Nos encontramos a las puertas de un nuevo cónclave, un acontecimiento que podría marcar no solo el futuro inmediato de la Iglesia, sino también el rumbo de la humanidad. En este contexto de trascendencia espiritual e histórica, conviene detenerse a reflexionar sobre el verdadero protagonista de este proceso: el Espíritu Santo.
El cónclave: algo más que una votación
Aunque jurídicamente regulado por la constitución apostólica Universi Dominici Gregis, el cónclave es, ante todo, un evento de oración. Los cardenales electores, menores de 80 años, se reúnen tras una serie de misas y congregaciones generales. En ellas comparten impresiones sobre el estado del mundo y de la Iglesia, y las cualidades que debería tener el nuevo Papa. Finalmente, se dirigen a la Capilla Sixtina, donde en aislamiento y bajo juramento de secreto, comienzan las votaciones.
Pero este proceso, a menudo malinterpretado por los medios, no es un simple ejercicio político ni un casting para elegir al mejor gestor. Las etiquetas como «progresista», «conservador» o «moderado» son insuficientes y equivocadas. El cónclave no responde a la lógica humana, sino a la lógica de Dios.
Las tres miradas equivocadas sobre el cónclave
Son frecuentes tres enfoques errados que dificultan entender lo que ocurre en un cónclave:
La mirada de los intereses: ya sean económicos, ideológicos o de poder. Una narrativa propia de la industria del entretenimiento que convierte el proceso en una especie de novela de intrigas.
La mirada ideológica: que presenta a los cardenales como señores que debaten sus visiones del mundo, ignorando su fe y su vocación de servicio.
La mirada de las cualidades humanas: que valora a los candidatos según sus dotes intelectuales, idiomáticas o de liderazgo, como si se tratase de una elección empresarial.
Ninguna de estas miradas es justa ni acertada. El verdadero criterio es el amor a Cristo y la disposición a cargar con su cruz.
La lógica de la fe: el menos indicado puede ser el elegido
El cardenal Reginald Pole, citado por Benedicto XVI, decía que el más idóneo para ser Papa es aquel que parece el menos apto desde una perspectiva humana. El Papa no es elegido por saber idiomas ni por su prestigio, sino por su fe y su amor. Así lo quiso Jesús con Pedro, a quien eligió no por sus méritos, sino por su amor incondicional.
¿Cómo actúa el Espíritu Santo?
El Espíritu Santo no elige con rayos y truenos. Actúa en la conciencia de los cardenales a través del aislamiento, la oración, la convivencia, y la transparencia espiritual de algunos de ellos. Puede hablar mediante el testimonio de santidad, la claridad de una propuesta pastoral, o incluso la progresiva convergencia de votos.
Es un proceso de discernimiento comunitario y espiritual. Los cardenales, lejos del ruido del mundo, se abren a las mociones del Espíritu. A los fieles nos corresponde orar para que el Espíritu sople con fuerza y claridad.
Un tiempo de gracia y oración
El Colegio Cardenalicio ha pedido explícitamente a todo el pueblo de Dios que viva este momento como un tiempo de gracia y discernimiento espiritual. El himno de Pentecostés resume bien esta súplica:
“Ven, Espíritu divino, manda tu luz desde el cielo… Entra hasta el fondo del alma, divina luz y enriquécenos… Dale al esfuerzo su mérito, salva al que busca salvarse, y danos tu gozo eterno.”
La elección del nuevo Papa no depende de cálculos humanos. Solo el Espíritu Santo sabe quién será el sucesor de Pedro. A nosotros nos toca rezar, confiar y esperar.
Himno de Pentecostés
Ven, Espíritu divino, manda tu luz desde el cielo.
Padre amoroso del pobre; don, en tus dones espléndido; luz que penetra las almas; fuente del mayor consuelo.
Ven, dulce huésped del alma, descanso de nuestro esfuerzo, tregua en el duro trabajo.
Brisa en las horas de fuego, gozo que enjuga las lágrimas y reconforta en los duelos.
Entra hasta el fondo del alma, divina luz, y enriquécenos.
Mira el vacío del hombre, si tú le faltas por dentro; mira el poder del pecado, cuando no envías tu aliento.
Riega la tierra en sequía, sana el corazón enfermo, lava las manchas.
Infunde calor de vida en el hielo, doma el espíritu indómito, guía al que tuerce el sendero.
Reparte tus siete dones, según la fe de tus siervos.
Por tu bondad y tu gracia, dale al esfuerzo su mérito; salva al que busca salvarse y danos tu gozo eterno.
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