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martes, septiembre 30, 2025

El alma no es un algoritmo: ¿Qué le grita la crisis de pánico a la Iglesia del siglo XXI?

En un mundo que ha convertido la ansiedad en la nueva epidemia, la Iglesia no puede darse el lujo de mirar para otro lado. El pánico, ese escalofrío que paraliza el cuerpo y el alma, y la histeria de conversión, ese enigma del sufrimiento que se manifiesta en el cuerpo, son un clamor que la comunidad eclesial debe escuchar con atención y caridad, sin reduccionismos ni facilismos.

No se trata de un simple problema de fe, ni de un asunto puramente médico, sino de un desafío integral que nos obliga a redefinir nuestra mirada sobre el ser humano y, sobre todo, sobre la sanación.

La crisis de pánico, ese torbellino de taquicardia, falta de aire y terror inminente, ha dejado de ser una anécdota para convertirse en una realidad cotidiana en parroquias, familias y seminarios. La histeria de conversión, ahora conocida como Trastorno Neurológico Funcional, es un recordatorio de que el alma, cuando sufre, puede hablar el lenguaje del cuerpo, manifestando parálisis, temblores o ceguera sin una causa neurológica evidente.

Ante estos fenómenos, los católicos nos vemos tentados a buscar una respuesta única: ¿Es un ataque demoníaco? ¿Una falta de fe? ¿Un problema psicológico? La respuesta, como casi siempre ocurre en el misterio de la vida, es mucho más compleja y rica.

El riesgo de la dicotomía: entre el exorcismo y el diván

Históricamente, la Fe ha tendido a abordar el sufrimiento mental y emocional de dos maneras extremas. Por un lado, la visión ultrarreligiosa que espiritualiza cada problema, atribuyendo el pánico a la influencia del maligno y la histeria a una posesión o a una debilidad moral.

En el otro extremo, se encuentra la postura que seculariza por completo el sufrimiento, relegando a Dios y a la vida espiritual a un plano decorativo, mientras se busca una solución puramente técnica en la farmacología o en la psicoterapia.

Ambas posturas son una caricatura de la visión cristiana del ser humano. El catolicismo auténtico siempre ha sostenido que somos una unidad indisoluble de cuerpo y alma, de materia y espíritu.

El Catecismo de la Iglesia Católica nos enseña que “el hombre es un ser a la vez corporal y espiritual” (CIC 362). Esto significa que un problema en la mente puede afectar al cuerpo, y un desequilibrio espiritual puede manifestarse en síntomas físicos. Ignorar una de las dimensiones es amputar al ser humano.

El sacerdote, por su formación, no es un psiquiatra. El psiquiatra, por su profesión, no es un director espiritual. Y ambos son necesarios para abordar la complejidad de una crisis de pánico o de una histeria de conversión.

Despreciar la medicina o la psicología en nombre de la Fe es una imprudencia que a menudo conduce a un sufrimiento innecesario y, en algunos casos, a la desesperación.

Del mismo modo, creer que el problema se resuelve con un cambio de hábitos o una pastilla, sin abordar la herida del alma, es una visión incompleta que deja al ser humano sin su horizonte de trascendencia.


Cuando el alma grita: el pánico como interpelación profética

La crisis de pánico, en su manifestación más cruda, puede ser un llamado de atención de Dios para reordenar la vida. No como un castigo, sino como una llamada a la conversión.

En una sociedad que valora la eficiencia, la velocidad y la autoafirmación, el pánico es la manifestación de que hemos perdido el control y de que no somos dueños de nuestras vidas. Es la fisura por donde se cuela la verdad: somos frágiles, vulnerables y dependemos de Alguien más grande que nosotros mismos.

Imaginemos a un joven católico que ha construido su identidad en base a su servicio en la parroquia, su activismo social y su “buenismo” religioso. Un día, sin previo aviso, sufre una crisis de pánico que lo deja postrado.

El terror lo invade, la certeza de que va a morir lo asfixia. Este evento, lejos de ser un simple desajuste bioquímico, puede ser una oportunidad para derribar la máscara de la autosuficiencia y enfrentar la verdad de su propia debilidad. El pánico, en este sentido, es un profeta incómodo que nos recuerda que la verdadera paz no reside en el control, sino en la entrega.


El misterio de la histeria de conversión: cuando el cuerpo se hace lenguaje del alma

La histeria de conversión, ese trastorno que desconcierta a la ciencia, nos obliga a un salto epistemológico. ¿Cómo puede una persona perder la vista, quedar paralizada o sufrir convulsiones sin una causa orgánica?

Para la Fe, este fenómeno no es una curiosidad científica, sino una ventana al misterio del ser humano herido. El cuerpo, en este caso, se convierte en la pantalla donde se proyecta un conflicto psicológico o espiritual no resuelto.

Una conocida psiquiatra católica, Marian Rojas Estapé, con su pluma incisiva, ha analizado en sus obras la profunda relación entre la Fe y el sufrimiento psíquico. Ella nos recuerda que la histeria, lejos de ser una debilidad, puede ser la única forma que tiene el alma para pedir auxilio cuando las palabras no son suficientes.

Es el cuerpo que grita lo que la boca calla. La sanación, por tanto, no puede limitarse a la dimensión física, sino que debe ir a la raíz del problema, que a menudo se encuentra en la falta de perdón, en los traumas del pasado o en la ausencia de sentido.

El reconocido periodista John L. Allen Jr., conocido por su agudeza al analizar la actualidad eclesial, ha documentado innumerables casos donde la Fe ha sido un factor decisivo en la sanación.

No como una varita mágica, sino como un contexto de sentido que permite al paciente reinterpretar su sufrimiento. La oración, los sacramentos, la dirección espiritual y la comunidad pueden ser el andamio sobre el que se reconstruye la persona, dándole las herramientas para integrar su dolor y encontrar un propósito incluso en la debilidad.


Hacia una pastoral integral: cómo acompañar a los heridos del alma

La Iglesia no puede seguir respondiendo a estos desafíos con soluciones a medias. Se necesita una pastoral integral que abrace la complejidad del ser humano. A continuación, algunas claves para construir este nuevo modelo de acompañamiento:

  1. Formación del clero y los agentes pastorales: Los sacerdotes y catequistas deben ser capacitados para identificar los síntomas de una crisis de pánico o de un trastorno de conversión. No para diagnosticar, sino para discernir y derivar a un profesional de la salud mental. Ignorar estos signos es un acto de irresponsabilidad pastoral. Es crucial que comprendan la diferencia entre un problema psicológico y un caso de posesión o de opresión demoníaca.
  2. Derribar el estigma: En muchos ambientes católicos, la salud mental es un tabú. Se considera que buscar terapia o tomar medicación es una señal de debilidad de la Fe. Es urgente que la Iglesia, como Madre y Maestra, eduque a sus fieles en la belleza de la integralidad humana y en la santidad de los médicos y psiquiatras que, con su ciencia, participan del poder creador de Dios.
  3. El poder sanador de la comunidad: La soledad es el caldo de cultivo de la angustia y el pánico. Una comunidad que acoge, que escucha sin juzgar y que acompaña en silencio, puede ser la primera terapia para una persona que sufre. Las parroquias deben convertirse en lugares donde los “heridos” se sientan seguros para mostrar su vulnerabilidad sin miedo a ser juzgados.
  4. La gracia y la ciencia, de la mano: En el tratamiento de la histeria de conversión, la psicoterapia puede ayudar al paciente a verbalizar el conflicto no resuelto. La dirección espiritual, por su parte, le ayudará a reinterpretar ese conflicto a la luz de la fe. Los sacramentos, en especial la Reconciliación y la Eucaristía, son medicina para el alma. El perdón de los pecados limpia las heridas espirituales que a menudo se manifiestan en el cuerpo, y la comunión con Cristo es la fuente de la paz que el mundo no puede dar.
  5. La adoración Eucarística como refugio: En medio de la tormenta de una crisis de pánico, el silencio de una capilla ante el Santísimo Sacramento puede ser un puerto seguro. No como un acto mágico que anula el dolor, sino como un espacio de encuentro con la Presencia que lo sostiene. La Adoración es una terapia para el alma que nos enseña a ser, a estar y a confiar en la Presencia de Dios en medio del caos. Es el anti-algoritmo de la autoayuda, la respuesta a la autosuficiencia.

El cristiano domesticado le teme al sufrimiento

La Fe católica no promete una vida sin sufrimiento, sino un camino para darle sentido. El cristiano que huye del dolor, el que busca una vida aséptica y sin sobresaltos, ha olvidado la Cruz. La crisis de pánico y la histeria de conversión, en su manifestación más profunda, nos recuerdan que la vida espiritual es una batalla, y que el sufrimiento es parte de la condición humana.

El Papa Francisco, con su estilo directo, ha denunciado a los “teólogos de sofá” y a los “pastores mudos” que, por temor a incomodar, han dejado de anunciar la verdad del Evangelio.

La verdad es que la Fe no es un placebo. Es una espada que nos exige una conversión radical. Y esa conversión a menudo duele.

Duele reconocer nuestras debilidades, nuestras heridas y nuestros pecados. Pero es en ese dolor, abrazado y ofrecido a Cristo, donde reside la verdadera sanación.


Conclusión: Del Sagrario al diván, y de vuelta al Sagrario

El camino de sanación para una persona que sufre una crisis de pánico o histeria de conversión es un peregrinaje que no admite atajos. Requiere valentía para enfrentar las propias heridas (psicoterapia), humildad para pedir ayuda (médicos y psiquiatras), y Fe para abandonarse a la providencia de Dios (sacramentos y dirección espiritual).

En este peregrinaje, el Sagrario y el diván no son excluyentes, sino complementarios. El diván nos ayuda a comprender por qué nos duele el alma. El Sagrario nos recuerda que ese dolor no es estéril, que tiene un sentido en el plan de Dios, y que la única paz que trasciende todo entendimiento se encuentra en el corazón herido de Cristo.

La Iglesia del siglo XXI está llamada a ser un hospital de campaña, como lo pedía el Papa Francisco.

Y en un hospital de campaña, el diagnóstico es tan importante como el consuelo, la medicina es tan necesaria como la oración. Y la sanación más profunda, esa que integra cuerpo, mente y alma, solo se encuentra en el encuentro con la Verdad que nos hace libres.

©Catolic

Néstor Ojeda
Néstor Ojedahttps://www.catolic.ar
Néstor Ojeda es periodista y comunicador católico de Concepción del Uruguay, Entre Ríos. Durante más de diez años condujo programas en LT11 AM y fue productor de la serie “Los santos de la puerta de al lado”. Fundador de la Red Solidaria local, recibió el Premio Nacional “Gota en el Mar” al Periodismo Solidario. Actualmente dirige el portal catolic.ar, dedicado al análisis crítico de la actualidad social y eclesial.

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