spot_img
11.5 C
Concepción del Uruguay
sábado, agosto 9, 2025

Perdonar para sanar el mundo: el llamado radical de León XIV

En una Iglesia marcada por las heridas del pecado y un mundo lleno de violencia, el Papa León XIV eleva una voz clara y audaz: sólo el perdón puede abrir el camino hacia la verdadera misericordia.


El perdón, la cruz y la locura del Evangelio

En medio de un mundo cada vez más quebrado por la polarización, la exclusión y el juicio impiadoso, el Papa León XIV no habla desde una cómoda distancia institucional. Su mensaje no es una consigna piadosa ni un recurso litúrgico. Es un grito del alma, una interpelación profética dirigida al corazón de la Iglesia: “Perdonemos, para que todos encuentren misericordia por doquier”. No se trata de una sugerencia opcional, sino de una llamada urgente y radical a vivir desde la raíz del Evangelio.

Durante una audiencia con misioneros, franciscanos y formadores espirituales, León XIV delineó con fuerza las tres dimensiones que, según él, mantienen viva a la Iglesia: conversión, misión y misericordia. Pero fue su meditación sobre el perdón —ese gesto desarmado y escandaloso que desactiva el odio— lo que resonó como una trompeta en los valles áridos de nuestra cultura vengativa. En sus palabras resuena la voz del Crucificado, que no gritó desde la cruz una maldición, sino un ruego: “Padre, perdónalos”.


Una Iglesia herida que perdona desde sus propias llagas

Lejos de pretender una comunidad perfecta, el Papa recordó que todos somos “enfermos necesitados de curación”, citando a los Siervos del Paráclito y su misión de acompañar con humildad a sacerdotes caídos o quebrados. “También su presencia nos recuerda algo importante: que todos nosotros, aunque llamados a ser ministros de Cristo, médico de las almas, somos ante todo enfermos necesitados de curación”.

Desde esa conciencia, el perdón deja de ser una postura ingenua o cobarde. Es, más bien, el camino arduo y valiente de quienes reconocen su propia miseria y, por eso, pueden acercarse a los demás no como jueces, sino como hermanos. Esta es la medicina que el Papa propone a la Iglesia entera, una medicina amarga para un tiempo de soberbia y arrogancia espiritual. Y sin embargo, es la única capaz de abrir grietas de luz en los muros de piedra que hemos levantado.

En palabras de san Agustín, evocadas por el Papa, las fisuras de nuestra barca permiten que el mar del pecado nos inunde. Pero no estamos condenados a hundirnos. El perdón —como insistió también Francisco en Misericordiae Vultus— es el único “remedio para el mal”.


La locura de la cruz, respuesta a las burlas del mundo

León XIV no ignora que este mensaje suena como una provocación en una cultura de revancha y castigo. Por eso invita a abrazar la “locura de la cruz”, incluso cuando el mundo se burle de nosotros. Es la misma locura que animó a san Francisco de Asís y a tantos misioneros que predicaron sin espadas ni retóricas brillantes, solo con la ternura del Evangelio.

Citando a Evangelii Gaudium, el Papa recordó que el impulso misionero es central para la vida de la Iglesia, y que debe ser llevado adelante con la sencillez del anuncio y la libertad que da el estar “llenos de Cristo”. Una misión sin cruces ni persecuciones no es la misión del Evangelio, y una Iglesia que no esté dispuesta a ser ridiculizada por su mansedumbre, no está siguiendo a su Señor.


Un llamado desde la Doctrina Social de la Iglesia

La perspectiva del Papa León XIV no es ajena al pensamiento social de la Iglesia. Todo lo contrario: se inscribe en una continuidad profética que va desde los Padres de la Iglesia hasta los recientes documentos magisteriales. En Fratelli Tutti, Francisco ya había afirmado con claridad: “El perdón no implica olvidar. Decimos que perdonamos pero no olvidamos, y la herida sigue sangrando. El perdón es precisamente lo que nos permite sanar esa herida”. (FT 250)

La misericordia, lejos de ser debilidad, es el poder mismo de Dios que se manifiesta en nuestra fragilidad. Por eso León XIV no teme hablar del perdón como un acto revolucionario, que puede transformar familias, comunidades, diócesis enteras. Es la levadura que fermenta en lo oculto y termina por cambiar el mundo.

En la Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium, se insiste: “La Iglesia tiene que ser el lugar de la misericordia gratuita, donde todo el mundo pueda sentirse acogido, amado, perdonado y alentado a vivir según la vida buena del Evangelio” (EG 114). Ese lugar no puede construirse si no hay creyentes que, heridos y humildes, se atrevan a perdonar.


Voces que sanan: testimonios del perdón que reconstruye

La historia de la Iglesia está sembrada de hombres y mujeres que eligieron perdonar contra todo cálculo humano. Desde el testimonio de san Juan Pablo II abrazando a quien intentó asesinarlo, hasta las víctimas de abusos que, en medio del dolor, decidieron no responder con odio, el perdón ha sido una fuente inagotable de resurrección.

En África, donde la Sociedad de Misiones Africanas trabaja desde hace más de un siglo, se han conocido escenas de reconciliación entre pueblos que se habían masacrado mutuamente. En Ruanda, por ejemplo, tras el genocidio de 1994, muchas comunidades cristianas fueron epicentro de procesos de perdón que no negaron la justicia, pero la llenaron de humanidad. Misioneros y laicos fueron mediadores de paz en medio del espanto.

También en nuestras comunidades locales, vemos pequeñas semillas de este perdón cotidiano: padres que eligen no devolver odio a sus hijos, matrimonios que rehacen caminos rotos, sacerdotes que se animan a pedir perdón públicamente por sus errores, parroquias que acogen a los “descarriados” como hijos pródigos.


El perdón como camino sinodal

León XIV, al hablar de misericordia, no lo hace solo como acto individual, sino como una cultura eclesial. La Iglesia necesita —como bien expresó en el Sínodo— convertirse en “hospital de campaña”, y no en tribunal perpetuo. En este sentido, el perdón es también un camino sinodal: un modo de caminar juntos con los heridos, los caídos, los confundidos, los alejados. No se trata de justificar el pecado, sino de acompañar al pecador hasta la sanación.

Un Instituto como los Siervos del Paráclito, dedicados a sacerdotes en dificultad, es un signo fuerte de que la misericordia no es solo una idea abstracta, sino una praxis concreta, encarnada. En tiempos donde el escándalo y la cancelación parecen dominar, estos religiosos nos recuerdan que el verdadero camino cristiano no es el de desechar a los heridos, sino de levantarlos.


Cierre profético: ¿una Iglesia del perdón o del desprecio?

La pregunta queda flotando como una herida abierta: ¿seremos Iglesia del perdón o del desprecio? ¿Seguiremos levantando muros de purismo, condena y rigidez, o abriremos nuestras puertas como oasis de misericordia, como pedía Misericordiae Vultus?

No se trata de relativizar el mal, ni de abolir la justicia. Se trata de dar el paso valiente que sólo la fe puede dar: amar al enemigo, perdonar al que nos traicionó, ofrecer una nueva oportunidad a quien se ha equivocado. Solo así el mundo podrá creer que Jesús vive.

León XIV no viene a darnos una consigna piadosa. Nos entrega una espada que no hiere, sino que separa el trigo de la cizaña en nuestro propio corazón. Nos pide, desde la locura de la cruz, que dejemos de jugar a ser dioses y volvamos a ser hermanos. Solo así, donde haya cristianos, habrá verdaderos oasis de misericordia.


Fuente original: Vatican News
Enlace: https://www.vaticannews.va/

artículos relacionados

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí

Pronto estaremos conectados

0SeguidoresSeguir
22,500SuscriptoresSuscribirte
- Advertisement -spot_img

Ultimas noticias