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viernes, octubre 3, 2025
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¿Dónde está tu Norte? ¿Dónde está tu meta, dónde tienes puestos tus anhelos?

Dónde está tu norte?

El hombre contemporáneo vive rodeado de estímulos, de pantallas que lo seducen, de discursos que prometen salvación inmediata, de algoritmos que le dicen qué desear y de propuestas de felicidad envasadas.

Y, sin embargo, cada vez hay más vacío, más ansiedad y más desesperanza. Nos hablan de metas, de objetivos, de sueños, pero casi nadie se atreve a preguntarse:

¿Dónde está mi norte? ¿Hacia dónde dirijo mi vida? ¿Dónde están mis verdaderos anhelos?

Porque sin brújula, todo camino se convierte en extravío. Sin horizonte, toda meta se vuelve espejismo. Sin vocación, la existencia se transforma en pura supervivencia.

El norte perdido de una civilización cansada

Vivimos en una época en la que la humanidad parece haber extraviado su orientación. La ciencia nos dio progreso, la técnica nos regaló comodidad, el mercado nos ofreció consumo. Pero nada de eso alcanzó para responder la pregunta esencial: ¿para qué vivimos?

Las estadísticas globales muestran un aumento alarmante de la depresión, el suicidio, la desesperanza entre jóvenes y adultos. Nunca hubo tanta información ni tantos recursos materiales, y, sin embargo, nunca estuvimos tan desorientados. La posmodernidad ha producido generaciones sin anclas, sin certezas, sin confianza en la posibilidad de la verdad.

Se nos invita a vivir “aquí y ahora”, a no pensar demasiado, a “fluir” sin compromisos. Y así se va erosionando la capacidad de soñar en grande, de comprometerse con algo que supere el instante. El hombre moderno ya no se pregunta por la eternidad, apenas por el fin de semana.

Anhelos malogrados: el espejismo de las falsas metas

El mercado y la cultura dominante ofrecen una cartografía del deseo: éxito económico, reconocimiento social, placer inmediato. Pero son mapas falsificados. Porque aunque alguien llegue a acumular riquezas, seguidores, placeres, tarde o temprano se enfrenta con la misma inquietud: “¿y esto era todo?”

Jesús lo advirtió con crudeza: “¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si pierde su alma?” (Mc 8,36). Palabras que resuenan hoy con una fuerza casi brutal. Porque la sociedad de la abundancia material está perdiendo el alma, y en ese vacío surgen violencias, adicciones y desesperanzas.

Muchos jóvenes sienten que su vida no tiene sentido, porque no se les ha mostrado un norte verdadero. Otros buscan en ideologías extremas o en espiritualidades de moda una respuesta rápida. Y no faltan quienes, desencantados, se refugian en el cinismo, convencidos de que nada merece realmente la pena.

La brújula de la vocación

Sin embargo, el ser humano no está condenado a la desorientación. Dios no nos ha creado para vagar en la penumbra, sino para caminar hacia una plenitud. En cada vida hay un llamado, una vocación única e irrepetible. No es un mero proyecto personal ni una lista de metas: es una misión que nos trasciende y nos enraíza.

San Juan Pablo II lo repitió hasta el cansancio: el hombre no puede entenderse a sí mismo sin Cristo.

Porque solo en Él descubrimos el sentido de nuestra libertad, la grandeza de nuestra dignidad y el horizonte de nuestra esperanza.

Encontrar el norte no es diseñar un plan de carrera, sino reconocer una voz interior que nos convoca a ser fecundos, a amar, a dar la vida. Ese norte puede tomar la forma del matrimonio, de la vida consagrada, del sacerdocio, del compromiso social, del arte, del trabajo cotidiano hecho con amor. Lo esencial es descubrir que vivimos para algo más grande que nosotros mismos.

Los signos de los tiempos: brújulas rotas y urgencia de discernimiento

Hoy abundan brújulas rotas: ideologías que prometen justicia pero siembran odio, movimientos culturales que exaltan la libertad pero destruyen la verdad, propuestas espirituales que invitan al bienestar personal pero olvidan la cruz.

En medio de esa confusión, los cristianos estamos llamados a discernir. El Concilio Vaticano II nos habló de los “signos de los tiempos”: esas realidades históricas que reclaman una lectura a la luz del Evangelio.

El signo más evidente de nuestro tiempo es el hambre de sentido. No basta el progreso, no basta el entretenimiento, no basta la seguridad económica. Hay un clamor profundo que atraviesa generaciones: ¿para qué vivimos?

Ese clamor no se responde con eslóganes ni con moralismos vacíos. Se responde con testimonio: hombres y mujeres que se animen a vivir con un norte claro, que se atrevan a ser profetas en medio de la confusión.

El escándalo de los que no tienen meta

Un cristiano sin norte es un escándalo. Porque si creemos que Cristo es el Camino, la Verdad y la Vida, ¿cómo podemos vivir como si no hubiera horizonte?

Muchos bautizados viven anestesiados, atrapados en la rutina, sin preguntarse nunca cuál es su misión. Iglesias llenas de prácticas religiosas, pero con corazones vacíos de pasión por el Reino.

Cuando la Fe se convierte en costumbre y no en fuego, dejamos de ser testigos y pasamos a ser cómplices de una cultura sin rumbo. El drama de nuestra época no es solo la incredulidad del mundo, sino también la tibieza de los creyentes.

El llamado profético: volver a levantar la mirada

El mensaje del Evangelio no es un consuelo barato, sino una provocación radical: levantar la mirada hacia lo alto, orientar la vida hacia la eternidad. Cristo no prometió bienestar inmediato, sino plenitud en la entrega. No dijo “síganme y serán exitosos”, sino “síganme y carguen la cruz”.

Hoy necesitamos voces que nos sacudan, que nos recuerden que el norte de la vida no está en acumular sino en entregar, no en conquistar sino en servir, no en sobrevivir sino en dar la vida.

El norte cristiano es la santidad, que no es perfeccionismo ni elitismo, sino la alegría de vivir cada instante en comunión con Dios y al servicio de los demás.

Una meta que abraza todas las metas

Las metas humanas son necesarias: terminar estudios, formar una familia, emprender un proyecto, lograr estabilidad. Pero todas esas metas encuentran su pleno sentido cuando están orientadas hacia un norte mayor: la vida eterna, el encuentro con Dios cara a cara.

Esa certeza no anula nuestras búsquedas terrenas, sino que las transfigura. Estudiar, trabajar, criar hijos, luchar por la justicia, todo adquiere un brillo distinto cuando sabemos que todo nos prepara para un destino eterno.

Interpelación final: ¿dónde está tu norte?

Hoy más que nunca es necesario volver a la pregunta inicial: ¿dónde está tu norte? ¿Hacia dónde camina tu vida? ¿Cuáles son tus anhelos verdaderos?

Si tu norte está en la fama, prepárate para la frustración.
Si tu norte está en el dinero, prepárate para la insatisfacción.
Si tu norte está en el poder, prepárate para la soledad.

Pero si tu norte está en Cristo, entonces todo se ilumina. Tus derrotas se convierten en aprendizaje, tus sufrimientos en semilla, tus metas en caminos de amor.

La brújula del Evangelio no falla: apunta siempre al corazón de Dios, donde nuestra vida encuentra sentido, paz y plenitud.

No podemos seguir viviendo como si el tiempo fuera infinito, como si la vida no tuviera una dirección. Hoy es el día para elegir. Hoy es el día para levantar la mirada y preguntarse: ¿dónde está mi norte?

©Catolic

No malgastes la vida: la canonización de Pier Giorgio Frassati y Carlo Acutis ,una interpelación profética

Hoy la Iglesia nos entrega dos rostros jóvenes de santidad: Pier Giorgio Frassati y Carlo Acutis. La Plaza de San Pedro se llenó de jóvenes, familias y peregrinos que acudieron a la canonización, y en cada rincón del mundo católico las reacciones fueron fuertes: desde la emoción e identificación hasta la sospecha y la crítica.

Esta nota busca, con rigor periodístico y tono profético, poner en diálogo esas reacciones, contrariar la facilidad del aplauso pasivo y señalar desafíos concretos para la pastoral, la comunicación y la vida cristiana en clave misionera. Empezamos por los hechos, porque la verdad es el punto de partida de toda profecía.

El hecho: ambos jóvenes fueron proclamados santos el 7 de septiembre de 2025, en una ceremonia en la que el Papa —el Papa León XIV— presidió la misa de canonización. La jornada fue presentada por el Vaticano como una llamada a “no malgastar la vida” y a “hacer de la propia existencia una obra maestra” —mensajes que emergieron con fuerza en la homilía papal y en la cobertura oficial.

¿Qué piensa el público católico? La respuesta no es monolítica. En amplios sectores —especialmente entre jóvenes y movidas juveniles— la canonización ha sido recibida con júbilo: se ven en Acutis un joven que manejó la tecnología sin dejarse devorar por ella, y en Frassati un modelo de caridad y compromiso social que no se separa de una vida sacramental encendida.

Reportes de agencias internacionales hablan de miles de jóvenes en plaza y de una adhesión emotiva en redes y en peregrinaciones hacia Assisi y Turín. Para muchos, la santidad de estos dos personajes es “alcanzable”: no un ideal irreal, sino una llamada concreta en el contexto actual.

Pero junto al gozo hay preguntas y recelos. En sectores críticos del público católico y en medios de análisis se advierte sobre el fenómeno de la “santidad mediática”: la rapidez de algunas causas, la exposición de reliquias, y el riesgo de transformar al santo en producto (con itinerarios, merchandising, relicarios en gira).

Algunos columnistas y analistas advierten que la canonización puede instrumentalizarse para conectar con generaciones jóvenes de manera superficial —más imagen que formación— y que la devoción debe profundizar en espíritu y doctrina, no quedarse en la anécdota viral. Estas inquietudes no provienen de la frialdad, sino del deseo de que la santidad sea coherente y duradera, no una campaña de marketing eclesial.

Dos santidades que hablan distinto: Frassati y Acutis

Si queremos entender la fuerza del acontecimiento debemos caracterizar a ambos en su singularidad.

Pier Giorgio Frassati (1901–1925) vivió en los años de las grandes convulsiones del siglo XX. Nacido en Turín en el seno de una familia acomodada, se hizo conocido por su pasión por la montaña, su amistad con los pobres, su compromiso en las obras de caridad y su pertenencia a movimientos juveniles eclesiales.

Fue un joven que conjugó un estilo de vida extrovertido —amaba la amistad, la montaña, la aventura— con una piedad incisiva: confesor frecuente, lector apasionado de la teología, servidor de los últimos.

Su figura sugiere una santidad encarnada, con peligro de riesgo y entrega concreta frente a los heridos de la historia. Para muchos católicos, Frassati es la prueba de que la santidad no está reñida con la alegría ni con la intensidad humana; es una llamada a la fraternidad y a la caridad activa.

Carlo Acutis (1991–2006), en cambio, es hijo de la era digital. Nacido en Londres y criado en Milán, murió a los 15 años de leucemia, pero dejó una huella particular: era un apasionado de la informática, creó páginas web dedicadas a documentar milagros eucarísticos y usó la red para anunciar la fe.

Sus apelativos —“el santo millennial”, “el influencer de Dios”— “el cyber apóstol”, reflejan esa identidad tecnológica que, lejos de ser superficial, fue una plataforma de servicio: ayudar a los pobres, simplificar la información religiosa y orientar a otros hacia la Eucaristía.

Para jóvenes católicos conectados, Carlo es la confirmación de que la santidad se vive también en el teclado y en el código, siempre que el corazón permanezca orientado a Dios y a los demás.

Ambos, sin embargo, coinciden en lo esencial: juventud entregada, devoción sacramental, servicio a los pobres y una coherencia de vida que movió corazones y produjo devoción popular.

¿Por qué dos jóvenes juntos? Una decisión con lectura pastoral y simbólica

Canonizar juntos a Frassati y a Acutis es, en clave pastoral, una decisión que busca abarcar el conjunto del “mundo juvenil” contemporáneo: la santidad del compromiso físico, festivo y solidario (Frassati) y la santidad del compromiso digital, intelectual y eucarístico (Acutis).

Es una invitación a no polarizar —no se trata de elegir entre montaña y pantalla— sino de integrar: santo es quien vive con radicalidad el amor a Dios y al prójimo sea en la calle, en la montaña, en la parroquia o en la red.

El público católico lo ha leído así en buena parte: hay jóvenes que ven en estos santos una imagen de santidad cercana, accesible, que no exige renuncias irreales sino entrega concreta. Al mismo tiempo, los agentes pastorales han recibido la señal como una urgencia: si la Iglesia quiere hablar a la juventud, debe hacerlo con lenguaje veraz y con plataformas reales donde la fe se proponga, se explique y se acompañe.

Entre la devoción y la sospecha: los debates públicos

No es irrelevante subrayar que en paralelo a la alegría ha circulado una crítica persistente: la “aceleración” de las causas de los santos y la presencia de factores mediáticos y económicos en procesos que, por naturaleza, deberían ser misteriosos y espirituales.

Algunas investigaciones periodísticas han planteado preguntas sobre la financiación de causas, el papel de las familias y la gira de reliquias que a veces adquiere matices de espectáculo.

Estas preocupaciones, legítimas cuando buscan transparencia, obligan a la Iglesia —y a quienes formulan devoción— a examinar métodos y prácticas: ¿cómo proteger la dignidad del proceso? ¿Cómo garantizar que la devoción no se degrade en consumo de objetos sagrados? ¿Cómo acompañar a las comunidades que se organizan en torno a estos santuarios sin caer en la lógica del turismo religioso como negocio?

En el otro extremo, hay una tentación pastoral: reducir la figura del santo a un “influencer” amable, útil para campañas juveniles, sin exigirles a las comunidades un auténtico ejercicio de formación. No basta viralizar una frase o una foto emotiva: la santidad exige catequesis, acompañamiento espiritual y estructuras que permitan a cada joven recorrer su propio camino de consagración.

Lo que la canonización exige a la pastoral y a la comunicación católica

  1. Formación integral, no marketing. Si la Iglesia quiere que estos nuevos santos sean verdaderos “modelos”, debe invertir en procesos formativos que expliquen no solo la anécdota sino la teología de la vida cristiana: sacramentos, penitencia, contemplación y compromiso social. La santidad no es un truco de comunicación; es una escuela de vida. Los equipos de juventud deben traducir la inspiración en itinerarios de discipulado exigente.
  2. Evitar la trivialización digital. Celebrar a Carlo como “patrono de Internet” puede ser útil, pero sería un error antropológico: la red no es un fin sino un campo de misión. La pastoral digital debe priorizar la verdad sobre la viralidad, el acompañamiento sobre el like, el testimonio sobre la apariencia.
  3. Transparencia en los procesos y el manejo de reliquias. La Iglesia local y las asociaciones promotoras deben adoptar normas claras para la gestión de reliquias, peregrinaciones y fondos. La devoción no puede transformarse en negocio ni en espectáculo; la transparencia protege la fe.
  4. Ecología de la santidad: fraternidad y pobreza. Frassati nos recuerda que la santidad pasa por ponerse al lado del pobre; Acutis nos recuerda que la santidad puede y debe transitar también por los canales digitales. La convergencia de ambos es una escuela para una Iglesia encarnada que no teme ni la calle ni la pantalla.

Una lectura profética: la llamada a “no malgastar la vida”

La homilía pontificia —tal como la recogió el Vaticano— no fue mera retórica: la llamada central fue a “no malgastar la vida”. Esto es más que un lema: es una provocación moral y espiritual. En una cultura que banaliza el tiempo, que produce consumo de identidades y distrae con mil estímulos, la santidad de Frassati y Acutis clama por una respuesta que transforme hábitos, relaciones y elecciones.

La profecía hoy no consiste en discursos apocalípticos sino en incisivas invitaciones: vivir con sentido, asumir la comunión eclesial (no como fórmula estática) y transformar las estructuras cotidianas —la familia, la escuela, el trabajo, la red— en lugares de hospitalidad para Dios. Es una invitación al coraje: salir a los ríos de la historia y no contentarse con orillas seguras.

Riesgos reales y preguntas que hay que responder ahora

  • ¿Qué pasa con la devoción consumista?: Si la canonización impulsa peregrinaciones masivas, ¿cómo evitar que la piedad se reduzca a selfies y compras? Las diócesis deben ofrecer catequesis y retiros estructurados alrededor de los días de peregrinación para que la experiencia no sea solo turística.
  • ¿Qué rol tienen las familias de los santos?: La denominación “santidad familiar” es valiosa, pero la transparencia respecto al papel económico y promocional de familias o asociaciones debe ser norma, no excepción.
  • ¿La Iglesia está formando acompañantes espirituales?: La atracción juvenil exige acompañantes que entiendan la cultura digital, la fragilidad emocional y el lenguaje de los tiempos. Necesitamos formadores con sensibilidad pastoral y herramientas concretas.
  • ¿Cómo se sitúan estas canonizaciones en la geopolítica eclesial?: Cada canonización tiene lecturas simbólicas. Hay quien la verá como apuesta por la juventud, otros como un gesto comunicativo del Vaticano hacia ciertos sectores. La respuesta pastoral debe centrarse en las comunidades y no en las lecturas partidistas.

Propuestas concretas (acción propositiva)

  1. Itinerarios de formación “A la manera de Frassati y Acutis”: programas de seis meses en parroquias y escuelas que alternen praxis caritativa, formación sacramental y competencias digitales éticas.
  2. Protocolos de gestión de reliquias: acuerdos nacionales entre diócesis para regular préstamos, custodia, transporte y transparencia financiera.
  3. Red de acompañantes digitales: cursos para formar agentes pastorales capaces de dialogar con jóvenes en redes sin renunciar al anuncio de la verdad.
  4. Campañas de “peregrinación consciente”: en lugar de fomentar masividad sin contención, ofrecer paquetes pastorales que incluyan confesión, retiros y formación previa y posterior a la visita al santuario.
  5. Observatorio de la santidad contemporánea: un espacio editorial y académico que estudie causas, procesos, devociones y efectos sociales de las canonizaciones recientes, con el objetivo de proponer buenas prácticas y evitar abusos.

Un llamado final: no idolatrar la imagen, seguir a Cristo

La canonización de Frassati y Acutis nos plantea una pregunta directa: ¿a cuál de las dos vidas me parezco más o menos? ¿A la entrega alegre que comparte panes y sudor en la montaña o a la vida que usa la red para acercar sacramentos y conocimiento a los otros?

La respuesta no es elegir una u otra, sino integrar ambas: la santidad que vive el servicio de la caridad y el testimonio de la Eucaristía en todas las circunstancias.

No permitamos que el entusiasmo se transforme en anestesia. No convirtamos al santo en un trofeo que coleccionamos para tener “santos de catálogo”. Que la devoción nos lleve siempre a la acción, a la conversión, al encuentro con Cristo vivo en la Eucaristía y en el hermano. La santidad es una invitación: no una moda, sino una militancia del amor.

Para terminar: una breve hoja de ruta pastoral inmediata

  • Priorizar itinerarios de discípulado juvenil que combinen praxis caritativa y formación eucarística.
  • Establecer códigos de ética para la gestión de reliquias y producción de material devocional.
  • Capacitar a agentes pastorales en evangelización digital responsable.
  • Fomentar espacios de debate público en parroquias y medios católicos donde se discutan las implicancias pastorales y éticas de las canonizaciones recientes.

La canonización de Pier Giorgio Frassati y Carlo Acutis es un don y una interpelación. Es don porque la Iglesia nos da dos testimonios concretos de que la santidad se hace en la carne y en la historia. Es interpelación porque nos obliga a mirar críticamente nuestras prácticas: comunicativas, formativas y pastorales. No malgastes la vida: esta es la consigna que nos lanzan estos nuevos santos. Que en ese mandato encontremos dirección para la renovación pastoral y la conversión personal.

©Catolic.ar


Fuentes clave consultadas: cobertura y comunicado del Vaticano sobre la canonización; reportes de agencias internacionales y crónicas sobre la asistencia juvenil en la Plaza de San Pedro; análisis y artículos críticos sobre la rapidez de las causas y la presencia mediática alrededor de las reliquias; piezas periodísticas y ensayos que discuten la figura de Carlo como “santo millennial” y la de Pier Giorgio como referente de la caridad juvenil.

La Iglesia domesticada: cuando se confunde Fe con buena educación

Durante siglos, la Iglesia fue reconocida como conciencia crítica de la historia, voz incómoda para los poderosos, refugio para los débiles y trompeta que anunciaba tanto la esperanza como el juicio. Sin embargo, en muchos lugares de nuestra realidad actual, lo que se observa es una Iglesia domesticada, reducida a buenas costumbres, cordialidad social y discursos amables que no hieren a nadie. Una Iglesia que parece haber sustituido la fe ardiente del Evangelio por una versión tibia de buena educación.

¿Cómo se domestica una Iglesia?

La domesticación no ocurre de un día para otro. Es un proceso lento, casi imperceptible, que comienza cuando se deja de llamar al pecado por su nombre y se reemplaza la claridad profética por un lenguaje políticamente correcto. La Iglesia domesticada ya no incomoda, no escandaliza, no hiere con la espada de la Palabra. Prefiere ser aceptada a ser fiel.

Un sacerdote me confesaba hace poco: “Si predico sobre el infierno, algunos feligreses me reclaman que soy medieval. Si hablo del pecado, me acusan de intolerante. Entonces mejor hablo de la familia, de la importancia de sonreír, y nadie se enoja”. Eso es domesticación. Una renuncia tácita a la misión profética para convertirse en un proveedor de motivación espiritual ligera.

Fe no es lo mismo que cordialidad

La confusión es profunda: muchos creen que ser buen cristiano equivale a ser buena persona. Pero el Evangelio nunca redujo la fe a modales o educación. Jesús no vino a enseñarnos urbanidad: vino a ofrecernos salvación a precio de sangre. Su mensaje no fue “sean amables”, sino “arrepiéntanse y crean en la Buena Noticia”.

La domesticación reemplaza la cruz por la sonrisa, la radicalidad por la neutralidad, la misión por la diplomacia. Y así, poco a poco, lo que fue fermento profético se convierte en institución funcional al statu quo.

Una Iglesia que ya no incomoda

El Papa Francisco solía advertir que prefiere una Iglesia accidentada y herida por salir a las calles antes que una Iglesia enferma por encerrarse en la comodidad. Sin embargo, en gran parte del mundo católico, la dinámica es la contraria: parroquias convertidas en clubes de amigos, movimientos que giran sobre sí mismos, pastores que prefieren no arriesgar su popularidad.

La Iglesia domesticada evita hablar de aborto, eutanasia, corrupción, injusticia. Prefiere callar. O, en el mejor de los casos, hablar en un tono tan diplomático que nadie se siente interpelado. El resultado es un cristianismo decorativo, incapaz de generar corriente de opinión ni de provocar conversiones verdaderas.

El Evangelio que quema o no sirve

Cuando uno lee a los profetas bíblicos —Isaías, Jeremías, Amós— se encuentra con un lenguaje incendiario, apasionado, cargado de imágenes fuertes. No eran oradores motivacionales: eran hombres de fuego. La domesticación eclesial ocurre cuando olvidamos que el Evangelio no es un manual de urbanidad, sino un grito que sacude conciencias.

San Pablo decía: “¡Ay de mí si no anuncio el Evangelio!”. Hoy deberíamos repetir: “¡Ay de nosotros si lo anunciamos de modo tibio!”. Una Iglesia domesticada es irrelevante. Y la irrelevancia es la antesala de la apostasía silenciosa.

Señales de una Fe domesticada

  • Homilías que nunca mencionan el pecado, el infierno ni la conversión.
  • Parroquias que se limitan a organizar eventos sociales y kermeses, pero no evangelizan.
  • Obispos que opinan de economía o ecología, pero callan frente a la confusión doctrinal.
  • Pastores más preocupados por las estadísticas de asistencia que por la santidad de su pueblo.
  • Movimientos eclesiales que viven de la nostalgia y no de la misión.

El riesgo es que una Fe así ya no sea sal de la tierra, sino azúcar que endulza y se disuelve sin dejar huella.

Domesticación y poder

Otro factor de domesticación es la tentación de pactar con los poderes de turno. Una Iglesia domesticada es la que prefiere el aplauso de los gobernantes antes que la fidelidad al Evangelio. El precio es alto: la profecía se silencia, y la institución queda reducida a ONG filantrópica que bendice cualquier política mientras no se la persiga.

Jesús fue perseguido porque no se calló. Los apóstoles fueron martirizados por anunciar un Reino que incomodaba al Imperio. Hoy, en cambio, muchos líderes eclesiales prefieren ser diplomáticos antes que profetas. Esa es la raíz de la domesticación: el miedo a perder privilegios.

El precio de no incomodar

El costo de esta renuncia no es solo institucional: es espiritual. Los fieles, al no encontrar en la Iglesia una voz clara, buscan en otros lugares lo que debería ser pan de vida. Se multiplican los gurúes de autoayuda, los coaches espirituales, las terapias alternativas. Porque cuando la Iglesia se domestica, el pueblo busca fuego donde sea. Y no siempre lo encuentra en la verdad.

Una Iglesia domesticada no genera mártires ni santos. Genera burócratas de lo sagrado. Personas religiosas, sí, pero incapaces de arriesgar la vida por Cristo.

La salida: volver a la profecía

No basta con diagnosticar: urge proponer. La salida de la domesticación es un retorno a la profecía. Eso significa:

  • Predicar sin miedo al qué dirán.
  • Anunciar el Evangelio entero, sin mutilar sus exigencias.
  • Recuperar la centralidad de la adoración y la vida sacramental.
  • Formar comunidades que vivan con radicalidad el seguimiento de Cristo.
  • Elegir siempre la fidelidad antes que la popularidad.

La Iglesia que incomoda es la Iglesia fiel. La Iglesia que calla es la Iglesia infiel. El cristiano que prefiere no hablar para no perder amigos ya ha perdido a Cristo.

El desafío para hoy

En un mundo fragmentado, hiperconectado y superficial, la tentación de la domesticación es fuerte. Pero el Espíritu Santo sigue soplando donde quiere. Hoy más que nunca necesitamos cristianos que no teman hablar de pecado, de gracia, de salvación, de infierno y de cielo. Cristianos que recuerden que la fe no es urbanidad, sino combate.

Ser profeta hoy es pagar un precio: la incomodidad, la soledad, a veces la persecución. Pero también es recuperar la frescura de un Evangelio que arde y que salva.

Conclusión: mejor perseguidos que domesticados

Una Iglesia que no molesta a nadie es una Iglesia que ya no sirve a su Señor. Mejor ser criticados, perseguidos y hasta ridiculizados, pero fieles al Evangelio, que vivir cómodamente bendiciendo las modas del mundo.

La domesticación es la forma más elegante de la apostasía. Y el único antídoto es la valentía profética de quienes se atreven a anunciar que Cristo no vino a mejorar nuestras costumbres, sino a transformar nuestros corazones. No vino a enseñarnos buenos modales, sino a darnos vida eterna.

En definitiva, la pregunta es simple: ¿queremos ser una Iglesia de salón, cordial y respetuosa, o una Iglesia profética, capaz de incendiar el mundo con el fuego del Espíritu? La respuesta marcará no solo nuestro presente, sino también nuestro destino eterno.

©Catolic

La guerra de las “dos almas”: la batalla silenciosa que define el futuro de la Iglesia

El campo de batalla oculto

En los pasillos discretos de los seminarios —donde se forja el corazón de los futuros pastores— se libra una guerra silenciosa, pero no menos decisiva: la guerra de las dos almas de la Iglesia. Por un lado, una generación joven que abraza con fuerza un conservadurismo litúrgico, doctrinal y espiritual; por el otro, sacerdotes mayores que durante décadas encarnaron un catolicismo más liberal, dialogante y adaptado a las corrientes culturales. Lo que se juega en esas aulas no es una simple diferencia de matices: es la definición del rostro de la Iglesia en las próximas décadas.

Los seminarios como termómetro de la Iglesia

Los seminarios siempre fueron espejos de la tensión eclesial de cada época. Durante los años 70 y 80, en muchos países de América Latina, predominaron formadores impregnados por la teología de la liberación, con fuerte acento social y pastoral. Hoy, en contraste, los jóvenes que ingresan al seminario suelen llegar atraídos por la solemnidad de la liturgia, la ortodoxia doctrinal y el testimonio de sacerdotes firmes en identidad.

Este viraje no es casual. Responde a una crisis cultural: en un mundo donde todo se relativiza, los jóvenes buscan certezas sólidas, claridad moral y una fe que no se diluye en sociología pastoral.

Pero aquí surge la tensión: muchos de los sacerdotes mayores, ya ordenados en los años posteriores al Concilio Vaticano II, ven este regreso a lo conservador como un retroceso, casi como una negación del aggiornamento que ellos consideraron el gran signo de los tiempos.

Dos almas en pugna

La polarización puede resumirse en dos almas que hoy coexisten con dificultad dentro de la misma Iglesia:

El alma progresista

  • Priorizan el diálogo con el mundo moderno.
  • Valoran la flexibilidad en la pastoral y el énfasis en la inclusión.
  • Suelen minimizar diferencias litúrgicas o doctrinales, poniendo el acento en lo social.
  • Ven con recelo el regreso de sotanas, incienso y cantos gregorianos.

El alma conservadora

  • Aspira a una identidad clara y no negociable.
  • Busca recuperar tradiciones litúrgicas olvidadas.
  • Denuncia los excesos del relativismo moral y la tibieza pastoral.
  • Ve en la fidelidad al Magisterio y a la tradición el único camino de renovación auténtica.

La tensión no es meramente académica: se traduce en choques concretos en la formación. ¿Qué manuales de teología usar? ¿Qué música cantar en la misa de la comunidad? ¿Qué criterios de acompañamiento aplicar en los jóvenes?

La herida de fondo: ¿qué Iglesia se está gestando?

El problema no es que existan diferencias. La Iglesia siempre ha convivido con diversidad de sensibilidades. La herida profunda está en la ruptura de confianza entre generaciones.

  • Los jóvenes seminaristas miran a ciertos sacerdotes mayores como responsables de un catolicismo diluido que ya no atrae a nadie.
  • Los sacerdotes mayores perciben a los jóvenes como integristas inmaduros que aún no han aprendido a lidiar con la complejidad del mundo real.

Esta fractura revela una cuestión más honda: la crisis de transmisión de la fe. No es sólo una lucha por estilos pastorales; es el drama de una Iglesia que todavía no logra ofrecer un testimonio convincente y unificado.

El riesgo de la caricatura

El profeta no se deja engañar por las simplificaciones. Ni todo progresismo es rendición al mundo, ni todo conservadurismo es garantía de fidelidad. El riesgo es encerrarse en caricaturas:

  • Un progresismo sin raíces, que confunde evangelización con adaptación cultural.
  • Un conservadurismo sin misericordia, que confunde fidelidad con rigidez.

La Iglesia no puede sobrevivir en guerra consigo misma. Pero tampoco puede escapar al conflicto. Hay que atravesarlo.

Vocaciones en tiempos de polarización

Las estadísticas muestran que, donde se ofrece formación clara y liturgia cuidada, surgen más vocaciones. Esto explica el auge de algunos seminarios ligados a movimientos o diócesis de perfil conservador.

Sin embargo, la cantidad no garantiza calidad. La Iglesia no necesita ejércitos de seminaristas si no están preparados para ser pastores con olor a oveja, capaces de dar la vida, no de refugiarse en seguridades rituales. Por otro lado, una pastoral de corte excesivamente liberal puede generar sacerdotes incapaces de ofrecer certezas a un pueblo que clama orientación.

La clave está en formar hombres con raíces profundas y corazón abierto.

Signos de los tiempos: ¿qué nos está diciendo el Espíritu?

La polarización no es un accidente. Puede ser también un llamado profético del Espíritu Santo. ¿Qué si Dios estuviera sacudiendo a la Iglesia para purificarla de sus extremos?

  • Para que el progresismo redescubra la fuerza de la doctrina y la tradición.
  • Para que el conservadurismo no olvide la ternura de la misericordia y la centralidad de la caridad.

Quizás la guerra de las dos almas no sea simplemente un drama humano, sino un kairós divino: un tiempo en que la Iglesia es invitada a reconocerse frágil, dividida, necesitada de conversión.

El futuro: ¿unidad o ruptura?

En los seminarios se está gestando la Iglesia de 2050. Los obispos de entonces hoy tienen apenas veinte años. La manera en que vivan y procesen esta tensión marcará el rumbo.

La pregunta es brutal: ¿saldrá una Iglesia dividida en guetos ideológicos, o un pueblo reconciliado bajo la cruz?

Lo que ocurra dependerá no sólo de los formadores, sino también de los mismos seminaristas. Ellos deberán elegir si quieren ser soldados de una ideología eclesial, o pastores según el Corazón de Cristo.

Conclusión profética: elegir entre ideología o Evangelio

La guerra de las dos almas no se ganará con estrategias humanas. No se resuelve cambiando manuales, ni imponiendo una moda litúrgica sobre otra. La única victoria posible es volver al Evangelio desnudo:

  • El Evangelio que no negocia la verdad.
  • El Evangelio que no se endurece frente a la miseria humana.
  • El Evangelio que es Cruz y Resurrección, no ideología.

Los seminarios deben ser escuelas de santidad, no trincheras ideológicas.

El futuro de la Iglesia dependerá de que los futuros sacerdotes aprendan a abrazar las dos dimensiones: la fidelidad a la tradición y la apertura a la acción siempre nueva del Espíritu.

Si no lo hacen, la Iglesia quedará atrapada en su propia guerra interna. Si lo logran, quizás de esta tensión dolorosa nazca una Iglesia más pura, más humilde, más capaz de anunciar a Cristo en un mundo que muere de hambre de Dios.

©Catolic

¿Teología de la estampita o Iglesia Profética?

Entre la Fe devocional y la urgencia de un testimonio que incomode.

La Iglesia católica vive una tensión que define su rostro público: ¿somos creyentes de estampita —refugiados en una religiosidad intimista y dulzona— o estamos dispuestos a ser una Iglesia testimonial, comprometida y profética, capaz de incomodar y hasta perder privilegios por anunciar la verdad? La pregunta no es retórica: de su respuesta depende el catolicismo del siglo XXI.


Radiografía de una religiosidad anestesiada

En toda nuestra geografía aparecen estampitas, medallas, novenas, escapularios, altares caseros. Son valiosos cuando remiten al Misterio y abren el corazón a Dios. Pero, cuando se convierten en refugio infantilizante, generan una fe anestesiada, cómoda, incapaz de hacerse carne en la vida pública.

La estampita puede volverse talismán: un “seguro religioso” contra desgracias, en lugar de recordatorio del Evangelio que exige conversión. Allí nace una “teología de la estampita”: cristianismo de bolsillo, que acompaña pero no interpela; que se reza, pero no transforma.

El riesgo del catolicismo intimista

Cuando la fe se repliega al ámbito privado, se vuelve adorno cultural. Es el catolicismo de fiestas patronales que nunca cuestionan la injusticia, la procesión multitudinaria que convive con la corrupción, la misa llena que no se traduce en compromiso social.

  • ¿Qué significa ser cristiano hoy en un mundo que naturaliza la desigualdad obscena?
  • ¿Cómo anunciar el Evangelio donde se legaliza la muerte de inocentes y se canoniza el consumo?
  • ¿Por qué repetimos devociones sin abrazar la contradicción de la cruz?

Profetas domesticados

La Biblia es implacable: el pueblo de Dios se pierde cuando silencia a sus profetas. Nos gustan los santos dulces y las frases recortadas para redes, pero olvidamos que los verdaderos santos fueron incómodos: Teresa de Calcuta frente al descarte humano, Óscar Romero ante la violencia, Francisco de Asís ante la riqueza clerical.

Una Iglesia que reparte estampitas pero calla ante la injusticia no es la Esposa de Cristo: es institución domesticada, bien portada, incapaz de levantar la voz cuando el Evangelio se negocia.

Devoción sí; superstición, no

La piedad popular es pulmón espiritual: rosarios, novenas, peregrinaciones, santuarios. La devoción auténtica:

  1. Conduce a Cristo (más Palabra, más Eucaristía, más caridad).
  2. Integra en la Iglesia (vida sacramental y comunión real).
  3. Desemboca en misión (obras concretas por el bien común).

Cuando faltan estos tres ejes, la devoción se degrada en autoayuda con agua bendita.

Placebo espiritual y sacristías llenas

Abundan consumos religiosos que apaciguan culpas —un triduo por aquí, una promesa por allá— pero no tocan bolsillo, tiempo ni agenda. Se “terceriza” la caridad en Cáritas y la misión en “los de pastoral social”. Resultado: sacristías llenas y periferias vacías.

Jóvenes ven incongruencias: “mucho incienso, poca justicia”.

La liturgia, corazón de la Iglesia, no es espectáculo para entendidos: es fuego que empuja a la calle. Si la comunión no nos vuelve pan partido, la misa dominical tranquiliza, pero no envía.

Iglesia testimonial: el salto necesario

La fe no se mide por cuántas estampitas guardamos, sino por la capacidad de encarnar el Evangelio. Ser testimonial significa:

  • Anunciar con la vida en familia, trabajo, política, medios y redes.
  • Denunciar al poderoso que oprime, al corrupto que roba, a la indiferencia que legitima el mal.
  • Perder privilegios antes que vender baratijas espirituales.

Los obstáculos que evitamos nombrar

  • Clericalismo: laico infantilizado, cura agotado, comunidad pasiva.
  • Polarización: bandos que se gritan; Cristo queda rehén de consignas.
  • Espiritualidad de laboratorio: rubros litúrgicos sin pobres a la vista.
  • Impunidad: opacidades económicas, abusos no reparados.
  • Mundanidad digital: confundir likes con conversión.

La purificación duele: pedir perdón, reparar, ordenar la casa, renunciar a comodidades. Sin este “dolor pascual”, no renace la credibilidad.

Examen general para comunidades (12 preguntas)

  1. ¿Qué porcentaje del presupuesto llega a los pobres y cómo se audita públicamente?
  2. ¿Cuántas horas de escucha gratuita ofrecemos por semana?
  3. ¿Hay protocolos vivos contra abusos y acompañamiento real a víctimas?
  4. ¿Cómo formamos catequistas en Biblia, doctrina social, afectividad y mundo digital?
  5. ¿Qué alianzas tenemos con escuela, universidad, organizaciones sociales y Estado sin perder identidad?
  6. ¿Nuestra comunidad es hogar de todas las edades y situaciones familiares?
  7. ¿Qué damos a los jóvenes: mentorías, trabajo, voluntariado serio?
  8. ¿Cómo tratamos al que piensa distinto? ¿Hay espacios de diálogo real?
  9. ¿Qué métricas de conversión usamos más allá de sacramentos conferidos?
  10. ¿Nuestra comunicación digital anuncia y escucha o solo “avisa”?
  11. ¿La liturgia facilita el encuentro con Dios (silencio, belleza, predicación) o es trámite apurado?
  12. ¿Pastores accesibles y agendas construidas con el pueblo o con “los de siempre”?

Medir para servir mejor (sin ideologizar)

La gracia no se cuantifica, pero la responsabilidad sí. Tres tableros simples:

  • Litúrgico-espiritual: misa dominical, adoración, retiros, lectio, confesiones con acompañamiento.
  • Comunitario-misional: voluntariados, familias acompañadas, presencia en barrios, cárceles y hospitales.
  • Integridad y transparencia: protocolos activados, auditorías publicadas, consejos económicos abiertos.

Diez decisiones corajudas

  1. Recentrar en la Eucaristía: homilías sustanciosas, música que eleve, silencio que hable.
  2. Una misión por cada misa: enfermos visitados, colecta concreta, voluntariado semanal.
  3. Formar formadores: Biblia, doctrina social por casos, ética cívica, comunicación responsable.
  4. Dar juego real a jóvenes: responsabilidad, mentorías, oración fuerte y servicio real.
  5. Economía al sol: presupuestos y compras publicados; prioridad a los pobres.
  6. Tolerancia cero a abusos: escucha, reparación, cooperación con la justicia, prevención habitual.
  7. Pastoral de periferias: cárcel, calle, hospital, escuela pública; ministerios laicales estables.
  8. Casas que curan: acogida para madres solas, ancianos, adictos en salida, con redes profesionales.
  9. Predicación profética: denunciar sin gritar, consolar sin maquillar; misma vara para pecados propios y ajenos.
  10. Gobernanza sin castas: consejos reales, rotación, evaluación anual con el pueblo.

Ni progresismo sin cruz ni tradicionalismo sin pobres

La Iglesia no es un flanco de la batalla cultural: es el Cuerpo de Cristo. La hermenéutica católica es tensión fecunda entre verdad y misericordia, tradición viva y misión en salida. Todo lo que no desemboca en amor concreto al más débil traiciona el Evangelio.

El poder de un pequeño resto

Dios reescribe la historia con minorías fieles. Basta un puñado de laicos, consagrados y pastores que elijan santidad adulta: oración diaria, austeridad libre, trabajo serio, caridad sin fotos, valentía para nombrar el mal y ternura para curar al herido. La profecía es contagiosa.

Llamado final: de rodillas y de pie

De rodillas ante el Santísimo para pedir perdón por maquillar la fe con talismanes. De pie ante las injusticias que crucifican a Cristo hoy: aborto, trata, corrupción, hambre, violencia, narco, abusos, mentira, ecocidio. No nacimos para agradar al algoritmo: nacimos para adorar a Dios y amar al prójimo con obras que hablen tanto como las palabras.

Si la devoción no se vuelve carne y profecía, es maquillaje religioso. Si la profecía no nace de adoración, es activismo ruidoso. El camino es ambos: altar y calle.

Plan de 90 días (recuadro práctico)

  • Semanas 1–2: Examen con las 12 preguntas y publicación de un compromiso mínimo y medible.
  • Semanas 3–4: Reorganizar agenda parroquial para dos horas diarias de escucha y visitas; calendario visible.
  • Mes 2: Misión barrial con metas y responsables; cada grupo adopta una obra de misericordia estable.
  • Mes 3: Auditoría económica simple publicada; lanzamiento del Fondo del Buen Samaritano.
  • Siempre: Adoración semanal, lectio comunitaria, formación en doctrina social y evaluación mensual abierta.

Conclusión: La hora es ahora. O estampita o testimonio. O amuleto o profecía. Cristo no llamó a coleccionar recuerdos sagrados, sino a seguirlo hasta que el mundo cambie.

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El cardenal Suenens, Pablo VI y la encrucijada carismática: ¿puede un soplo del Espíritu nacer de un fuego ajeno?

La Renovación Carismática Católica (RCC), nacida en 1967 en la Universidad de Duquesne (EE.UU.) a partir de un retiro con fuerte impronta pentecostal protestante, irrumpió en la Iglesia como un “Pentecostés de nuestros días”. Su expansión fue fulgurante.

Apenas dos años después, el Vaticano ya tenía sobre la mesa informes, advertencias y promesas. Detrás de la historia oficial de entusiasmo y apertura, hubo también reservas, tensiones y advertencias serias. Entre los protagonistas centrales: el cardenal belga Léon Joseph Suenens y el papa Pablo VI.

La pregunta es inevitable y profundamente profética: ¿acaso la Iglesia abrió demasiado la puerta a un movimiento nacido fuera de su tradición, corriendo el riesgo de sincretismos y desvíos doctrinales? ¿O fue el Espíritu Santo quien quiso purificar un fuego encendido en otra orilla para avivar la fe de millones?


El contexto de un catolicismo en crisis (1960-1970)

El Concilio Vaticano II había sacudido los cimientos de la Iglesia. Liturgia reformada, ecumenismo, nuevos lenguajes teológicos, apertura al mundo moderno. Al mismo tiempo, los seminarios comenzaban a vaciarse, la vida religiosa entraba en crisis, el secularismo avanzaba y el entusiasmo conciliar se mezclaba con confusión.

En Estados Unidos, mientras tanto, el movimiento pentecostal protestante llevaba décadas expandiéndose, con una fuerza arrolladora en sectores populares y universitarios. Experiencias de oración con “efusión del Espíritu”, glosolalia (don de lenguas), sanaciones y alabanzas espontáneas, habían encendido a miles de creyentes.

En ese terreno híbrido, algunos estudiantes católicos en Duquesne vivieron una experiencia intensa de “bautismo en el Espíritu”. Desde allí, la chispa se extendió como reguero de pólvora.


Pablo VI: entre prudencia y discernimiento

El Papa Montini era un hombre profundamente sensible al Espíritu, pero también un guardián vigilante de la ortodoxia. Durante su pontificado, se mostró abierto a todo lo que pudiera revitalizar la fe, pero temía que la Iglesia se diluyera en modas pasajeras.

En audiencias privadas, Pablo VI recibió informes diversos: desde obispos que hablaban de un renacer misionero hasta teólogos que denunciaban desviaciones de corte sectario. Su pregunta constante era: ¿cómo garantizar que lo que llega del mundo pentecostal no se convierta en caballo de Troya en la Iglesia Católica?

El Papa veía en la Renovación Carismática tanto una esperanza pastoral (comunidades vivas, laicos comprometidos, fervor de oración) como una amenaza doctrinal (emocionalismo, subjetivismo, riesgo de ruptura con la liturgia y el magisterio).


Suenens: el cardenal que llevó la Renovación a Roma

El arzobispo de Malinas-Bruselas, cardenal Léon Joseph Suenens, era uno de los moderadores del Concilio Vaticano II y figura clave en la apertura eclesial posconciliar. Vio en la Renovación Carismática una oportunidad providencial.

Fue él quien, en 1974, presentó oficialmente la RCC al Vaticano como un movimiento eclesial válido. Se convirtió en su protector y “garante católico”. Bajo su patrocinio, los encuentros internacionales de Roma tomaron impulso y la Renovación se consolidó como fenómeno mundial.

Pero Suenens no fue ingenuo. En cartas privadas a Pablo VI y en intervenciones posteriores, dejó constancia de sus advertencias:

  1. No confundir carismas con emociones: alertó que el entusiasmo podía derivar en manipulaciones psicológicas o experiencias superficiales disfrazadas de Espíritu Santo.
  2. Evitar el protestantismo infiltrado: temía que el origen pentecostal llevara a relativizar sacramentos, jerarquía y magisterio.
  3. Subordinar siempre a la Iglesia: insistía en que la Renovación debía permanecer en obediencia a los obispos y no convertirse en “iglesia paralela”.
  4. Discernimiento de lenguas y profecías: pidió mecanismos de control para evitar falsos profetas y delirios místicos.

Los documentos y gestos de Pablo VI

En 1975, con motivo del Año Santo, Pablo VI convocó el Congreso Internacional de la Renovación Carismática en Roma. Allí, en la Basílica de San Pedro, pronunció palabras que se volvieron emblema:

“¿Cómo no ver en este ‘renovarse espiritual’ una oportunidad para la Iglesia y para el mundo?”

Sin embargo, el mismo Papa, en conversaciones privadas, seguía subrayando la necesidad de prudencia. No emitió un documento magisterial formal sobre la RCC, quizás como signo de esa tensión entre esperanza y cautela. Optó más bien por dejarla crecer bajo observación, confiando en la guía de pastores como Suenens.


Las advertencias de Suenens al movimiento

A medida que la RCC se expandía en Europa, África y América Latina, Suenens comenzó a ver riesgos internos. Publicó libros y cartas pastorales donde pedía equilibrio:

  • Denunció tendencias de milagros fáciles y de predicadores estrellas que manipulaban multitudes.
  • Llamó a centrarse en la Eucaristía y en la Virgen María, para evitar una espiritualidad puramente emocional.
  • Insistió en que la Renovación debía servir a la Iglesia y no a sí misma, evitando sectarismos.

Es decir, el mismo cardenal que impulsó su reconocimiento fue también quien marcó límites claros. Fue “padre y corrector” a la vez.


El impacto en la Iglesia universal

Lo cierto es que, gracias a la protección de Suenens y la prudencia vigilante de Pablo VI, la RCC logró en pocos años:

  • Reunir millones de laicos en grupos de oración.
  • Renovar la experiencia de los sacramentos, sobre todo la confesión y la Eucaristía.
  • Impulsar nuevas comunidades y vocaciones misioneras.
  • Tender puentes ecuménicos con protestantes.

Pero también arrastró luces y sombras: divisiones en parroquias, choque con liturgistas, acusaciones de excesivo emocionalismo y cierta marginalización del pensamiento teológico.


Una pregunta profética para hoy

Cincuenta años después, la pregunta resuena con más fuerza: ¿fue la Renovación Carismática un auténtico soplo del Espíritu Santo o un injerto peligroso que debilitó la identidad católica?

En la Iglesia argentina, la RCC creció vigorosa en barrios populares y parroquias humildes. Muchos testimonian conversiones auténticas y vocaciones nacidas en sus grupos. Pero también abundan señales de una espiritualidad milagrera, poco centrada en la Cruz y la doctrina, más cercana al show que a la adoración.

La advertencia de Suenens sigue vigente: el carisma sin magisterio se vuelve un fuego que incendia en lugar de iluminar. Y la prudencia de Pablo VI se revela profética: abrazar lo nuevo, pero sin entregar el corazón de la Iglesia al soplo de vientos extraños.


Discernir el Espíritu en medio de la confusión

Hoy, cuando tantas espiritualidades “new age” y emocionalismos religiosos buscan ganar espacio en la Iglesia, la lección es clara:

  • El Espíritu Santo no divide ni improvisa, conduce siempre a Cristo y a la Iglesia.
  • Los carismas no reemplazan la doctrina ni los sacramentos, los fortalecen.
  • Un movimiento nacido fuera del catolicismo puede ser purificado, pero nunca debe imponerse sin discernimiento.

La historia de Pablo VI y Suenens frente a la Renovación Carismática es una parábola para nuestro tiempo: abrirnos al Espíritu, sí; pero sin ingenuidad, sin renunciar al depósito de la fe, sin confundir entusiasmo con verdad.


Conclusión: ¿viento del Espíritu o espejismo?

La Renovación Carismática Católica, con sus frutos y desviaciones, obliga a una mirada profética: Dios puede servirse incluso de experiencias nacidas fuera de la Iglesia para sacudirnos, pero nunca debemos confundir el instrumento con la fuente.

Suenens, el gran valedor del movimiento, nos dejó el legado de su advertencia: “Sin obediencia a la Iglesia, todo carisma se convierte en herejía”. Y Pablo VI, con su prudencia vigilante, nos recuerda que no todo fuego que arde viene del Espíritu, aunque parezca encender corazones.

La pregunta queda abierta para la Iglesia argentina y universal: ¿sabremos discernir en qué parte del viento sopla el Espíritu y en qué parte solo hay ruido de tempestades?

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Evangelizar con una brújula ajena: ¿La Iglesia argentina ha perdido el rumbo?

La escena, en la Argentina de hoy, se repite con una monotonía dolorosa: parroquias con bancos vacíos, confesionarios sin penitentes y una juventud que, a lo sumo, recuerda a la Iglesia por los escándalos mediáticos y mucha gente que emigró hacia distintos cultos evangélicos en la variopinta ofertas de recepción y acogimiento que ofrece el protestantismo.

El clamor por una “nueva evangelización” ya no es un eslogan de seminario, sino un grito de supervivencia. En este desierto de la Fe, en esta tierra de “gente buena pero alejada”, la Iglesia parece desesperada por encontrar una herramienta, una fórmula mágica, un “remedio infalible” que revierta la diáspora. Y en esa búsqueda, se ha asido con entusiasmo a un método foráneo de probada eficacia en otros lares: el Curso Alpha.

Desde la oficina de Alpha Argentina, se presenta con la pulcritud de un startup misionero: un método de evangelización que se adapta a cualquier contexto, que no es “ni un movimiento ni una espiritualidad”, y que se enfoca en el Kerigma, el primer anuncio de Jesucristo. Su propuesta es tan simple como seductora: cena, una charla y un debate en un ambiente distendido y sin juicios.

Ha sido alabado por obispos como Mons. Eduardo Eliseo Martín de Rosario, quien lo considera “un instrumento muy necesario para la tarea evangelizadora” que enfatiza el  Kerigma.

Incluso, ha merecido un mensaje de aliento del mismísimo Papa Francisco. Pareciera, a simple vista, la respuesta providencial a la crisis. La solución tan anhelada, que la Iglesia, por sí sola, no era capaz de encontrar.  

Y sin embargo, cuando un gigante de dos mil años de historia, dueño de una teología, un magisterio y una tradición de santidad inigualables, necesita importar un método de evangelización de una confesión protestante, las alarmas deberían sonar.

¿Es este un acto de humilde discernimiento ecuménico, o es una peligrosa claudicación pastoral ante el vacío existencial? ¿Es el Curso Alpha la solución o un síntoma de una enfermedad mucho más profunda: una pérdida de confianza de la Iglesia en su propia fuerza, en sus propios tesoros y en su capacidad para hablarle al mundo con voz propia?

Este no es un debate menor sobre un curso más. Es la confrontación de dos paradigmas. La de la Iglesia que se siente rica y tiene algo que dar, y la de la Iglesia que se percibe pobre y debe, por necesidad, mendigar herramientas prestadas.

El Ecumenismo Pragmático: ¿La Fe se Negocia en Nombre del ‘Llevarse Bien’?

La crítica más incisiva al Curso Alpha no proviene de un purismo teológico, sino del pragmatismo que, irónicamente, se le endilga. Se presenta como un “método de evangelización” con un contenido mínimo, que solo enseña lo que las “principales denominaciones cristianas” tienen en común.

En un mundo que busca la paz y el encuentro, esta estrategia parece laudable. Pero, ¿qué se sacrifica en el altar de la unidad superficial? La “evangelización” se define como un “hablar sobre el cristianismo y Jesús, no sobre ganar conversos”.

Se acoge a todos sin distinción de credo, lo que es loable, pero ¿el objetivo es una conversión real o una experiencia agradable?

Un obispo católico ha afirmado que el curso no contiene nada contrario a la doctrina católica , pero, y he aquí la pregunta interpelante, ¿es suficiente no ser “contrario”?  

Un análisis más minucioso revela profundas deficiencias. Una de las críticas más severas acusa al programa de ser una “pobre catequesis”. Si bien se promociona una “versión católica” del curso, ésta, según detractores, es en realidad la misma serie con “una presentación incompleta y falsa de la Fe”.

Los sacramentos, que son el corazón de la vida eclesial, son presentados de forma deficiente; el bautismo, por ejemplo, es tratado “desde la versión protestante” y se ignora el perdón del pecado original. Un programa que no se atreve a nombrar los siete sacramentos, que son el alma de la Iglesia de Cristo, y menos aún nombrar a la Virgen María, no puede ser una “herramienta” de evangelización católica.

A lo sumo, es una puerta de entrada a un cristianismo de “sentimientos” y “experiencias”, pero no al Cuerpo Místico de Cristo en toda su plenitud.

Además, el origen del Curso Alpha es la anglicana Holy Trinity Brompton de Londres es indisociable de sus fuertes tendencias carismáticas, que han sido señaladas por la crítica.

En su versión original se promueve el don de lenguas y se enseña que Dios habla a través de profecías, sueños y visiones, además de impulsar la sanación por la fe al estilo de las iglesias carismáticas.

Este sincretismo, que ignora la prudencia doctrinal y el discernimiento propio de la Iglesia Católica, debería inquietar a cualquier pastor o fiel que tome en serio el magisterio.

Sabemos que hay parroquias que no alientan estas cuestiones, originadas en el Pentacostalismo.

No es un detalle menor que el curso se promueva en la Universidad Católica Argentina (UCA) y que se invite a participar a líderes carismáticos y promotores de movimientos de adoración que, si bien son parte de la Iglesia, no representan la totalidad de su inmensa riqueza doctrinal y litúrgica. Esta “mezcolanza programática” no es un error, es un pilar fundamental del método.  

La estrategia de Alpha se basa en una premisa insidiosa: si las iglesias tradicionales no atraen a la gente, es porque son aburridas, demasiado rígidas o carecen de creatividad.

El “éxito” se mide por la cantidad de asistentes, por el número de cursos, y no por el grado de conversión y profundización real en la fe. Como ha señalado una voz crítica al pragmatismo pastoral, el peligro es “sacrificar la verdad por lo que funciona”.

En nombre de un “crecimiento” superficial, se renuncia a la predicación profunda, al estudio bíblico riguroso, a la oración personal y al ayuno, sustituyéndolos por “actividades y dinámicas”.

Un pastor recuperado de esta mentalidad admite que el pragmatismo es “agotador” y que se enfoca demasiado en el hombre y en las tendencias, en lugar de en la Palabra de Dios.

El método Alpha se presenta como una dinámica social más que como una experiencia de encuentro con la Verdad, porque, en esencia, es un “evento” más que un camino de discipulado.  

¿Es la Iglesia Argentina Incapaz de Generar sus Propias Respuestas?

Y llegamos al meollo de la cuestión. Con 2000 años de historia, un Magisterio vivo y el ejemplo de millones de mártires y santos, ¿es la Iglesia Católica tan impotente que necesita adoptar el método de una escisión de su propio cuerpo para sobrevivir?

¿No tiene la Iglesia argentina, en particular, la creatividad y la vitalidad para generar sus propias respuestas a la crisis de la fe? El simple hecho de hacer esta pregunta ya interrumpe la lógica dominante.

La respuesta es un rotundo y contundente NO.

La Iglesia, por su propia naturaleza, es inagotable en su capacidad de engendrar nuevos carismas y nuevas formas de evangelización. A lo largo de los siglos, ha dado a luz a movimientos, órdenes y apostolados que han respondido a los desafíos de su tiempo con una santidad y una creatividad sin parangón. Y en la propia historia reciente, en Hispanoamérica, han surgido iniciativas laicales y eclesiales de una eficacia admirable.

Pensemos en el Movimiento de Cursillos de Cristiandad (MCC), un movimiento laical con origen en España, que se ha expandido globalmente y ha recibido el reconocimiento canónico de la Santa Sede. San Juan Pablo II lo definió como “un instrumento suscitado por Dios para el anuncio del Evangelio en nuestro tiempo”. Los Cursillos tienen su propio método “kerygmático” y han creado “multitud de núcleos de cristianos” , que viven lo fundamental de la fe y se esfuerzan por llevar el Evangelio a sus ambientes.

Hay una versión juvenil como el Movimiento de Jornadas. . .

A diferencia de Alpha, que es una herramienta sin una comunidad que lo sostenga, Cursillos está orientado a la creación de una comunidad de “hermanos” que se acompaña de por vida.  

Pensemos también en la Acción Católica Argentina (ACA), una institución laical con una presencia histórica en el país. La ACA se define con una “misión de vivir, obrar y anunciar el Evangelio en la normalidad de nuestra vida diaria”.

No es un “curso” de iniciación, sino un camino de formación, misión y promoción humana que se inserta en las opciones pastorales de cada diócesis. La ACA demuestra que la Iglesia tiene la capacidad de formar a laicos para que asuman su vocación de santificar el mundo, sin necesidad de recurrir a modelos de otras tradiciones.

Aún más, la propia Iglesia argentina está demostrando que tiene la capacidad de generar nuevas iniciativas para evangelizar. Pensemos en proyectos como VOCARE Argentina, que busca formar a jóvenes católicos para que integren su vocación profesional con su Fe.

Sin poder profundizar, hay otras experiencias como el Proyecto Emaús,retiro espiritual de fin de semana, de origen católico y guiado por laicos  que se inspira en el pasaje bíblico donde Jesús se encuentra con los discípulos en el camino a Emaús, buscando ayudar a las personas a redescubrir su Fe y a vivir una relación más profunda y personal con Dios.

Se caracteriza por ser un espacio de confidencialidad, perdón, reconciliación y acompañamiento, donde los participantes experimentan una transformación personal y un encuentro con Cristo a través de los testimonios de otros creyentes, que se inspira en el pasaje bíblico donde Jesús se encuentra con los discípulos en el camino a Emaús, buscando ayudar a las personas a redescubrir su fe y a vivir una relación más profunda y personal con Dios. 

También hay congregaciones religiosas, como los Jesuitas, que promueven distintos tipos de retiros, adaptaciones del retiro original, que fuera inspiración de su fundador, San Ignacio de Loyola.

Pero existen otras iniciativas, con experiencias llevadas a cabo en distintas diócesis, de distinto origen católico y hasta regionales, como el Movimiento de Paradas para matrimonios.

Estos programas, en lugar de diluir el contenido, lo profundizan, ayudando a los laicos a santificarse en su vida cotidiana, tal como lo pide el Catecismo.

Estos ejemplos no son la excepción, sino la regla. La Iglesia, a lo largo de su historia, siempre ha encontrado en su propia riqueza los medios para responder a los desafíos. ¿Por qué entonces parece tan atractiva la idea de “importar” una solución?

La razón es sencilla y perturbadora: la tentación del camino fácil. La fidelidad a los métodos propios, a la catequesis profunda y a la predicación valiente del Evangelio, requiere paciencia, esfuerzo y el riesgo de no llenar un salón.

El atajo del pragmatismo promete resultados rápidos y visibles, pero a un costo muy alto: la renuncia a la propia identidad.

Conclusiones: Entre la Pasividad y la Fidelidad

La adopción masiva del Curso Alpha en la Iglesia argentina es, en última instancia, un síntoma de una pasividad pastoral. Un obispo de la Iglesia de Inglaterra ha dicho: “La Iglesia, un objetivo sin un plan, es solo un deseo”.

Pero el verdadero problema no es la falta de planes, sino la falta de confianza en los propios planes. La Iglesia, que ha gestado a santos como San Ignacio de Loyola, Santa Teresa de Ávila y San Francisco de Asís, y a movimientos como los Cursillos, no necesita ir a buscar una herramienta a la trinchera protestante.  

La Iglesia Argentina tiene en su seno la riqueza teológica, la guía del Magisterio y los modelos de evangelización que necesita. La figura del Papa Francisco, con su llamada a ir a las “periferias existenciales” y a tener “olor a oveja”, no es una excusa para abrazar cualquier método foráneo, sino un llamado a una evangelización profunda, relacional y, sobre todo, auténticamente católica.

El verdadero reto no es encontrar un método “divertido” o “fácil”, sino formar a laicos y pastores que, con la sabiduría del Evangelio, sepan interpelar a este mundo poscristiano y secularizado.

El desafío es que la Iglesia vuelva a ser “el misterio sacramental de comunión del Pueblo de Dios en la historia” y que recupere la convicción de que su única y verdadera misión es el anuncio del Evangelio en toda su radicalidad, sin miedo, sin atajos y sin diluir la verdad para hacerla más digerible.

En su propia historia, la Iglesia argentina tiene las luces para iluminar su camino, sin necesidad de pedir prestado. La cuestión es si está dispuesta a mirarlas. Porque, como enseña la Fe, el camino de la Verdad es angosto, pero es el único que conduce a la Vida Eterna.

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Nínawa Daher: la periodista que incomodó con la verdad, sirvió en silencio y hoy interpela a una Iglesia llamada a reconocer a sus santos de a pie

Cuando el periodismo se vuelve vocación y la vocación trasciende la pantalla

Fue abogada brillante, periodista de raza, hija agradecida de la comunidad árabe en la Argentina y mujer de fe que no tercerizó su compromiso. Nínawa Daher (1979–2011) dejó una marca que todavía hoy desarma los atajos del cinismo: profesional rigurosa, corazón inquieto, sensibilidad social concreta.

Murió a los 31 años en un accidente automovilístico, cuando su carrera estaba en ascenso, y su legado se multiplicó en obras y testimonios. En los últimos años, su nombre empezó a aparecer en conversaciones que desbordan la nostalgia: ¿hay en su vida materia para abrir una causa de santidad?

La pregunta no es oportunismo: surge del modo en que vivió, trabajó y sirvió; y también de una “fama de santidad” que, incipiente pero real, se abre paso entre periodistas, voluntarios, sacerdotes y familias alcanzadas por su ejemplo.


Vida y formación: excelencia académica, raíces y servicio temprano

Nacida en Buenos Aires el 3 de octubre de 1979, hija de Ghandour y Alicia, Nínawa creció en una familia de raíces libanesas que cultivó identidad, trabajo y fe. Egresó del secundario con el mejor promedio y se recibió de abogada en la Universidad de Buenos Aires con diploma de honor (8,78). Políglota —inglés, árabe y francés—, antes de la TV ya había asomado su vocación pública: coordinó áreas juveniles, impulsó espacios de participación y, con apenas 24 años, fue candidata a legisladora porteña.

Esa energía temprana no era figura de afiche; estaba sostenida por una ética aprendida en casa y afinada en el estudio.

Su identidad árabe-argentina no fue un detalle folclórico; la comprometió. Presidió la Juventud de la Federación de Entidades Argentino-Árabes de Buenos Aires, cofundó ámbitos de integración cultural y, desde 2002, condujo en Canal 7 Desde el aljibe, un ciclo que contaba historias y valores de su colectividad.

Ese puente —raíces que no encierran sino que abren— marcaría su modo de mirar el mundo: sin exotismos, sin prejuicios, buscando comprender para explicar mejor.


Periodista de internacionales: método, coraje y una brújula ética

En 2007 se sumó a C5N desde el inicio del canal y se consolidó en internacionales. Cubrió la gira presidencial a África en 2007 y a países árabes en 2010; luego condujo Resumen de medianoche. No era un “rostro”: era una cabeza que preparaba, una voz que preguntaba sin chicheos, un estilo sobrio que hoy extraña la TV.

Quienes trabajaron con ella subrayan dos rasgos que no abundan: preparación obsesiva y respeto por el espectador. En un ecosistema que suele premiar el grito, Nínawa sostenía la primacía del dato. Su timbre sereno no escondía complacencias: incomodaba con la verdad cuando hacía falta.

Fuera de cámara cultivó otra pertenencia: un grupo de periodistas católicos —“Gente de Prensa en Camino”— que rezaba, pensaba la profesión a la luz del Evangelio y buscaba “comunicar con verdad, vivir con esperanza”. Allí su fe no fue eslogan: se tradujo en coherencia profesional y obras concretas. En 2011, el Premio Santa Clara de Asís la reconoció —post mortem— por difundir educación, valores de familia y una sana recreación: no es un trofeo frívolo, es un termómetro eclesial sobre el impacto de su trabajo.


Accidente y conmoción: el dolor que pide sentido

La noche del 9 de enero de 2011, rumbo a Aeroparque, el auto en el que viajaba —conducido por su novio— rozó otro vehículo, perdió el control y chocó. Ella murió en el acto. El impacto público fue inmediato: colegas, dirigentes, autoridades y cientos de anónimos expresaron dolor y gratitud.

El Gobierno de la Ciudad colocó una estrella amarilla en el lugar del siniestro; homenajes y placas se multiplicaron en escuelas, parroquias y espacios públicos. Pero lo más importante no fue el bronce: fue la decisión familiar de transformar el duelo en servicio.


Fundación Nínawa Daher: la caridad que queda cuando se apagan las luces

Poco después de su partida, su familia creó la Fundación Nínawa Daher para honrar su pasión solidaria y su idea del periodismo como responsabilidad social. La fundación sostiene proyectos de accesibilidad, arte inclusivo (por ejemplo, el programa “Arte para Ciegos” en museos), becas, deporte y acciones de promoción humana, con fuerte anclaje en valores y espiritualidad.

Cada aniversario no es un acto melancólico sino un parte de misión: nuevas iniciativas, alianzas, mejoras de accesibilidad en espacios públicos, y una pedagogía de la esperanza que baja a tierra.

En ese trayecto, la figura de Nínawa empezó a ser nombrada no solo como “periodista ejemplar” sino como “testigo de fe” en ambientes diversos. Sacerdotes, comunicadores, voluntarios y familias comenzaron a contar favores, impulsos de conversión y decisiones de servicio inspiradas en su memoria. ¿Anécdotas sueltas? Algunas sí. ¿Una corriente constante? Empieza a parecerlo, al menos en círculos donde su vida dejó huella. Y aquí asoma la pregunta de fondo.


¿Puede promoverse su causa de santidad? Criterios, prudencia y señales

La Iglesia no canoniza “famosos” ni “buenas personas” sin más. Pide signos objetivos: fama de santidad espontánea y extendida; investigación diocesana sobre la heroicidad de virtudes (fe, esperanza, caridad, prudencia, justicia, fortaleza, templanza vividas de modo excepcional); y milagros atribuidos a su intercesión (salvo martirio u “ofrecimiento de la vida”).

El camino ordinario tiene cuatro etapas: Siervo de Dios, Venerable, Beato, Santo; se inicia cinco años después de la muerte y arranca en la diócesis. Todo esto se examina con lupa canónica, histórica y médica.

Aplicado al caso de Nínawa, hay elementos a favor y desafíos:

A favor

  1. Fama de santidad incipiente: su memoria moviliza oración, agradecimientos y obras. Hay artículos, homilías, misas y acciones que la señalan como testimonio cristiano, no solo como figura pública. Esa fama no puede ser fabricada y debe consolidarse en el tiempo. i
  2. Virtudes en vida pública: honestidad intelectual, servicio social, integración cultural, defensa de la dignidad. La recepción del Santa Clara de Asís y su trabajo en medios generalistas con una ética reconocida sostienen un “modo cristiano de comunicar” inusual en la TV.
  3. Frutos post mortem: la continuidad de su obra en la fundación y su proyección plural (accesibilidad, educación, cultura) hablan de una fecundidad espiritual —un criterio clásico en la tradición de la Iglesia— que trasciende la admiración.

Desafíos

  1. No es causa por martirio: su muerte fue un siniestro vial, no por odio a la fe. Esto pide probar virtudes heroicas y, para beatificación, un milagro verificado.
  2. Documentación rigurosa: hay que reunir escritos, emisiones, testimonios bajo juramento, informes sobre su vida espiritual (dirección, sacramentos, obras de caridad), y discernir la vida ordinaria vivida de modo extraordinario, lejos de idealizaciones.
  3. Fama no procurada: la Iglesia exige que la reputación de santidad sea espontánea y no “construida” por estrategias de marketing piadoso. Es clave el equilibrio entre promover su memoria y dejar que el Pueblo de Dios hable.

¿Hay indicios de que algo ya empezó? En 2025, artículos de opinión y notas en medios generalistas mencionan “pasos iniciales” o “incipiente causa” en el ambiente eclesial, y páginas especializadas en causas de santos recogen su historia y actualizaciones. No equivale a un proceso formal —que exige decreto diocesano—, pero sí muestra ecos de discernimiento y una fama en crecimiento.


Lo que cuentan quienes la conocieron: el secreto no era la cámara

El recuerdo que se repite no es el de un set luminoso, sino el de una mujer que rezaba y servía sin alardes. La madre de Nínawa suele definirla como “obsesionada por la ética”, y los homenajes que recibió —desde la Plaza de los Periodistas hasta distinciones culturales y comunitarias— hablan de una coherencia que no concede. También hay testimonios de colegas sobre su pudor profesional: no sacaba rédito de su fe; la vivía. Ese dato, en tiempos de exhibicionismo espiritual, pesa.

En clave eclesial, su pertenencia a grupos de periodistas católicos y su compromiso con instituciones como el Patronato de la Infancia exhiben un catolicismo concreto: misa, oración, servicio. No postureo. Para una eventual causa esto importa: la santidad no es una emoción, es un estilo de vida sostenido en opciones cotidianas.


La actualidad de su legado: comunicar con verdad, vivir con esperanza

En un ecosistema mediático saturado de ruido, la figura de Nínawa desafía a periodistas y audiencias: criterio, contexto, compasión. En sus coberturas internacionales no caricaturizaba al mundo árabe ni a los cristianos de Oriente; sabía que la identidad bien vivida construye puentes. En la Argentina, esa mirada puede sanar discursos que hoy incendian por clics y fracturan por negocio.

La fundación, por su parte, ofrece una pista para salir de la “solidaridad-slogan”: proyectos con método, evaluación y anclaje espiritual. Accesibilidad, arte para ciegos, becas… no es caridad que entretiene culpas; es justicia con ternura. Ahí late una santidad laical moderna y posible: amar a Dios sirviendo bien y con profesionalismo.


¿Cómo se promueve, paso a paso, una causa hoy?

  1. Actor de la causa: puede ser la diócesis, la congregación o —con autorización— una fundación. Debe existir capacidad moral y jurídica para sostener el proceso.
  2. Postulador: nombrado por el actor, conduce la recogida de pruebas y la elaboración de la positio. Puede haber vicepostuladores.
  3. Apertura diocesana: el obispo de la jurisdicción donde murió (Buenos Aires) investiga vida, virtudes y fama. Se colectan escritos, archivos audiovisuales, testimonios.
  4. Fase romana: el Dicasterio estudia la positio; si se reconocen virtudes heroicas, el Papa declara “Venerable”. Para beatificar, se requiere un milagro probado; para canonizar, otro posterior.

Qué se necesita hoy, concretamente, si se quisiera avanzar con Nínawa

  • Recolectar testimonios bajo forma canónica (no solo notas periodísticas): colegas, sacerdotes, amigos, beneficiarios de su ayuda.
  • Resguardar y ordenar su producción: guiones, emisiones, artículos, correspondencia, diarios, notas espirituales.
  • Dossier de obras: impacto verificable de la fundación y frutos espirituales asociados a su memoria.
  • Registro de presuntas gracias: favores obtenidos “por su intercesión” con datos médicos y eclesiales; discernir con prudencia.
  • Evitar el triunfalismo: acompañar con oración y discreción; dejar que la fama crezca o no sin artificios.

Objeciones honestas (y respuestas serias)

“Fue una profesional destacada, pero eso no es santidad”. Cierto: el estándar eclesial no canoniza curriculum. Pero pide virtudes heroicas en vida ordinaria. Aquí la clave es probar —con hechos y testigos— una caridad operativa, una templanza en la exposición pública, una justicia en lo opinable y una fe que modeló decisiones. Eso se investiga; no se declama.

“Hay emoción reciente y medios que inflan”. La Iglesia desconfía de burbujas de devoción. Por eso exige fama espontánea y estable. Quince años después, si la memoria sigue generando bien concreto —y sin estridencias—, la objeción pierde fuerza. El tiempo es cribador.

“Sin milagro no hay beatificación”. Es verdad para la vía de virtudes. Por eso la importancia de registrar presuntas gracias y someterlas a peritajes. Nadie fuerza a Dios, pero sí se custodian bien los signos.


Una síntesis para el discernimiento eclesial

Hechos verificables:

  • Abogada UBA con diploma de honor; periodista en Canal 7 y C5N; cobertura de giras presidenciales; conducción en noticiero. Reconocimientos: Santa Clara de Asís (post mortem), distinciones y homenajes públicos. Accidente: 9/1/2011 en Buenos Aires.
  • Fundación activa con programas de accesibilidad, arte para ciegos, educación y solidaridad; crecimiento sostenido y presencia pública.

Signos cualitativos:

  • Coherencia ética en medios laicos, servicio social previo a la fama, articulación fe–profesión, memoria que inspira oración y obras.

Estado del clima eclesial:

  • Menciones recientes en prensa y redes de un “inicio de pasos” o de una conversación eclesial en torno a su figura; presencia en sitios dedicados a las causas de los santos en Argentina. (Esto no equivale a proceso formal abierto, pero indica interés y “fama en camino”).

Conclusión: una interpelación para comunicadores y para la Iglesia en salida

Nínawa no fue perfecta —nadie lo es—. Pero en un ambiente donde la tentación de “ser” antes que servir es permanente, eligió la honestidad como marca; y en un tiempo de cinismo que todo lo trivializa, puso su fe a trabajar sin pancartas.

Si la Iglesia quiere hablarle al siglo XXI sobre santidad laical, rostros como el de Nínawa —profesional exigente, mujer de oración, solidaridad con método— ayudan a narrar ese Evangelio encarnado. No porque haya iluminado una pantalla, sino porque encendió conciencias.

¿Se puede promover su causa? Sí, si hay pueblo de Dios que la sostenga con oración, testimonios y prudencia; si la diócesis discierne signos reales y no espejismos, y si las “gracias” se registran con seriedad. Nada de campañas: santidad, no marketing.

De nuestra parte —periodistas, creyentes, ciudadanos— queda el trabajo simple y profundo: imitar lo que de Cristo vimos en ella: mirar con respeto, decir la verdad sin herir la dignidad, y convertir el dolor en servicio. El resto, si Dios quiere, vendrá por añadidura.


Fuentes consultadas clave

  • Biografía y trayectoria de Nínawa Daher; cargos comunitarios; carrera en Canal 7 y C5N; premios y homenajes.
  • Crónica del accidente, contexto y homenajes públicos; cobertura periodística.
  • Fundación Nínawa Daher: misión, programas y acciones recientes (accesibilidad, arte para ciegos, educación).
  • Artículos de opinión y menciones sobre una incipiente conversación eclesial en torno a su figura.
  • Marco canónico: etapas de una causa, fama de santidad, rol del Dicasterio, requisitos de milagros.

Epílogo — Oración breve (para uso personal)

Señor Jesús, que elegiste a los humildes para mostrar tu luz, te damos gracias por el testimonio de Nínawa. Enséñanos a comunicar con verdad, a servir con alegría y a vivir nuestra fe en lo cotidiano. Si es tu voluntad, concede a tu Iglesia los signos necesarios para reconocer en ella un camino de santidad. Amén.

©Catolic

El cristiano que no incomoda ya está domesticado

El que nunca incomoda. . .

Si el mundo te aplaude siempre, quizá dejaste de anunciar la Verdad. Una reflexión profética sobre la urgencia de incomodar por amor al Evangelio.

Hay algo inquietante en la comodidad. En esa tibieza espiritual que se disfraza de prudencia, en esa aceptación social que se vende como caridad, pero que en realidad es miedo a perder la simpatía del mundo. Jesús no fue domesticado. Los apóstoles no fueron domesticados. Los santos que admiramos no fueron domesticados. Entonces, ¿por qué tantos cristianos hoy parecen vivir para no incomodar a nadie?


El Evangelio que hiere antes de sanar

Cristo no vino a hacer relaciones públicas. Vino a salvar. Y para salvar, primero tuvo que herir las falsas seguridades, sacudir estructuras, poner en crisis vidas enteras. Su amor era tan real que no podía quedarse en silencios diplomáticos.

Cuando Jesús dijo: “Ay de ustedes, cuando todos hablen bien de ustedes” (Lc 6,26), no estaba exagerando. Advertía que un discípulo que solo cosecha aplausos ha dejado de parecerse al Maestro.

Un cristiano que nunca incomoda, probablemente esté administrando un Evangelio reducido, recortado, apto para todo público pero impotente para transformar corazones.


El peligro de ser “correctos”

Hoy, la corrección política ha entrado incluso en la Iglesia. Predicadores que omiten lo incómodo para no ofender, catequistas que reducen la fe a valores universales y difusos, medios católicos que hablan de todo menos del pecado y la conversión.

El resultado: creyentes dóciles al sistema, sumisos a la opinión pública, incapaces de discernir que el Evangelio es por naturaleza contracultural.

La domesticación comienza cuando dejamos de llamar pecado al pecado, por temor a ser tildados de intolerantes. Continúa cuando evitamos denunciar el mal, por miedo a perder seguidores. Y se consolida cuando confundimos la misión con el marketing.


La incomodidad como acto de amor

Incomodar no es atacar. No es gritar más fuerte ni imponerse por la fuerza. Es decir lo que nadie quiere escuchar, con la convicción de que es lo que necesita escuchar. Es elegir la verdad antes que la aprobación, el bien del otro antes que la propia imagen.

Los santos incomodaron. Francisco de Asís incomodó a una Iglesia instalada en el poder. Catalina de Siena incomodó a papas y cardenales. Óscar Romero incomodó a dictadores y élites. No buscaban el conflicto por deporte: amaban demasiado como para callar.


Cuando la Iglesia teme al conflicto

En muchas diócesis, parroquias y movimientos, se confunde unidad con uniformidad. Se evita cualquier tema que pueda generar división, y así se va domesticando la palabra profética. El resultado es una Iglesia “amigable” pero inofensiva, presente en actos culturales pero ausente en las batallas espirituales.

Una Iglesia que no incomoda deja de ser sal y luz. Se convierte en una ONG de buenas intenciones, que acompaña pero no salva, que abraza pero no convierte.


El cristiano domesticado

¿Cómo reconocer a un cristiano domesticado?

  1. Evita cualquier tema polémico, incluso cuando está en juego la verdad del Evangelio.
  2. Confunde paz con ausencia de conflicto, aunque eso implique tolerar la mentira.
  3. Busca más likes que conversiones.
  4. Se adapta al discurso del mundo para no ser excluido.
  5. Habla mucho de amor, pero poco de cruz.

El cristiano domesticado no es un hereje declarado. Simplemente, dejó de ser testigo. Su vida no provoca preguntas. Su fe no genera reacciones. Su anuncio es inocuo.


La urgencia de recuperar la franqueza

El Papa Francisco lo llama parresía: franqueza, valentía para hablar claro. Sin parresía, el cristiano se convierte en un funcionario religioso, un gestor de lo ya establecido. Con parresía, en cambio, se arriesga, se expone, sabe que puede perder todo menos la fidelidad al Señor.

Necesitamos predicadores que hablen del cielo y del infierno. Catequistas que digan a los niños que Jesús es el único camino. Periodistas católicos que denuncien la injusticia aunque eso les cierre puertas. Padres que enseñen a sus hijos a ir contra la corriente.


El aplauso del cielo

Si el mundo te aplaude siempre, preocúpate. Porque quizás dejaste de incomodarlo con la verdad. Y si el cielo guarda silencio, examínate: tal vez ya no vives para agradar a Dios, sino para agradarte a ti mismo.

La medida del cristiano no está en los seguidores que tiene, sino en la fidelidad con que sigue a Cristo. Y seguir a Cristo es cargar una cruz, no un logo. Es ganarse enemigos por amor a la verdad, no seguidores por neutralidad.


Llamado final

Que cada uno se pregunte: ¿A quién no estoy incomodando por miedo? ¿Qué verdad estoy callando para conservar la paz aparente? ¿Qué concesión al mundo estoy justificando como “prudencia”?

Porque el cristiano que no incomoda ya está domesticado. Y un cristiano domesticado es inútil para la misión.


Oración final: Dame, Señor, la santa osadía

Señor Jesús, Tú que incomodaste a fariseos y a publicanos, a ricos y a pobres, rompe en mí toda cobardía.

Hazme hablar cuando el mundo calla, y callar cuando el mundo grita mentiras.

Líbrame de la tentación de agradar, de la comodidad que mata la misión.

Dame la santa osadía de decir la verdad con amor, de incomodar por tu Nombre, de perderlo todo antes que perderte a Ti.

Y que al final de mis días, no me reciba el aplauso del mundo, sino el abrazo del Cielo.

Amén.