La Diócesis de Gualeguaychú, faro de esperanza y urgencia evangelizadora
En el corazón de Entre Ríos, nuestra Diócesis de Gualeguaychú resiste, late, y clama. Clama por una renovación profunda, por una reforma espiritual y pastoral que no se conforme con el status quo.
Bajo el liderazgo de Monseñor Héctor Luis Zordán y con la fuerza de un pueblo de Dios que no se resigna, nos atrevemos a gritar con el corazón encendido: ¡Despertemos! El tiempo de soñar ya pasó. Es hora de actuar.
Esto no es idealismo. Es un llamado profético, forjado desde el amor a Cristo y al pueblo, desde las heridas abiertas y los silencios cómplices que nos urgen a cambiar.
I. Arraigo apostólico: sin clericalismo, con comunión
Nuestra diócesis solo será fiel a su vocación si vuelve con decisión a las raíces apostólicas. No a una nostalgia romántica, sino a una fidelidad encarnada en el hoy.
Queremos comunidades que no funcionen como “capillas privadas”, sino como espacios vivos de fraternidad evangélica. La Palabra al centro, la Eucaristía como corazón, y la vida compartida como testimonio.
La autoridad apostólica no puede seguir siendo gestionada desde escritorios o protocolos. El clericalismo mata la frescura del Espíritu. Necesitamos obispos y sacerdotes que huelan a calle, a barro, a lágrimas. Que escuchen más de lo que hablan. Que sean puentes, no filtros. Que caminen con el pueblo y no por encima.
Y esto implica una catequesis que deje de ser poco atractiva, sin alma, repetitiva. Queremos itinerarios que conduzcan al fuego del encuentro con Jesús. Que cada laico sepa que no está de adorno, sino llamado al combate misionero. La Sagrada Escritura debe dejar de ser adorno litúrgico y convertirse en pan cotidiano.
También debemos animarnos a una autocrítica seria: ¿por qué no hay vocaciones?
El cierre del Seminario Diocesano y la transferencia de los pocos seminaristas a la Arquidiócesis de Mercedes-Luján no puede ser analizado solo desde el mundo secularizado o la falta de religiosidad. ¿Y si faltan vocaciones porque escasea el testimonio apasionado de los consagrados? ¿Y si lo que no contagia, es que ya no convence?
Esta es una pregunta que no podemos seguir evitando.
II. Urgencia misionera: salir del templo, entrar en la vida
La Iglesia no puede seguir esperando que la gente regrese. ¡Hay que ir a buscarla! Jesús no esperó: se metió en casas de pecadores, caminó con prostitutas, sanó en sábado. ¿Y nosotros?
Nuestra diócesis necesita una conversión radical de mentalidad. Que no se gasten energías en sostener estructuras estériles. Que los templos no estén vacíos de pobres y llenos de comodidad. Es tiempo de Iglesia en salida, sin maquillaje.
Misionar no es un plan pastoral. Es la identidad misma del cristiano. Cada bautizado es un enviado. ¿Dónde están nuestros jóvenes? ¿Por qué se van? ¿Quién los escucha? Hay que salir a buscarlos donde estén: escuelas, redes sociales, gimnasios, bares. Y hay que hablarles en su lenguaje, sin rebajar el Evangelio.
Mientras tanto, vemos con inquietud cómo crecen los templos evangélicos, pentecostales y protestantes, llenos cada fin de semana. ¿Por qué muchos católicos migran a otras confesiones? ¿Qué lenguaje, cercanía o ardor están encontrando allí que no encuentran en nuestras comunidades? Si no leemos estos signos con humildad, estamos condenados a seguir perdiendo a los nuestros.
La respuesta no está en importar modelos “enlatados” de evangelización de otras tradiciones religiosas, que hoy se promueven como soluciones mágicas, cuando hay personas, religiosos y laicos, dotados de una creatividad prodigiosa, para desarrollar nuevas formas, estilos y desarrollos pastorales, para una nueva Evangelización, especialmente pensando en los jóvenes.
¿Dónde queda nuestra propia mística, la sabiduría de los santos, los testimonios de vida, la fuerza de la Palabra y los sacramentos? ¿Cómo es posible que debamos buscar en otros lo que ya poseemos, incluso si no lo valoramos o difundimos adecuadamente?
San Juan Pablo II nos exhortó a una “nueva evangelización”, nueva en su ardor, métodos y expresión. Y el Papa Francisco nos habló de los “santos de la puerta de al lado”.
No necesitamos fórmulas prefabricadas: necesitamos despertar lo que ya arde, aunque esté escondido bajo las cenizas.
La pastoral misionera no puede limitarse a eventos. Necesitamos procesos. Equipos preparados, laicos empoderados, comunidades orantes y audaces. Y también una diócesis que mire más allá: cooperación con otras iglesias, envío de misioneros, compromiso real con la misión ad gentes.
III. Voz profética: incomodar, denunciar, anunciar
¿Dónde está la voz de nuestra diócesis cuando se violan derechos, se desprecia la vida o se condena a miles a la pobreza? ¿Callamos por miedo? ¿O porque hemos hecho las paces con el poder?
La Iglesia no fue llamada a agradar a todos, sino a ser fiel al Evangelio. Eso implica incomodar. Señalar las heridas. Denunciar la corrupción, la injusticia, el descarte sistemático. Que nuestra voz no tiemble ante los poderosos ni se diluya entre palabras neutras.
Queremos una diócesis que se levante por los pobres, los migrantes, los chicos esclavizados por la droga, los ancianos olvidados, los niños no nacidos. Que la Doctrina Social de la Iglesia deje de ser un documento archivado y se vuelva praxis viva.
También hay que denunciar dentro: estructuras cerradas, autoritarismo, misoginia eclesial, falta de transparencia económica. El pueblo de Dios tiene derecho a una Iglesia limpia, audaz, santa y valiente.
Pero la profecía no es solo denuncia. Es también esperanza. Que seamos sembradores de futuro. Que desde nuestras comunidades brote una cultura del encuentro real, del pan compartido, del perdón sincero.
IV. Sólida base teológica: conocer para amar y servir
No hay renovación sin formación. La ignorancia no es virtud. La fe superficial no resiste las tormentas culturales de hoy.
Nuestra diócesis debe formar profundamente a sus ministros y a su pueblo. Sacerdotes que no repitan fórmulas sin alma, sino que enseñen con claridad, unción y fundamento. Laicos que piensen, disciernan y actúen desde una fe razonada.
Hace falta promover escuelas de formación teológica, accesibles y de calidad. Que se estudie Dogmática, Moral, Escritura, Liturgia, Historia, Teología Pastoral. Que cada parroquia tenga una mini escuela misionera. Que se lean los documentos del Magisterio, no por cumplir, sino para alimentar el alma.
Y que todo esto nos lleve a orar mejor. A adorar más. A vivir la liturgia con asombro. Porque el conocimiento de Dios no es para vanagloria intelectual, sino para amar más y servir con mayor radicalidad.
Epílogo: del sueño a la urgencia profética
No se trata ya de soñar. El tiempo de los sueños ha pasado. Es la hora de la conversión, del testimonio, del coraje. Nuestra diócesis no necesita gestores, sino profetas. No espera reformas administrativas, sino una resurrección espiritual.
Monseñor Zordán, el clero, los religiosos, las religiosas, el laicado entero: todos estamos llamados a arder. A arder en fe, en caridad, en compromiso. A dejar de lado los miedos, los cálculos, las excusas.
Que Nuestra Señora del Rosario, patrona de esta tierra bendita, interceda para que esta diócesis no sea sólo paisaje, sino crisol de santidad. Y que, con la gracia de Dios, esta visión no se archive, sino que comience hoy, en cada comunidad, en cada hogar, en cada corazón dispuesto a ser instrumento del Reino.
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