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miércoles, octubre 1, 2025

El cristiano que no incomoda ya está domesticado

El que nunca incomoda. . .

Si el mundo te aplaude siempre, quizá dejaste de anunciar la Verdad. Una reflexión profética sobre la urgencia de incomodar por amor al Evangelio.

Hay algo inquietante en la comodidad. En esa tibieza espiritual que se disfraza de prudencia, en esa aceptación social que se vende como caridad, pero que en realidad es miedo a perder la simpatía del mundo. Jesús no fue domesticado. Los apóstoles no fueron domesticados. Los santos que admiramos no fueron domesticados. Entonces, ¿por qué tantos cristianos hoy parecen vivir para no incomodar a nadie?


El Evangelio que hiere antes de sanar

Cristo no vino a hacer relaciones públicas. Vino a salvar. Y para salvar, primero tuvo que herir las falsas seguridades, sacudir estructuras, poner en crisis vidas enteras. Su amor era tan real que no podía quedarse en silencios diplomáticos.

Cuando Jesús dijo: “Ay de ustedes, cuando todos hablen bien de ustedes” (Lc 6,26), no estaba exagerando. Advertía que un discípulo que solo cosecha aplausos ha dejado de parecerse al Maestro.

Un cristiano que nunca incomoda, probablemente esté administrando un Evangelio reducido, recortado, apto para todo público pero impotente para transformar corazones.


El peligro de ser “correctos”

Hoy, la corrección política ha entrado incluso en la Iglesia. Predicadores que omiten lo incómodo para no ofender, catequistas que reducen la fe a valores universales y difusos, medios católicos que hablan de todo menos del pecado y la conversión.

El resultado: creyentes dóciles al sistema, sumisos a la opinión pública, incapaces de discernir que el Evangelio es por naturaleza contracultural.

La domesticación comienza cuando dejamos de llamar pecado al pecado, por temor a ser tildados de intolerantes. Continúa cuando evitamos denunciar el mal, por miedo a perder seguidores. Y se consolida cuando confundimos la misión con el marketing.


La incomodidad como acto de amor

Incomodar no es atacar. No es gritar más fuerte ni imponerse por la fuerza. Es decir lo que nadie quiere escuchar, con la convicción de que es lo que necesita escuchar. Es elegir la verdad antes que la aprobación, el bien del otro antes que la propia imagen.

Los santos incomodaron. Francisco de Asís incomodó a una Iglesia instalada en el poder. Catalina de Siena incomodó a papas y cardenales. Óscar Romero incomodó a dictadores y élites. No buscaban el conflicto por deporte: amaban demasiado como para callar.


Cuando la Iglesia teme al conflicto

En muchas diócesis, parroquias y movimientos, se confunde unidad con uniformidad. Se evita cualquier tema que pueda generar división, y así se va domesticando la palabra profética. El resultado es una Iglesia “amigable” pero inofensiva, presente en actos culturales pero ausente en las batallas espirituales.

Una Iglesia que no incomoda deja de ser sal y luz. Se convierte en una ONG de buenas intenciones, que acompaña pero no salva, que abraza pero no convierte.


El cristiano domesticado

¿Cómo reconocer a un cristiano domesticado?

  1. Evita cualquier tema polémico, incluso cuando está en juego la verdad del Evangelio.
  2. Confunde paz con ausencia de conflicto, aunque eso implique tolerar la mentira.
  3. Busca más likes que conversiones.
  4. Se adapta al discurso del mundo para no ser excluido.
  5. Habla mucho de amor, pero poco de cruz.

El cristiano domesticado no es un hereje declarado. Simplemente, dejó de ser testigo. Su vida no provoca preguntas. Su fe no genera reacciones. Su anuncio es inocuo.


La urgencia de recuperar la franqueza

El Papa Francisco lo llama parresía: franqueza, valentía para hablar claro. Sin parresía, el cristiano se convierte en un funcionario religioso, un gestor de lo ya establecido. Con parresía, en cambio, se arriesga, se expone, sabe que puede perder todo menos la fidelidad al Señor.

Necesitamos predicadores que hablen del cielo y del infierno. Catequistas que digan a los niños que Jesús es el único camino. Periodistas católicos que denuncien la injusticia aunque eso les cierre puertas. Padres que enseñen a sus hijos a ir contra la corriente.


El aplauso del cielo

Si el mundo te aplaude siempre, preocúpate. Porque quizás dejaste de incomodarlo con la verdad. Y si el cielo guarda silencio, examínate: tal vez ya no vives para agradar a Dios, sino para agradarte a ti mismo.

La medida del cristiano no está en los seguidores que tiene, sino en la fidelidad con que sigue a Cristo. Y seguir a Cristo es cargar una cruz, no un logo. Es ganarse enemigos por amor a la verdad, no seguidores por neutralidad.


Llamado final

Que cada uno se pregunte: ¿A quién no estoy incomodando por miedo? ¿Qué verdad estoy callando para conservar la paz aparente? ¿Qué concesión al mundo estoy justificando como “prudencia”?

Porque el cristiano que no incomoda ya está domesticado. Y un cristiano domesticado es inútil para la misión.


Oración final: Dame, Señor, la santa osadía

Señor Jesús, Tú que incomodaste a fariseos y a publicanos, a ricos y a pobres, rompe en mí toda cobardía.

Hazme hablar cuando el mundo calla, y callar cuando el mundo grita mentiras.

Líbrame de la tentación de agradar, de la comodidad que mata la misión.

Dame la santa osadía de decir la verdad con amor, de incomodar por tu Nombre, de perderlo todo antes que perderte a Ti.

Y que al final de mis días, no me reciba el aplauso del mundo, sino el abrazo del Cielo.

Amén.

Néstor Ojeda
Néstor Ojedahttps://www.catolic.ar
Néstor Ojeda es periodista y comunicador católico de Concepción del Uruguay, Entre Ríos. Durante más de diez años condujo programas en LT11 AM y fue productor de la serie “Los santos de la puerta de al lado”. Fundador de la Red Solidaria local, recibió el Premio Nacional “Gota en el Mar” al Periodismo Solidario. Actualmente dirige el portal catolic.ar, dedicado al análisis crítico de la actualidad social y eclesial.

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