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sábado, agosto 9, 2025

Sinodalidad que arde: hacia una Iglesia que se deja transformar por la misión

La sinodalidad no es una moda ni un eslogan eclesial. Es una llamada urgente a convertirse en Iglesia viva, itinerante y transformadora. En la 40ª Asamblea del CELAM, Mons. Luis Marín volvió a recordarlo con fuerza: el camino sinodal no termina en sí mismo, sino que desemboca en la misión. ¿Estamos preparados para dejar estructuras muertas y abrazar la audacia del Evangelio?


En un tiempo de fragmentación social, indiferencia espiritual y polarización dentro y fuera de la Iglesia, la 40ª Asamblea General del Consejo Episcopal Latinoamericano y Caribeño (CELAM) se convierte en un signo profético. Allí, Monseñor Luis Marín de San Martín, obispo titular de Suliana y subsecretario de la Secretaría General del Sínodo, ofreció una ponencia clave sobre la fase actual del camino sinodal: la implementación.

Y fue directo: “La sinodalidad no es un fin en sí misma, sino que se orienta a la misión”. No estamos llamados a construir nuevas burocracias eclesiales disfrazadas de participación, sino a desatar una renovación real y misionera desde el corazón de cada comunidad. “La sinodalidad”, dijo, “debe impregnar la vida ordinaria de la Iglesia”. No como un parche, sino como una conversión eclesial profunda.

De documento a vida encarnada

Según la constitución apostólica Episcopalis Communio, todo sínodo se despliega en tres etapas: preparatoria, celebrativa e implementativa. Esta última, lejos de ser un simple trámite, es “el punto de llegada del proceso sinodal y, a la vez, su verdadero punto de partida en la vida del Pueblo de Dios”.

¿Por qué? Porque si el Sínodo se queda en un documento, en una serie de conclusiones bienintencionadas pero inertes, habrá fracasado. Mons. Marín lo explicó con claridad: las conclusiones sinodales deben “recibirse y aplicarse en cada Iglesia local”, en diálogo con su cultura, historia y realidad concreta. Es lo que el Evangelio hizo siempre: encarnarse.

Citó, en este sentido, el propio texto de Episcopalis Communio:

“Las culturas son muy diferentes entre sí y todo principio general necesita ser inculturado si quiere ser observado y aplicado” (n. 7).

La sinodalidad, entonces, no es una receta uniforme, sino un proceso dinámico de discernimiento comunitario y de traducción creativa de la fe en cada rincón del mundo. Una Iglesia sinodal es una Iglesia que escucha, discierne y actúa con audacia.

El Sínodo no es una estructura, es un camino

Una de las advertencias más lúcidas de Mons. Marín es el riesgo de convertir el Sínodo en una estructura administrativa. Por eso insistió en que la implementación debe ser un itinerario pastoral, no un protocolo técnico.

Desde Roma, se ha enviado una carta a las Iglesias particulares que indica el objetivo: que la sinodalidad sea asumida “como una dimensión esencial de la vida ordinaria”. Diócesis, eparquías, conferencias episcopales, asociaciones laicales, comunidades religiosas, nuevos movimientos… nadie queda fuera. Todos deben sentirse protagonistas, corresponsables y llamados a la conversión.

Esto implica revisar prácticas, escuchar de verdad, activar órganos de participación previstos por el Derecho Canónico (como los consejos pastorales y económicos), y sobre todo, formar conciencia eclesial. El Papa León XIV —en la continuidad profética de Francisco— ha dejado claro que este es el horizonte: una Iglesia que deja atrás el clericalismo, la comodidad y el elitismo espiritual, para abrazar el servicio humilde y valiente al Pueblo de Dios.

Una Iglesia que se deja evaluar

No hay sinodalidad sin evaluación. El camino que se abre ahora es un proceso serio de discernimiento comunitario, que incluye el seguimiento de buenas prácticas, el análisis crítico de las decisiones tomadas y la capacidad de corregir lo que no da frutos.

“El itinerario será también la ocasión para evaluar juntos las decisiones tomadas a nivel local y reconocer los progresos realizados en materia de sinodalidad, que pueden ser válidas para la Iglesia entera”, expresó el obispo agustino. No se trata de repetir lo mismo con otros nombres, sino de abrirnos a lo nuevo que el Espíritu suscita.

Esto exige humildad. No podemos pretender cambiar sin dejar que el Evangelio nos toque, nos cuestione, nos rompa las seguridades para hacernos más auténticos. Y en ese sentido, recuperar los equipos sinodales, renovar la formación, acompañar a los párrocos y revitalizar la vida consagrada serán pasos decisivos.

León XIV y el latido sinodal

En su segunda parte, Mons. Marín se detuvo en el corazón sinodal del nuevo Papa, León XIV, elegido en marzo de 2025. Desde el inicio de su pontificado, el sucesor de Pedro ha manifestado con claridad que el futuro de la Iglesia está en caminar juntos. En palabras citadas por el obispo agustino:

“Queremos ser una Iglesia sinodal, una Iglesia que camina, que busca siempre la paz, la caridad, y estar cerca especialmente de quienes sufren”.

A partir de entrevistas concedidas por el entonces cardenal Robert Prevost, Mons. Marín destacó cuatro claves de este camino sinodal:

  1. La renovación profunda de la Iglesia.
  2. La escucha real del Espíritu Santo.
  3. La conversión personal y comunitaria.
  4. La superación de las polarizaciones ideológicas y eclesiales.

Aquí la sinodalidad se vuelve antídoto contra la tentación de atrincherarse, de usar el Evangelio como bandera partidista, y de cerrar el corazón al otro. “El Sínodo —dijo— es esa gran invitación a una conversión que también puede servir para invitar a otros a dialogar, a escuchar, a buscar juntos el bien del pueblo”.

Pasos concretos, no ideas abstractas

Finalmente, Mons. Marín propuso un calendario de implementación que comienza ya. En 2027 habrá asambleas de evaluación a nivel diocesano y episcopal, y en 2028 a nivel continental. Además, del 24 al 26 de octubre de 2025 se celebrará en Roma el Jubileo de los equipos sinodales, con paso por la Puerta Santa, grupos de trabajo y misa con el Papa.

El desafío es claro: no postergar. La sinodalidad es ahora. Y el pueblo fiel lo intuye: muchos están cansados de una Iglesia que habla sola, que teme a la diversidad, que prefiere las seguridades del pasado a la osadía del Reino. Necesitamos una Iglesia que se arrodille para escuchar y se ponga en pie para servir.

Como enseña el Papa Francisco:

“El camino de la sinodalidad es el camino que Dios espera de la Iglesia del tercer milenio” (Discurso del 17/10/2015).

Una misión que arde

La sinodalidad verdadera no es una táctica pastoral, sino un fuego que transforma. Nos saca de la comodidad y nos lanza a las periferias, con la certeza de que el Espíritu guía la historia y nos llama a ser levadura en medio de un mundo herido.

Pero esta misión no podrá realizarse si no hay conversión. Y esa conversión comienza en cada uno de nosotros: obispos, sacerdotes, religiosos, laicos, jóvenes, ancianos. ¿Estamos dispuestos a dejarnos cuestionar por el clamor del Pueblo de Dios? ¿Queremos una Iglesia de puertas abiertas, que camine con los últimos y no solo con los que están dentro?

La sinodalidad no es el fin. Es el principio. El principio de una Iglesia que ya no se contenta con hablar de Jesús, sino que se atreve a vivir como Él.


Fuente original: Observatorio de la Sinodalidad. https://observatoriosinodalidad.org/monsenor-luis-marin-en-la-40-a-asamblea-del-celam-la-sinodalidad-no-es-un-fin-en-si-misma-sino-que-se-orienta-a-la-mision/

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