Una madre en Ghana se endeuda para pagar una cesárea. En Bolivia, un niño con leucemia muere esperando una medicina que su gobierno no pudo importar a tiempo. En Pakistán, las escuelas rurales cierran mientras los bancos extranjeros exigen más recortes. ¿Qué tienen en común estas tragedias? La respuesta es brutal: la deuda externa.
Pero no cualquier deuda: una deuda impía, que se cobra con hambre, con enfermedad, con exclusión. Una deuda que grita al cielo, mientras el sistema financiero mundial sigue acumulando beneficios sobre las espaldas de los más vulnerables.
Este fue el corazón del Informe Jubilar presentado el 19 de junio en la Casina Pio IV, en el Vaticano. Un documento redactado por más de 30 economistas de primer nivel, convocados por el Papa Francisco, que propone un giro radical: reestructurar, sin más dilación, la arquitectura financiera internacional.
Una crisis global con rostro humano
El informe no escatima cifras: 3300 millones de personas viven en países donde se gasta más en pagar intereses que en salud. Otros 2100 millones, donde se invierte más en deuda que en educación. Más de 54 países destinan el 10% o más de sus ingresos fiscales al servicio de deudas contraídas bajo reglas impuestas.
Estas no son estadísticas. Son gritos. Son ataúdes. Son escuelas cerradas. Son vacunas que no llegan. Son niños que aprenden a rezar para que no enferme su madre porque no hay hospitales.
Un sistema creado para someter
Como denunció el economista y Nobel Joseph Stiglitz durante la presentación, la actual estructura de la deuda fue diseñada no para el desarrollo, sino para el control. Después de la crisis de 2008, los capitales especulativos salieron en busca de rentabilidad a cualquier costo, y muchos países pobres se endeudaron a tasas impagables. El resultado: una nueva colonización, más sutil pero igual de letal.
Martín Guzmán, exministro argentino y uno de los impulsores del informe, fue claro: si no se interviene con urgencia, las desigualdades se profundizarán y la estabilidad global se derrumbará como un castillo de naipes.
La deuda como pecado estructural
El Papa Francisco ya lo había denunciado en la Jornada Mundial de la Paz 2025: “Es inmoral cobrar sobre lo que ha causado muerte”. El cardenal Parolin, al leer su mensaje durante la presentación, reiteró que la deuda no puede ser una excusa para la injusticia permanente.
Y en palabras que resuenan como martillo, el cardenal Turkson recordó: “Las finanzas deben estar al servicio de las personas. La justicia y la solidaridad deben ser nuestra brújula”.
Este lenguaje no es sólo diplomático. Es profundamente evangélico. La deuda, en su forma actual, es un pecado estructural. Es la parábola del siervo despiadado multiplicada a escala planetaria.
Doctrina Social de la Iglesia, en acción
Desde León XIII hasta León XIV, la Iglesia ha insistido: la economía está para servir, no para dominar. Este informe no sólo continúa esa línea: la radicaliza. Francisco y ahora León XIV abren una nueva etapa del magisterio social católico.
Sor Helen Alford, presidenta de la Pontificia Academia de Ciencias Sociales, habló de la “deuda ecológica” que el Norte global le debe al Sur: años de explotación de recursos, comercio injusto, desigualdades acumuladas.
El Papa León XIV, en su misa de inicio de pontificado, lo expresó sin rodeos: “Vivimos bajo un paradigma económico que explota la Tierra y margina a los pobres”.
Propuestas concretas, alma cristiana
No es sólo una denuncia. El Informe Jubilar propone:
- un mecanismo internacional para reestructuración de deuda,
- la condonación de pasivos impagables por parte de los países ricos,
- nuevas reglas para préstamos multilaterales sin asfixia,
- inversiones éticas a largo plazo,
- y un código internacional de conducta financiera, con principios éticos y no solo técnicos.
Es tiempo de cambiar las reglas. De devolver a la economía su dimensión humana. De permitir que los pueblos respiren, crezcan, se desarrollen.
¿Y nosotros, qué?
Nos toca a todos. No basta con aplaudir desde lejos. La Iglesia —pueblo de Dios— debe ser profética: desde los púlpitos, desde las cátedras, desde los barrios.
Tenemos que exigir políticas soberanas, comercio justo, bancos éticos, organismos financieros responsables. Debemos denunciar el saqueo moderno, tan cruel como el de la época colonial.
Y también, animar nuevas prácticas: consumo consciente, ahorro solidario, economía de comunión, microcréditos verdaderamente humanos, redes de resistencia civil y eclesial.
Un Jubileo que sane el alma del mundo
Hace 25 años, Juan Pablo II apoyó la cancelación de deuda a los países más pobres. Hoy, León XIV y Francisco retoman esa bandera. No como un gesto de caridad, sino como un acto de justicia.
El mundo necesita un Jubileo. No solo económico: espiritual. Necesitamos liberar no solo números, sino corazones. Volver a poner al ser humano en el centro. Porque la deuda que más pesa sobre el planeta no es financiera, sino moral.
Y esa deuda sí que no admite más intereses.