La Pascua ha sido secuestrada.
Nos la robaron los rituales sin alma, los saludos protocolares, las liturgias perfectamente ordenadas que esquivan el clamor del mundo.
Pero lo más grave es que la robamos nosotros mismos, los cristianos domesticados, tibios, funcionales al sistema.
Seguimos cantando “Aleluya” mientras niños mueren de hambre.
Seguimos encendiendo cirios en templos pulcros mientras afuera, las calles gritan violencia, soledad, exclusión.
Por Néstor Ojeda
¿Dónde está la Pascua?
¿Dónde está la resurrección cuando las guerras no cesan, cuando la sangre sigue mojando el polvo de esta tierra?
¿Dónde está cuando se aprueban leyes para matar a los más indefensos, cuando el aborto se celebra como victoria cultural, cuando los ancianos son desechados, cuando los jóvenes vagan vacíos de sentido?
¿Dónde está cuando nuestros templos callan, cuando nuestros pastores se enmudecen para no incomodar, cuando nuestros medios católicos se vuelven vitrinas piadosas pero inofensivas?
Y no es la piedra del Imperio Romano.
Es la piedra de nuestros miedos.
La piedra de nuestra cobardía eclesial.
La piedra de nuestras buenas intenciones jamás convertidas en acción.
“No podemos acostumbrarnos al mal ni dejar de llorar delante de la tragedia de la humanidad. El cristianismo no es una moral cómoda, es una revolución del amor y de la verdad.”
— Papa Francisco
Cristo ha resucitado, sí.
Pero su Resurrección no es un final feliz, es una provocación.
Una sacudida.
Una bomba que estalla en nuestras estructuras.
Porque el Resucitado no salió del sepulcro para que lo contemples como una postal, sino para incendiar el mundo con su fuego.
¿Y nosotros?
¿Dónde estamos?
La piedra sigue ahí. . .
Grande.
Fría.
Infame.
Bloqueando el sepulcro del mundo.
Estamos enredados en discusiones litúrgicas mientras la humanidad se desangra.
Estamos gestionando horarios de misa, retiros cómodos, eventos bien producidos, mientras el Reino sigue esperando su revolución.
Estamos contando “me gusta” y reproducciones en redes, mientras el Evangelio exige dar la vida.
Y en medio de todo,
el incienso sube.
Bello, místico, solemne…
pero a veces esconde el silencio cobarde de quienes no se atreven a denunciar.
El humo asciende, pero nuestras acciones no.
Nuestras oraciones suben, pero no se convierten en justicia.
Como dice Isaías: “Tu incienso me repugna… buscá la justicia, defendé al huérfano, abogá por la viuda.”
Ese es el incienso que agrada a Dios.
La Pascua no se celebra: se vive.
No se canta: se encarna.
No se recuerda: se arremanga.
¿Querés Pascua?
Entonces defendé la vida con uñas y dientes.
Perdoná a tu enemigo.
Renunciá a tu comodidad.
Salí a las periferias.
Callate un rato para escuchar el dolor de los otros.
Y cuando escuches, respondé con tu vida.
Cuando abandonemos nuestras comodidades, las pasiones,vicios, adicciones y egoísmos que nos convierten en prisioneros en vida en la torre del egocentrismo, de la avaricia y de la triple concuspicencia, para abrirnos al mundo, para sembrar el amor, la justicia, y la fraternidad, sólo ahí podremos decir y gritar a los cuatro vientos:
Jesús es el Señor!!!
La Pascua no ha llegado todavía para el mundo.
Llegará cuando las espadas se conviertan en arados. Isaías 2:4 / Miqueas 4:3
Cuando las manos que hoy fabrican máquinas de muerte siembren y cosechen trigo para alimentar a los hambrientos.
Cuando los cristianos dejemos de buscar poder y empecemos a lavar pies.
Cuando seamos escándalo de compasión, fuego de coherencia, puño en la mesa del mundo que grite: “¡La muerte no tiene la última palabra!”
La verdadera Pascua será cuando vos y yo dejemos de vivir para nosotros y empecemos a vivir como Él.
Entonces sí. Habrá Pascua.
Entonces sí. La piedra caerá.
Entonces sí. El mundo verá la luz.
©Catolic.ar