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Pasé por mil calvarios… Una Mirada Profética a los Signos de Esperanza

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A veces la vida nos pone a prueba, pero siempre hay nuevas oportunidades

La experiencia del sufrimiento es tan antigua como la humanidad misma. Desde los albores de la civilización, el ser humano se ha enfrentado a innumerables pruebas: enfermedades, pérdidas, injusticias, guerras, crisis personales y colectivas.

La frase “Pasé por mil calvarios…” resuena en el corazón de cada persona que ha conocido el peso de la cruz, el dolor de la incertidumbre y la desolación. Pero, ¿qué nos dice esta experiencia hoy? ¿Cómo podemos, desde nuestra fe, discernir los signos de los tiempos en medio de tanto dolor y, más aún, vislumbrar caminos de esperanza y renovación?

Este artículo no busca ser un mero recuento histórico o un tratado teológico exhaustivo sobre el sufrimiento.

En cambio, nos proponemos una mirada profética, una reflexión que, anclada en la fe, sea capaz de ir más allá de la superficie, de leer entre líneas la compleja realidad actual y de identificar las semillas de un futuro más luminoso, un futuro que, en última instancia, se construye desde el compromiso personal y comunitario.

El Eco de los Calvarios en el Mundo Actual

Hoy, el “mil calvarios” se manifiesta en una multiplicidad de formas que, a menudo, nos abruman. La pandemia de COVID-19, que marcó a fuego la década que culmina, nos recordó nuestra fragilidad y la interconexión de nuestras vidas.

Vimos cómo el virus no solo cobró vidas, sino que también desnudó las desigualdades sociales, agudizó la soledad y la ansiedad, y puso a prueba la resiliencia de los sistemas de salud y económicos. Fue un calvario global, un recordatorio contundente de que, a pesar de nuestros avances tecnológicos, somos vulnerables.

Pero los calvarios no terminaron con la pandemia. Las guerras, como la que asola Ucrania, nos confrontan con la brutalidad de la violencia, el desplazamiento masivo y la pérdida irreparable.

En nuestra propia región, las crisis económicas recurrentes, la inflación galopante y la precarización laboral son calvarios diarios para millones de familias que luchan por llevar el pan a la mesa.

La corrupción endémica en muchas de nuestras instituciones es otro calvario, que socava la confianza, perpetúa la desigualdad y frena el desarrollo. El cambio climático, con sus sequías, inundaciones y fenómenos extremos, nos arroja a un futuro incierto, un calvario ambiental que amenaza la vida en nuestro planeta.

A un nivel más personal, los calvarios se viven en la intimidad de los hogares: la enfermedad de un ser querido, la pérdida de un empleo, la ruptura de una relación, la lucha contra una adicción, el peso de la soledad en un mundo hiperconectado pero a menudo distante.

Estas son las cruces silenciosas que cada uno carga, y que, en su conjunto, conforman el inmenso mosaico del sufrimiento humano.

Frente a este panorama, la tentación de la desesperanza es grande. Podríamos caer en el cinismo o en la parálisis, creyendo que el sufrimiento es un destino ineludible e inmodificable.

Sin embargo, la fe nos invita a otra cosa. Nos invita a mirar con ojos proféticos, a discernir la presencia de Dios incluso en la oscuridad más densa, a descubrir las oportunidades de crecimiento y transformación que anidan en el corazón mismo del dolor.

Discerniendo los Signos: ¿Dónde Está Dios en Medio del Calvario?

La pregunta “¿Dónde está Dios en medio del sufrimiento?” es tan antigua como la fe misma.

No hay una respuesta fácil o simplista. No es un Dios que elimina el dolor mágicamente, ni que se complace en él. La fe cristiana nos ofrece una respuesta radical y profundamente consoladora: Dios no está ausente del sufrimiento, sino que lo ha abrazado en la persona de Jesucristo.

El Calvario de Cristo no es solo un hecho histórico, sino un paradigma, una clave de lectura para todo sufrimiento humano. Es la prueba definitiva de que Dios no es indiferente a nuestras penas.

Como bellamente lo expresa el teólogo Jürgen Moltmann: “El Dios que está en el Calvario no es un Dios impasible, sino un Dios que sufre, y sufre con nosotros.” Esta afirmación es central para nuestra mirada profética. No buscamos explicaciones intelectuales para el mal, sino una presencia que acompaña, una fuerza que sostiene.

Los “mil calvarios” actuales, paradójicamente, nos ofrecen una oportunidad única para la purificación de nuestra fe. En tiempos de bonanza, podemos caer en una fe superficial, una fe de mero cumplimiento o de auto-satisfacción.

El sufrimiento, en cambio, nos despoja de nuestras seguridades mundanas, nos confronta con nuestra vulnerabilidad y nos empuja a buscar lo esencial. Nos obliga a preguntarnos qué es lo verdaderamente importante, a dónde ponemos nuestra confianza y qué sentido tiene nuestra existencia.

En este sentido, los calvarios actuales son llamadas a la autenticidad. Nos interpelan a vivir una fe menos teórica y más encarnada, una fe que se traduzca en compasión y servicio, en solidaridad y en justicia.

Cuando vemos el dolor del otro, cuando experimentamos el nuestro propio, la fe deja de ser una abstracción para convertirse en una fuerza vital que nos impulsa a actuar.

Caminos de Esperanza y Renovación: La Resurrección en Medio del Dolor

Si bien los calvarios son innegables, la mirada profética no se detiene en la descripción del sufrimiento. Va más allá, hacia la esperanza y la renovación.

Porque la historia de la salvación no termina en el Viernes Santo, sino que culmina en la Pascua, en la Resurrección. Y la Resurrección es el signo por excelencia de que, incluso de la muerte, la vida puede brotar.

¿Cómo se manifiesta esta esperanza y renovación en el mundo de hoy? Vemos signos de vitalidad y resiliencia en medio de la adversidad.

La solidaridad que surgió durante la pandemia, con redes de ayuda mutua, voluntarios entregados y gestos de generosidad, fue un testimonio elocuente de la capacidad humana de trascender el egoísmo y la indiferencia.

En Ucrania, a pesar de la barbarie de la guerra, hemos sido testigos de una resistencia admirable, de una fe inquebrantable y de una capacidad de reconstrucción que desafía toda lógica.

A nivel eclesial, los calvarios también han impulsado procesos de purificación y renovación.

Las crisis que ha atravesado la Iglesia, si bien dolorosas, han sido una oportunidad para la introspección, para el reconocimiento de los errores y para el compromiso con un camino de mayor transparencia y fidelidad al Evangelio.

El llamado a la sinodalidad, impulsado por el Papa Francisco, es un claro signo de este deseo de renovación, de construir una Iglesia más participativa, más inclusiva y más atenta a los signos de los tiempos.

Es una invitación a caminar juntos, a discernir en comunidad el querer de Dios para el mundo de hoy.

La esperanza no es un optimismo ingenuo, ni una huida de la realidad. Es, como afirma el Papa Benedicto XVI en su encíclica Spe Salvi, “la virtud por la cual deseamos y esperamos de Dios, con una firme confianza, la vida eterna y las gracias para merecerla, apoyados en la ayuda de Cristo Salvador, no en nuestras fuerzas”.

La esperanza cristiana se basa en la promesa de Dios, en la convicción de que Él tiene la última palabra sobre la historia y que esa palabra es de vida y de amor.

Llamada a la Reflexión y al Compromiso: Ser Sal y Luz en los Calvarios del Mundo

La mirada profética no es un ejercicio meramente intelectual. Es una llamada a la acción, a la reflexión profunda y al compromiso concreto. Si hemos pasado por mil calvarios, si hemos experimentado el dolor en nuestra propia carne o en la de nuestros hermanos, entonces tenemos una responsabilidad: la de ser portadores de esperanza para los demás.

¿Cómo podemos concretar este compromiso?

  • Cultivar la compasión activa: La compasión no es solo sentir lástima, sino “padecer con” el otro. Implica salir de nuestra comodidad, acercarnos al que sufre, escuchar su historia, ofrecer una mano amiga, una palabra de aliento, una ayuda concreta. Es la caridad que se hace visible y tangible.
  • Trabajar por la justicia: Muchos de los calvarios que enfrentamos son resultado de injusticias estructurales, de sistemas que generan pobreza, desigualdad y exclusión. Nuestro compromiso como cristianos nos llama a ser agentes de cambio, a denunciar la injusticia, a luchar por la dignidad de cada persona, a construir sociedades más justas y equitativas. Esto implica un compromiso con la política, con la economía, con la cultura, buscando siempre el bien común.
  • Fomentar la resiliencia personal y comunitaria: La capacidad de sobreponerse a la adversidad es fundamental. Como creyentes, estamos llamados a fortalecer nuestra fe, a nutrirnos de la oración, de los sacramentos, de la lectura de la Palabra de Dios. Pero también a construir comunidades de fe fuertes, donde nos apoyemos mutuamente, donde compartamos nuestras cargas y celebremos nuestras alegrías. La comunidad es un refugio en medio de la tormenta.
  • Ser profetas de esperanza: En un mundo a menudo dominado por el pesimismo y la desesperanza, estamos llamados a ser voces que proclamen la buena noticia, que testifien la presencia de Dios en medio del dolor, que señalen los caminos de la resurrección. Esto no significa ignorar el sufrimiento, sino mirar más allá de él, con la certeza de que la última palabra no es la del dolor, sino la del amor y la vida.

Conclusión: Hacia un Horizonte de Luz

Los “mil calvarios” que hemos atravesado y que aún enfrentamos, lejos de ser un final, son un crisol. Son el espacio donde nuestra fe se purifica, donde nuestra humanidad se desnuda y donde nuestra capacidad de amar se expande. Desde una mirada profética, podemos afirmar que estos calvarios nos están preparando para un nuevo tiempo.

Podemos vislumbrar un futuro donde la interdependencia global no sea solo una constatación de nuestra vulnerabilidad, sino una invitación a la solidaridad universal.

Un futuro donde las crisis ecológicas nos impulsen a una conversión profunda, a una nueva relación con la creación, a una ecología integral que respete la casa común y a las generaciones futuras. Un futuro donde las divisiones y polarizaciones actuales cedan el paso a un diálogo más auténtico, a la búsqueda de la paz y la reconciliación.

La Iglesia, purificada por sus propios calvarios, está llamada a ser un faro de esperanza en este nuevo tiempo. A ser una “tienda de campaña” abierta a todos, un hospital de campaña para los heridos de la vida, una comunidad profética que anuncia el Evangelio con obras y con palabras.

El camino será arduo, sin duda. Habrá nuevos calvarios, nuevas pruebas. Pero la fe nos asegura que no caminamos solos. La promesa de Cristo “Yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo” (Mt 28, 20) es nuestra mayor certeza.

De cada calvario, si lo vivimos con fe y entrega, puede brotar una nueva vida, una nueva oportunidad de ser más humanos, más compasivos, más solidarios. La historia no termina en la cruz, sino que florece en la resurrección. Y en cada acto de amor, de justicia, de perdón, de esperanza, estamos haciendo presente esa resurrección en el aquí y ahora.

©Catolic.ar

Héctor Zordán Diócesis de Gualeguaychú Obispo Zordán
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