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sábado, agosto 9, 2025

Educar con el corazón: el llamado urgente a una escuela que abrace, transforme y acompañe

Frente a los avances vertiginosos de la inteligencia artificial y la crisis antropológica que atraviesa a nuestras sociedades, la educación católica de América Latina se juega su alma. En Bogotá, cientos de educadores se reunieron para replantear el rumbo: no se trata de competir con las máquinas, sino de formar corazones capaces de amar, acompañar y sanar. ¿Está la escuela católica dispuesta a parecerse más a Jesús que a un sistema de selección?

En un contexto mundial donde la técnica parece haber reemplazado a la ética, y donde la educación corre el riesgo de transformarse en un engranaje más del sistema productivo, la Confederación Interamericana de Educación Católica (CIEC) encendió una luz. Durante el IX Encuentro Interamericano de Pastoral Educativa realizado en Bogotá, Colombia, cientos de educadores, religiosos y agentes de pastoral se congregaron para volver a soñar una escuela diferente: más humana, más compasiva, más profética.

El encuentro giró en torno al Pacto Educativo Global impulsado por el Papa Francisco, una propuesta que no es meramente académica ni técnica, sino profundamente espiritual y social. La pregunta que resonó en cada intervención fue clara: ¿qué tipo de humanidad estamos formando?

El desafío no es menor. En un tiempo marcado por la inteligencia artificial, la fragmentación cultural y la crisis de sentido, educar no puede ser simplemente transmitir contenidos. Como señala la Evangelii Gaudium, “el bien siempre tiende a comunicarse” (§9). Por eso, educar desde la fe implica sembrar semillas de comunión, compasión y trascendencia.


Escuelas que saben acompañar: la advertencia de la Hermana Monserrat

Una de las voces más contundentes fue la de la Hermana Monserrat del Pozo, reconocida pedagoga española apodada “Sor Innovación”. En su ponencia, titulada La escuela de diálogo: peregrinos de esperanza en la educación católica del siglo XXI, puso en el centro una verdad ineludible: la inteligencia artificial puede ayudar, pero jamás podrá amar.

“La IA no tiene la capacidad de ser humana, de llorar contigo ni alegrarse contigo. No ama. Y eso es lo que más debemos transmitir”, afirmó. El riesgo, advirtió, es reducir el acto educativo a algoritmos y eficiencia, olvidando que todo auténtico proceso educativo es relacional, comunitario y profundamente humano.

Desde una perspectiva profética, la hermana Monserrat llamó a las comunidades educativas a asumir una ética crítica frente al avance tecnológico, recordando que “no todo lo que es posible técnicamente, es bueno moralmente”. Una escuela sin ética, sin amor, sin acompañamiento, será siempre una escuela vacía, por más que sus plataformas estén actualizadas.

El Papa Francisco lo ha dicho con claridad: “Educar es siempre un acto de esperanza que invita a la coparticipación y a la transformación” (Mensaje para el lanzamiento del Pacto Educativo Global, 2019). La educación que no transforma es mera instrucción. Y una instrucción sin alma, solo reproduce estructuras de exclusión.


Más Jesús, menos filtros: el reclamo del hermano Jean Paul Valle

En sintonía con este llamado, el hermano Jean Paul Valle, educador del Sagrado Corazón en Barranquilla, Colombia, lanzó una interpelación directa: “Nuestra escuela debe parecerse más a Jesús que a un filtro de admisión”. Con esta frase, desenmascaró una de las grandes tentaciones de las instituciones católicas: funcionar como espacios elitistas, más preocupados por los resultados académicos que por la inclusión y la justicia.

“Más que un departamento de admisiones, parecemos un comité de control de calidad. Y eso no es ser escuela de Jesús”, denunció con firmeza. Jesús no seleccionaba a los “mejores”; acogía a los descartados, se detenía con los olvidados, daba protagonismo a los últimos. ¿Estamos dispuestos a que nuestras escuelas hagan lo mismo?

La Doctrina Social de la Iglesia ha sido clara al respecto: “La educación constituye una de las tareas fundamentales de las familias y de las instituciones sociales, especialmente de la Iglesia” (Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, 238). Pero no cualquier educación: una que promueva el bien común, la equidad, el cuidado de la casa común, y sobre todo, la centralidad de la persona humana creada a imagen de Dios.


Una escuela que reza, piensa y transforma

El gran reto, coincidieron los expositores, no es competir con la tecnología, sino humanizar la educación. Recuperar el corazón de la escuela como espacio de encuentro, diálogo, espiritualidad y transformación. Educar no es preparar para el mercado, sino preparar para la vida y para la eternidad.

La CIEC, con más de ochenta años de historia, sigue liderando este proceso con una mirada amplia e integral. Sus 23 federaciones nacionales y 11 asociaciones aliadas apuestan por repensar el modelo educativo desde una clave evangélica y pastoral. No se trata solo de actualizar metodologías, sino de redescubrir el rostro de Cristo en cada alumno, familia y docente.

En palabras del Papa Francisco: “El futuro de la humanidad no está solamente en manos de los grandes dirigentes, las grandes potencias y las élites. Está fundamentalmente en manos de los pueblos; en su capacidad de organizarse y también en sus manos que riegan con humildad y convicción este proceso de cambio” (Laudato Si’, 13). En este sentido, educar es sembrar esperanza en tierra árida.


Reflexión final: ¿a qué escuela pertenecemos?

Hoy más que nunca, educar desde la fe exige valentía. Exige discernimiento frente a la tecnología, compasión frente a la exclusión, y creatividad frente a la desesperanza. ¿Estamos formando personas o produciendo certificados? ¿Estamos evangelizando o apenas gestionando instituciones? ¿Estamos educando como Jesús o imitando al mundo?

La escuela católica no puede conformarse con seguir existiendo. Está llamada a resucitar, a transformarse en una casa de encuentro, sanación y profecía. Una escuela donde cada niño, cada joven, cada educador, pueda decir: “Aquí no me evaluaron solo por mis notas. Aquí me amaron”.

Porque como escribió San Juan Pablo II: “La educación católica es un acto de amor, no de control; un acto de fe, no de funcionalidad; una siembra de eternidad, no de rendimiento inmediato” (Mensaje a los educadores católicos, 1984).

La pregunta está abierta: ¿queremos ser escuelas que compiten o comunidades que acompañan? El Evangelio ya eligió su camino. El resto depende de nosotros.


📎 Nota original publicada en ADN CELAM:

“En Bogotá, la CIEC promueve el diálogo y el Pacto Educativo Global para educar con esperanza”

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