“No fue simplemente ungido por los cardenales, sino moldeado a fuego lento por la Providencia en los silencios de Francisco.”
La elección del Papa León XIV, antes conocido como Robert Francis Prevost, ha abierto un nuevo capítulo en la historia de la Iglesia Católica. Aunque el humo blanco se elevó con el misterio habitual del cónclave, muchos se preguntan si lo ocurrido fue solo una sorpresa del Espíritu o también el desenlace de un proceso cuidadoso, discernido, incluso estratégico, gestado bajo la mirada vigilante de Francisco, el Papa recientemente fallecido.
Por Néstor Ojeda
Quien tenga ojos para ver, que vea. Porque en los últimos años de su pontificado, Francisco no sólo hablaba con palabras, sino con gestos, con silencios, con nombramientos. Y Prevost fue uno de ellos.
Un agustino, no improvisado
León XIV es hijo espiritual de san Agustín, lo dijo en su primer saludo. Pero también es hijo de Francisco en un sentido más profundo: fue formado, promovido y perfilado por el pontificado anterior para ocupar un lugar central en la Iglesia universal.
Desde su experiencia misionera en Perú, donde vivió y acompañó la fe de los más pobres, hasta su rol como prefecto del Dicasterio para los Obispos —el cargo desde donde se moldea el rostro pastoral del episcopado mundial—, Prevost fue escalando posiciones no por ambición, sino por disponibilidad y obediencia, atributos muy apreciados por Bergoglio.
Francisco no lo hizo Papa. Pero lo puso en camino. Le confió silenciosamente la Iglesia que él había soñado: una Iglesia sinodal, abierta, misericordiosa, pero enraizada en la verdad de Cristo.
Un perfil inesperado para el momento justo
A diferencia de muchos papables, Prevost nunca pareció en campaña. Era firme, pero sin aristas. Sereno, pero no apagado. Reflexivo, pero no indeciso. Muchos lo consideraban un “hombre de transición”. Ahora parece que esa transición no será hacia el pasado, sino hacia una etapa más madura de la renovación eclesial.
Su elección fue, en este sentido, una respuesta al cansancio de las polarizaciones, a las guerras intestinas dentro de la Iglesia, a los sectores que quieren arrastrar el Evangelio a trincheras ideológicas. León XIV es, antes que todo, un pastor que quiere volver a Cristo como centro y medida de todo.
¿El heredero de Francisco?
Sí, Francisco lo perfiló. Pero no lo hizo títere de su legado, sino testigo de una etapa más honda, más silenciosa y quizá más fecunda. Lo acompañó, lo promovió, lo escuchó. Y sobre todo, lo puso en una posición desde la cual los cardenales pudieran ver en él una síntesis posible entre continuidad y novedad.
Francisco no buscaba una copia. Buscaba una fecundidad nueva, nacida de la fidelidad al Evangelio y no al propio estilo. Si Benedicto XVI fue la cabeza teológica de la transición postconciliar y Francisco fue el corazón pastoral, León XIV parece haber sido preparado para ser el alma de un nuevo ciclo, más contemplativo, más interior, más centrado en Cristo.
¿Qué desafíos lo esperan?
León XIV no tendrá un pontificado fácil. Heredará un mundo desgarrado por guerras visibles e invisibles: las bombas en Medio Oriente, sí, pero también el hambre espiritual, la fragmentación interior del alma humana, la banalización de lo sagrado y la colonización cultural del pensamiento.
En ese contexto, la Iglesia enfrenta tensiones internas y preguntas urgentes. Estos serán los grandes frentes que el nuevo Papa deberá encarar con sabiduría y coraje profético:
● El rol de la mujer en la Iglesia
Ya no se trata solo de acceso al diaconado o a puestos de decisión, sino de una reflexión más profunda sobre la dimensión femenina de la Iglesia, que no puede seguir siendo ornamental. León XIV deberá abrir espacios sin ceder a modelos ideológicos importados del mundo secular.
● La pastoral con personas del colectivo LGTB
El nuevo Papa no puede ignorar las heridas, los rechazos ni las presiones. Tendrá que sostener una pastoral de acogida real, sin caer en la confusión moral, ni negar la enseñanza perenne de la Iglesia. Será un equilibrio doloroso pero necesario.
● El relativismo ético en Occidente
Desde la eutanasia al aborto, desde la ideología de género hasta la disolución de los vínculos, la Iglesia está llamada a levantar su voz sin caer en una moralina vacía ni en un silencio cómplice. León XIV deberá hablar con claridad, pero sobre todo, formar conciencias libres y maduras.
● La masonería y sus influencias
Hay quienes consideran que ciertos sectores del poder mundial —económico, filosófico, ideológico— han infiltrado parte de la vida eclesial. León XIV tendrá que discernir hasta qué punto esto es real, simbólico o funcional a otras agendas, pero sobre todo devolver a la Iglesia su libertad espiritual ante cualquier poder humano.
● El debate sobre el celibato y los sacerdotes casados
No es el tema central, pero seguirá latiendo. León XIV podría retomar lo que Francisco dejó abierto: una discusión seria, profunda, sin rupturas, sobre el ministerio presbiteral, especialmente en regiones donde faltan vocaciones y abunda el aislamiento pastoral.
● El riesgo del nacionalismo católico extremo
Desde Europa del Este hasta América Latina, hay sectores que usan la fe para promover proyectos políticos autoritarios o xenófobos. El nuevo Papa deberá decir con claridad que el Reino de Dios no se identifica con ninguna bandera, y que el catolicismo nunca será refugio para fanatismos.
● La presión geopolítica sobre el Vaticano
En tiempos de multipolaridad agresiva, el Vaticano será objeto de tensiones crecientes entre Estados Unidos, China, Rusia y Europa. León XIV necesitará la astucia de un diplomático, pero el corazón de un profeta.
¿Qué estilo se puede esperar?
Todo indica que su estilo será de apertura con firmeza, de escucha sin ceder a la confusión, y de diálogo sin diluir la Verdad. Su primer discurso ya lo insinúa: una paz desarmada y desarmante, un puente tendido entre Cristo y la humanidad, una Iglesia que no se repliega, pero tampoco se disuelve.
León XIV no será mediático, pero será determinante. No será revolucionario, pero sí restaurador de lo esencial. Un Papa que no grita, pero no tiembla. Y eso, en estos tiempos, puede ser una revolución silenciosa.
Una conclusión desde el umbral
El elegido de Francisco, sí. Pero también, quizás, el elegido del Espíritu para un tiempo de purificación, de regreso a las fuentes, de claridad serena en medio del ruido.
En la hora más oscura del mundo, la Iglesia parece haber elegido un pastor que no se desvela por cambiar estructuras, sino por salvar almas. Y eso, en definitiva, siempre fue el secreto de todo gran Papa.