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sábado, agosto 9, 2025

Enrique Shaw, sangre viva del Evangelio en la empresa

Enrique Shaw fue empresario, padre de familia y marino. Pero sobre todo fue santo. Un santo moderno, imposible de encasillar, que anticipó el modelo de Iglesia en salida. Su beatificación inminente no es sólo un acto eclesial: es una declaración profética.

Por Néstor Ojeda

Cuando el alma de una empresa se vuelve humana

En un mundo donde la palabra “empresario” suele asociarse con codicia, explotación o indiferencia social, el nombre de Enrique Shaw resplandece como una anomalía luminosa. Pero no fue una anomalía: fue una profecía. Su vida, tejida entre los engranajes de la industria, las olas de la Armada y el latido de una familia numerosa, prueba que la santidad puede florecer en los pasillos de una fábrica, entre balances contables y decisiones ejecutivas.

Nacido en París en 1921, Enrique no tardó en volver con sus padres argentinos a Buenos Aires, donde quedó huérfano de madre a los cuatro años. Fue criado por un sacerdote sacramentino, educado en el Colegio La Salle y formado como oficial en la Escuela Naval. Su vida parecía orientada al éxito desde todos los estándares sociales. Pero fue Dios quien cambió su brújula interior: en 1939, un simple folleto sobre la Doctrina Social de la Iglesia le abrió un horizonte nuevo. No dejaría nunca más de navegar hacia esa costa invisible: el Reino de Dios en medio del mundo secular.

Patrón que no se impone, sino que se dona

La renuncia a la carrera naval fue radical. ¿Por qué dejar el mar por las fábricas? ¿Por qué el escritorio de una empresa en lugar del puente de mando de un buque? La respuesta fue clara: el Evangelio necesitaba encarnarse en la economía, no como ideología, sino como testimonio.

Shaw se incorporó a Cristalerías Rigolleau, donde rápidamente ascendió hasta convertirse en Gerente General. Desde allí transformó silenciosamente el paradigma empresarial: los obreros no eran recursos, eran hermanos. Y su función de patrón no era un privilegio, sino un servicio. Una función redentora, decía, que debía sembrar esperanza, ver la realidad y renunciar al beneficio inmediato por el bien común. En medio de las tensiones laborales del peronismo, fue perseguido y encarcelado. Pero nunca cedió a la violencia. Resistió con ternura.

El cuerpo místico también tiene rostro de obrero

La fundación de la ACDE en 1952 fue su aporte estratégico al futuro. No quería ser un caso aislado, quería institucionalizar un nuevo modo de ser empresario. Años después, impulsó la ley de asignaciones familiares, contribuyó a fundar la UCA, escribió obras clave como Eucaristía y vida empresaria, y articuló una visión empresarial eucarística: la empresa como comunidad de vida y no sólo de producción. Como recordaba, “la sangre de mis obreros corre por mis venas”: 260 de ellos se ofrecieron como donantes cuando su cuerpo ya enfermo necesitaba transfusiones. Eso no es caridad: es comunión.

La Fe que no se aplica, se disuelve

Enrique Shaw no fue un teórico. Cada página escrita, cada discurso pronunciado, cada decisión ejecutiva estuvo marcada por una espiritualidad encarnada. Su matrimonio con Cecilia Bunge y sus nueve hijos fueron parte activa de su vocación. La santidad no se dio en claustros ni púlpitos, sino en la fidelidad doméstica, el cansancio del trabajo diario y el dolor del cáncer terminal, que lo llevó a la muerte con 41 años. Un joven mártir del compromiso social cristiano.

El Papa Francisco, que impulsó su causa desde Buenos Aires, entendió la potencia de este testigo: un laico, empresario, esposo y padre que vivió las Bienaventuranzas en tiempo real. No habló desde la cátedra, habló desde la coherencia.

Beatificar la economía, santificar la historia

Enrique Shaw será, con toda probabilidad, beatificado en el Año Jubilar 2025. Y esa decisión no es neutra. Es teológica. Es política. Es profética. En un mundo devorado por la idolatría del dinero, la precarización laboral y la indiferencia frente al sufrimiento humano, la Iglesia eleva como modelo a un empresario que se dejó crucificar por amor a sus obreros.

No es marketing religioso. Es una señal escatológica: la economía puede ser un camino de salvación, si está tejida por manos limpias, corazones rectos y decisiones que busquen el bien común.

Enrique Shaw no será sólo “un santo más”. Será el rostro visible de una Iglesia que reconoce la santidad cotidiana, la entrega sin espectáculo, el heroísmo de quien hace lo correcto cuando nadie aplaude. Beatificarlo será un acto de justicia, sí. Pero también un llamado urgente a todos los católicos que trabajan, producen, gestionan, contratan y arriesgan: la santidad es también para vos.

Fuente original: catolic.ar

©Catolic

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