Sin conocer aún su nombre, rostro o palabra, el mundo ya aguarda al sucesor de Pedro con la esperanza de que su elección traiga luz, renovación y un nuevo Pentecostés para la Iglesia.
El humo blanco como epifanía
El humo blanco no es solo señal de elección, sino símbolo de epifanía. Algo ha sido revelado. Un nombre resonará en la Plaza de San Pedro, pero más allá de ese nombre, los creyentes aguardan una presencia. Como los discípulos en el Cenáculo, la Iglesia espera con el corazón en vela.
Una figura elegida entre hombres
Sabemos que será un hombre de carne y hueso, elegido tras deliberaciones humanas, por manos humanas. Pero Dios escribe con esas manos. ¿Será joven o anciano? ¿Africano, asiático, europeo o latinoamericano? ¿Conservador o progresista? Todo eso importa, pero no lo esencial.
El deseo de una renovación profunda
Sea quien sea, se le pedirá que conduzca a la Iglesia entre ruinas y esperanzas. Se espera de él que sane heridas, escuche el grito de los pobres, anuncie con fuerza a Cristo y no negocie con la tibieza.
Un nuevo Pentecostés
El elegido recibirá no solo la carga del papado, sino el aliento del Espíritu. Que hable con parresía, que bendiga con ternura, que enfrente a los poderosos, que abrace al pueblo santo de Dios. En cada rincón del mundo se esperará algo más que un nuevo pontífice: un testigo.
Una nueva parusía, en clave de esperanza
No confundimos al Papa con el Señor. Pero en él, lo buscamos. En su palabra, anhelamos oír ecos del Maestro. En su caminar, esperamos rastros del Buen Pastor. Que su elección no sea solo un cambio de rostro, sino una señal de que Cristo camina otra vez entre nosotros.