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sábado, agosto 9, 2025

El ángel de la bicicleta: ¿santidad popular y causa en suspenso?

Subite a mi bicicleta”, cantó León Gieco. Pero el nombre que inspiró ese verso murió de rodillas, rogando que no dispararan. Claudio “Pocho” Lepratti tenía 35 años y trabajaba como auxiliar en un comedor escolar. Lo mataron durante la represión policial de diciembre de 2001, mientras gritaba desde el techo de una escuela: “¡Dejen de tirar que hay chicos comiendo!”.

Por Néstor Ojeda

Desde aquel día, la figura de Lepratti, el Angel de la Bicicleta, comenzó a trascender los límites de la militancia social para transformarse, para muchos, en una referencia moral y espiritual. Su nombre se convirtió en calle, en mural, en canción. Pero también comenzó a circular, con fuerza creciente, una percepción más profunda: la de que su vida podría tener rasgos de santidad. ¿Una santidad popular que incomoda? ¿Una causa que nunca llegará a iniciarse?


Una vida entregada, desde abajo

Nacido en Concepción del Uruguay, Entre Ríos, Claudio Lepratti fue marcado desde joven por la espiritualidad salesiana. Su paso por un colegio de Don Bosco dejó huella: no solo por su formación religiosa, sino por el compromiso concreto que asumió con los más vulnerables. Optó por una vida sencilla, cercana a los barrios populares, trabajando como educador, referente social y militante cristiano.

Trasladado a Rosario, se integró en comunidades de base y experiencias de inserción social. Comedores, grupos juveniles, espacios de contención y formación popular fueron el escenario cotidiano de su vida. Quienes lo conocieron coinciden en que no era carismático en el sentido clásico, pero sí hondamente coherente. Su opción por los pobres no era retórica: la vivía con una intensidad mística y callada.

Era un hombre laico, célibe por decisión personal, profundamente evangélico. Prefería escuchar antes que hablar, acompañar antes que dirigir, compartir antes que imponer. Vivía en comunidad, se ganaba la vida como auxiliar escolar, y su fe se expresaba en el servicio cotidiano. “Claudio vivía como vivió Jesús”, diría años después uno de sus compañeros.

El día que se convirtió en símbolo

El 19 de diciembre de 2001, Rosario ardía. La represión de las fuerzas de seguridad se volvía cada vez más violenta. Pocho subió al techo de la escuela donde trabajaba, tratando de proteger a los chicos que estaban comiendo. Alcanzó a gritar una vez más: “¡No disparen, acá hay chicos!”. Una bala policial le atravesó la garganta.

Su muerte fue tan absurda como brutal. Y, precisamente por eso, tan significativa. Porque su último gesto no fue de huida ni de denuncia: fue de protección. Murió como vivió: cuidando a los demás. Desde entonces, su figura se expandió como símbolo, no sólo de resistencia, sino de ternura evangélica.

Fama de santidad… ¿y freno eclesial?

León Gieco le dedicó la canción “El ángel de la bicicleta”, que lo convirtió en parte de la memoria colectiva. También comenzaron a surgir expresiones de veneración popular. Algunos sacerdotes jóvenes, especialmente del ámbito salesiano, vieron en él una figura martirial: no en el sentido clásico de persecución religiosa, sino como testigo del Evangelio hasta las últimas consecuencias.

Incluso se habló de una posible causa de canonización. Un grupo de sacerdotes salesianos, conmovidos por su figura, habría impulsado informalmente una primera recolección de testimonios. Sin embargo, según versiones no confirmadas oficialmente, el impulso fue desalentado por el entonces arzobispo de Rosario. ¿Motivos? Algunos sugieren prudencia pastoral; otros, diferencias ideológicas. Lo cierto es que, hasta hoy, la causa no ha sido abierta.

¿Qué pesa más: el testimonio o la política?

¿Hay temor a que su historia resulte incómoda? ¿Pesa más su dimensión cristiana o su compromiso militante? ¿Se trata de una figura que interpela demasiado a una Iglesia que, por momentos, parece más dispuesta a canonizar santidades dulces que vidas radicales?

Una realidad que no puede soslayarse es que muchas causas de canonización —incluso algunas que avanzan velozmente— cuentan con fondos, estructura, apoyo episcopal y un postulador que impulse los trámites en Roma. Pero cuando una vida santa brota en los márgenes, sin organización, sin recursos y sin poder, el camino se vuelve mucho más lento o directamente se frena.

Santidades expréss… y otras en pausa

En los últimos años, la Iglesia ha canonizado en tiempo récord a figuras como Carlo Acutis o Juan Pablo II. Con procesos veloces, gran cobertura y decisión institucional.

En contraste, otros testigos del Evangelio quedan detenidos en la puerta. Pocho Lepratti, como muchos laicos comprometidos, mártires sociales y cristianos del margen, no entra en el canon oficial.

La tensión entre santidad popular y santidad oficial

En el imaginario colectivo, Pocho ya es santo. Cada aniversario de su muerte lo confirma. Cada joven que lleva su nombre. Cada docente que enseña su historia. Cada vez que se escucha la canción de Gieco. En los barrios, lo llaman “ángel” sin ironía. Es una santidad que no nace del púlpito, sino del testimonio. Que no requiere vitrinas ni estampitas: basta con recordar su gesto último, su grito protector.

Y sin embargo, la Iglesia aún guarda silencio. Tal vez sea hora de preguntarse si no estamos ante uno de esos casos donde la santidad brota de abajo, del dolor, de la sangre inocente. Y si no le toca a esta generación hacer lo que otras demoraron: reconocer lo que el pueblo ya intuye.


En búsqueda de testimonios

Este medio continúa recopilando testimonios de quienes conocieron a Pocho. Especialmente en su Entre Ríos natal, donde vivió su infancia y adolescencia, y donde aún se lo recuerda con afecto, respeto y una cierta nostalgia que roza lo sagrado.

Quienes quieran aportar experiencias, recuerdos o información, pueden escribir a: aldeaglobal.news@gmail.com


Epílogo abierto

“¿Y si la santidad también tuviera forma de bicicleta y grito valiente en un techo de escuela?”

No hay respuesta definitiva. Pero hay vidas que, sin pedir permiso, se meten en nuestra conciencia y nos exigen otra mirada. Claudio Lepratti parece ser una de ellas.

Una vida sin templo, sin hábitos ni púlpito. Pero con Evangelio en la piel, con pan compartido en cada merienda, con palabra justa en cada esquina. Tal vez haya que mirar ahí, donde el Reino suele esconderse, para encontrar a los santos que faltan.

Serie “Santos en pausa” — Nota 2

👉 Ver nota anterior: Introducción a las santidades detenidas
📌 Próxima entrega: Jordán Bruno Genta y Carlos Alberto Sacheri

©Catolic

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