia

La paradoja del ministerio

La imagen del sanador herido puede parecer contradictoria a primera vista. ¿Cómo puede alguien herido sanar? ¿No deberíamos, quienes acompañamos, consolar, predicar o consolar, haber superado ya nuestras propias heridas? Henri Nouwen, con la lucidez del evangelista y la ternura del pastor, nos dice que nuestras heridas no nos descalifican, sino que, bien asumidas, nos constituyen como puentes hacia el corazón del otro.

Hoy más que nunca, en un mundo que multiplica las máscaras de éxito, seguridad, felicidad y autosuficiencia, la Iglesia está llamada a ofrecer rostros heridos y redimidos, corazones que no temen mostrar sus cicatrices, porque saben que el Resucitado se deja reconocer por ellas.

Acompañar desde dentro, no desde arriba

Muchos ministerios y acompañamientos fracasan o se vuelven estériles cuando el que ayuda se coloca en un lugar superior. “Yo ya lo logré, yo estoy bien, yo tengo la solución”.

Pero el que sufre no busca recetas, busca presencias que no huyan, ojos que no juzguen, manos que no se alejen.

El herido que ha sido visitado por la gracia puede decir: “yo también estuve allí”. Esa simple frase abre una grieta por donde puede entrar la luz. No se trata de relativizar el sufrimiento ajeno, ni de hacer del propio dolor un centro, sino de ponerse al lado, de decir con la vida: “no estás solo, yo toco también de la mía”.

La herida que humaniza y consagra

Nouwen no propone un narcisismo de las heridas, sino una espiritualidad que las reconozca como espacios donde Dios actúa. Jesús resucitado no borra sus llagas: las mostró. Y no las mostró para impresionar, sino para sanar a Tomás, para fortalecer la fe, para crear comunidad.

Nuestras heridas, cuando son presentadas a Dios, purificadas por el error y ofrecidas humildemente, se convierten en lugares de comunión. En el lenguaje bíblico, es el mismo principio del “vaso de barro”: “llevamos este tesoro en vasos de barro, para que esa fuerza no viene de nosotros, sino de Dios” (2 Cor 4,7).

La fragilidad no nos desautoriza; nos vuelve más humanos, más humildes, más conscientes de que la gracia actúa a pesar de nosotros, y muchas veces desde nuestros quiebres.

Pastoral de la hospitalidad y de la autosuficiencia

Nouwen insiste en pasar de la hostilidad a la hospitalidad. El herido que no asume su herida tiende a endurecerse, a defenderse, a levantar muros. El herido que reconoce y abraza su herida puede convertirse en casa para otros.

No se trata de tener respuestas para todo, sino de tener espacio interior para alojar el dolor ajeno sin asfixiarlo ni invadirlo. La pastoral del sanador herido es una pastoral de la escucha, del silencio, del “estar”. Es una presencia que no busca controlar ni cambiar rápidamente, sino simplemente acompañar.

En el fondo, Nouwen nos propone una pastoral pascual: solo quien ha atravesado la cruz con honestidad y ha esperado en el sepulcro puede ser testigo de resurrección. No porque haya vencido el dolor, sino porque ha dejado que Dios lo transforme desde él.

El sanador herido no es un héroe invencible, ni un sobreviviente cínico. Es un creyente que se deja habitar por Dios en lo que no entiende, en lo que le cuesta, en lo que duele. Y desde ahí, acompaña a otros con ternura, sin prisa, con la confianza de que el Espíritu actúa también en el barro, también en la grieta, también en la lágrima.

Para la reflexión: ¿Cuáles son mis heridas que Dios ya ha tocado? ¿Podría ofrecerlas, no como trofeos, sino como puentes de comunión? ¿Estoy dispuesto a acompañar a otro no desde la respuesta, sino desde la presencia?

Escrito para que el tiempo tenga memoria de mí, y la muerte, al llegar, me halle ardiendo de vida.

Pbro. Gregorio Agustín Nadal Zalazar. 2025, cura párroco de la Basílica Inmaculada Concepción.

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