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sábado, agosto 9, 2025

El abrazo que regula

I. Un lugar donde todo se aquieta

En el vértigo de los días y en la angustia sin nombre que a veces asfixia, hay una escena simple que tiene el poder de recomponerlo todo: un abrazo. No cualquier abrazo, sino uno sincero, sostenido, en el que dos cuerpos dejan de temerse y comienzan a escucharse. El abrazo que regula no es metáfora ni consuelo poético: es encuentro real que devuelve a la persona un ritmo vital, una respiración nueva, un sentido de pertenencia.

II. El cuerpo también ora

La Fe no es solo una idea que se acepta o una doctrina que se comprende: es una experiencia que toma cuerpo. El abrazo —sobre todo en el momento del pánico, la tristeza o la desorientación— se transforma en sacramento vivencial, en un lenguaje más fuerte que las palabras. Como decía San Francisco de Sales: “Nada es pequeño en el amor”. Ese contacto que rodea y contiene, puede ser la oración más pura de un día sombrío.

III. Neurobiología de la ternura

Las investigaciones modernas sobre la oxitocina, el sistema nervioso parasimpático y la co-regulación emocional coinciden en una afirmación que los santos ya intuían: el amor calma, y el cuerpo lo sabe. Un abrazo sostenido entre personas que se quieren genera cambios fisiológicos medibles: baja la frecuencia cardíaca, disminuye el cortisol, se activa el sistema vagal. Pero lo más importante es que se eleva el umbral de la soledad, se desactiva la alerta constante, y se permite descansar.

IV. Jesús también abrazaba

En los Evangelios no se habla explícitamente del “abrazo de Jesús”, pero se lo muestra una y otra vez tocando, tomando de la mano, imponiendo las suyas con ternura, levantando niños y acercándose a los leprosos. El Dios que se hizo carne se hizo también abrazo. La Encarnación no es solo doctrina: es ternura manifestada, caricia redentora, presencia que se deja sentir. Evangelizar las emociones es recordar que la fe también se abraza.

V. El abrazo en la noche oscura

Hay noches interiores en que las palabras ya no consuelan y la mente no colabora. Quien sufre ataques de pánico, dolores de ansiedad o estados de desesperanza sabe que nada resulta suficiente. Pero hay algo que no falla: la presencia firme y amorosa de quien está ahí, sin juzgar ni querer explicar. El abrazo en la noche es una forma de resurrección: no cambia la situación, pero le da otra luz.

VI. El cuerpo de la Iglesia también abraza

Muchos creyentes han tenido experiencias espirituales desoladoras no por falta de fe, sino por falta de comunidad. Una Iglesia que no abraza, que no contiene, que no regula, deja a sus miembros vulnerables a los miedos más primarios. Evangelizar las emociones es también formar comunidades capaces de sostener, de dar calor humano y espiritual, de crear vínculos reparadores.

VII. Dejarse abrazar por Dios

San Juan de la Cruz decía que, en los momentos más oscuros, Dios “abraza el alma sin que ella lo sienta”. Hay abrazos divinos que no pasan por la piel, pero que impactan más hondo que cualquier experiencia sensible. La oración contemplativa, la adoración eucarística, el silencio en presencia del Amado, son también formas en que el alma es contenida. Quien ha sido abrazado así, difícilmente vuelve a vivir igual.

VIII. El abrazo como forma de misión

En tiempos de redes sociales, ansiedad colectiva y vínculos líquidos, abrazar es casi un acto profético. En lugar de likes, contacto real. En lugar de debates, presencia amorosa. Evangelizar las emociones es anunciar que el Reino también se manifiesta cuando alguien, simplemente, se atreve a estar, a abrazar, a sostener. Lo demás vendrá por añadidura.

IX. Una pastoral del consuelo

Hace falta pensar una pastoral que incluya la dimensión emocional como parte esencial del acompañamiento. No se trata de psicologizar la fe, sino de encarnarla. De comprender que muchas veces, antes de un retiro, una charla o una catequesis, lo que alguien necesita es un abrazo que le diga: “No estás solo”. Un abrazo puede preparar el alma para el anuncio.

X. Conclusión profética

El abrazo que regula no es un gesto ingenuo ni un acto débil: es una decisión espiritual profunda. Es un “sí” al otro, una afirmación de su dignidad y de su derecho a ser contenido. En un mundo donde todo empuja a la hiperactividad, a la autosuficiencia y a la desconexión, abrazar con verdad es un modo de resistencia cristiana. El mismo Dios se hizo carne para abrazarnos desde la cruz. Y nos invita a hacer lo mismo.

Nota: Esta entrega pertenece a la serie “Evangelizar las emociones” publicada en catolic.ar.

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