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sábado, agosto 9, 2025

70 años del Celam: una memoria conciliar que empuja hacia un futuro sinodal

El teólogo venezolano Rafael Luciani trazó en la 40.ª Asamblea del Celam un recorrido vital: desde las raíces conciliares de la Iglesia latinoamericana hasta la urgente necesidad de una reforma sinodal que ponga al Pueblo de Dios en el centro. ¿Podrá América Latina volver a ser el corazón profético de la Iglesia universal?


Una memoria que arde

Setenta años después de la fundación del Consejo Episcopal Latinoamericano (Celam), la Iglesia de América Latina y el Caribe se mira en el espejo de su propia historia. ¿Qué hemos hecho con el impulso del Concilio Vaticano II? ¿Qué queda del fuego de Medellín, Puebla, Santo Domingo y Aparecida? En medio de una nueva fase del Sínodo sobre la sinodalidad, el teólogo Rafael Luciani —perito oficial del proceso sinodal y una de las voces más lúcidas del pensamiento eclesial contemporáneo— ofreció una ponencia clave durante la 40.ª Asamblea General del Celam.

Su intervención no fue un mero repaso teológico: fue una provocación espiritual. Un llamado a la conversión pastoral. Una brújula para una Iglesia que no quiere quedarse atrapada en estructuras que ya no responden a los clamores de los pueblos.


Un largo camino de comunión

Luciani recordó que el camino no comenzó ayer. Ya en 1955, Pío XII convocaba la I Conferencia General del Episcopado en Río de Janeiro, abriendo las puertas a una conciencia eclesial continental. De allí brotarían organismos vitales como Cáritas Latinoamérica, la CLAR y publicaciones como la Revista Medellín, que fermentaron el pensamiento social, teológico y pastoral de toda una generación.

Pero fue Medellín, en 1968, la que encendió la mecha: una opción decidida por los pobres, una fe comprometida con la liberación, una Iglesia que se pensaba desde abajo, junto al pueblo. Pablo VI lo vio claro: allí había afecto colegial, comunión real, evangelio vivo.

Hoy, el desafío no es menor: pasar de una colegialidad episcopal a una eclesialidad sinodal, donde todo el Pueblo de Dios —laicas, laicos, religiosas, jóvenes, pueblos originarios— tenga voz, discernimiento y decisión.


Ceama y la Asamblea Eclesial: laboratorio del Espíritu

Francisco ha sido claro: la sinodalidad no es un “modelo de gobierno”, sino una forma de ser Iglesia. Y América Latina ha dado pasos concretos. Luciani destacó la creación de la Conferencia Eclesial de la Amazonía (Ceama) —no solo episcopal, sino profundamente representativa— como signo de un nuevo modo de vivir la comunión.

También resaltó la Primera Asamblea Eclesial de América Latina y el Caribe, un hito que reunió a más de mil personas con una composición inédita: casi un 40% de laicos, 15% de consagradas y consagrados, 24% de presbíteros, 21% de obispos y hasta un 1% de cardenales. Allí, el pueblo habló. Y fue escuchado.

“El principio del primer milenio vuelve con fuerza: lo que concierne a todos, debe ser discernido por todos”, recordó Luciani. Ya no es tiempo de clericalismos ni de decisiones unilaterales. Es hora de corresponsabilidad diferenciada, pero real.


Entre la reforma y la profecía

La sinodalidad es más que un eslogan. Es —en palabras de Luciani— “caminar juntos con Cristo, en unión con toda la humanidad”. Implica reunirnos, escucharnos, discernir y decidir. Implica transformar estructuras caducas en odres nuevos, capaces de contener el vino fresco del Espíritu.

En este sentido, el Documento Final del Sínodo 2024, actualmente en fase de “restitución” a las Iglesias locales, será una piedra de toque. Podrá o no recoger las voces proféticas de los pueblos del sur global. Podrá o no articularse con los procesos locales. Pero lo cierto es que sin América Latina, el Sínodo quedará incompleto.


Pobreza, misión y protagonismo de los descartados

Uno de los acentos más fuertes del mensaje de Luciani fue la inseparabilidad entre sinodalidad y misión. No hay verdadera sinodalidad sin una opción preferencial por los pobres. No hay misión sin escucha. No hay comunión sin justicia.

“La Iglesia está llamada a ser pobre con los pobres, y a escucharlos como sujetos de evangelización”, afirmó con claridad. No como destinatarios, sino como protagonistas. Como quienes tienen un conocimiento directo de Cristo sufriente.

Aquí, América Latina tiene una responsabilidad profética: ser testigo de una “sinodalidad misionera”, que conjugue el Evangelio con las heridas del continente, con las periferias olvidadas, con los clamores de las juventudes desilusionadas.


¿Y ahora qué?

El 70.º aniversario del Celam no puede ser una efeméride más. Es una oportunidad para recuperar el fuego del Concilio y avanzar hacia una reforma espiritual, pastoral e institucional. Para dar cuerpo a esa “quinta fase” de recepción conciliar que el Papa viene alentando.

No se trata solo de reuniones o documentos. Se trata de cambiar la forma en que la Iglesia vive, decide, escucha y anuncia. Se trata de crear espacios reales de participación, donde las mujeres, los jóvenes, los pueblos originarios, los migrantes y todos los descartados tengan lugar, palabra y autoridad espiritual.

Como decía San Óscar Romero: “una Iglesia que no sufre con el pueblo, no es la verdadera Iglesia de Jesucristo”. América Latina aún tiene algo que decir. Y mucho por hacer.

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