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sábado, agosto 9, 2025

Gustavo Carlos Mangisch: Un Testimonio de Fe, Pasión y Entrega

Hablar de Gustavo Carlos Mangisch es adentrarse en la historia de un hombre que vivió con pasión su fe, su vocación educativa y su servicio a la Iglesia. Su legado permanece vivo en quienes tuvieron la bendición de compartir su camino, en los estudiantes que formó, en los jóvenes que inspiró y en la comunidad cristiana que tanto amó.

Nestor Ojeda

Desde su temprana juventud, Gustavo sintió el llamado a servir a la Iglesia, un llamado que abrazó con una convicción inquebrantable. Su paso por la Pastoral de la Juventud marcó una época de fervor, de búsqueda, de encuentro. Allí, en el seno de una Iglesia viva y en constante movimiento, forjó su espíritu evangelizador, comprendiendo que la labor del cristiano no es la mera contemplación, sino la acción concreta en favor del prójimo.

Junto a su esposa, compartió el compromiso de guiar y animar a cientos de jóvenes en su camino de fe, transmitiendo no solo conocimientos, sino una forma de vida cristiana basada en el servicio y la alegría del Evangelio. Su liderazgo en la Pastoral no solo se limitó al acompañamiento, sino que también se tradujo en una labor organizativa y formativa de gran impacto, consolidando grupos y comunidades que, hasta el día de hoy, recuerdan su impronta.

Uno de los momentos más trascendentales de su vida fue su participación en la histórica visita del Papa Juan Pablo II en 1987 a Argentina y su presencia en la primera Jornada Mundial de la Juventud en 1984. La imagen del Santo Padre abrazando a los jóvenes quedó grabada en su corazón y reafirmó su misión: hacer de la educación un puente sólido entre la fe y el mundo, un instrumento poderoso de transformación.

La vibrante energía de esos días, la alegría de una juventud que encontraba en Cristo su camino, moldearon su visión de futuro y su compromiso con las nuevas generaciones. Se dice que, en aquellos encuentros, Gustavo vivió momentos de profunda oración y discernimiento, consolidando su convicción de que la educación debía ser el espacio privilegiado para formar discípulos comprometidos con la sociedad.

No se puede hablar de Gustavo Mangisch sin mencionar su profunda relación con el cardenal Eduardo Pironio. De él aprendió que la fe no es estática, sino que debe ser vivida con una alegría esperanzadora. Gustavo y su esposa, en su rol de dirigentes juveniles, encontraron en Pironio a un padre espiritual, alguien que no solo los guiaba con palabras, sino con su testimonio de vida. Compartieron innumerables encuentros y diálogos en los que el cardenal les transmitía su visión de una Iglesia en salida, comprometida con los pobres y con los jóvenes. Aquellos años fueron de crecimiento y maduración, y la influencia de Pironio quedó grabada en su modo de pensar y de actuar, llevándolo a ser un referente del liderazgo cristiano en el ámbito educativo.

Su mayor legado lo dejó en su extensa labor como Director General del Grupo Educativo Marín, un puesto que ocupó entre 1988 y 2012. Durante esos años, su liderazgo se caracterizó por una búsqueda constante de la excelencia académica, pero sobre todo por su incansable trabajo en la formación humana y espiritual de cada alumno. No concebía la educación como un mero cúmulo de conocimientos, sino como una herramienta para forjar personas íntegras, comprometidas con la sociedad y con los valores cristianos.

Gustavo no solo dirigía con sabiduría, sino que vivía con intensidad cada momento. Su presencia era inconfundible: su voz firme, su mirada profunda y esa mezcla de seriedad y ternura que lo hacía cercano y entrañable. Exigente, sí, pero siempre justo, siempre humano. Su vida fue un testimonio palpable de lo que significa ser cristiano en el mundo de hoy, sin miedo, sin concesiones, con la plena confianza de que Dios camina con nosotros.

A lo largo de su trayectoria, dejó frases memorables que siguen resonando en quienes lo conocieron. Pero si hay una que encapsula su espíritu audaz y comprometido con la misión de la Iglesia, es sin duda aquella que solía repetir con una sonrisa cómplice:

En la Iglesia no se pide permiso, a lo sumo después… perdón.”

Esa era su forma de vivir: con valentía, con decisión, con la certeza de que la fe no es para ser guardada, sino para ser proclamada y puesta en acción. Gustavo Carlos Mangisch no solo dejó un legado; dejó un fuego encendido en el corazón de muchos, un fuego que sigue ardiendo con fuerza y que nos desafía a continuar su obra con el mismo amor y entrega con que él la llevó adelante.

Su trayectoria en el siguiente link:

https://aica.org/noticia-murio-gustavo-mangisch-educador-y-ex-dirigente-de-la-accion-catolica

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