En medio de un mundo convulsionado por las injusticias, las desigualdades y las crisis de sentido, surge con fuerza la invitación de José Antonio Pagola a “volver a la Iglesia sencilla de Jesús”. No se trata de un regreso nostálgico a un pasado idealizado, sino de una llamada urgente y profética a reencontrar la esencia profunda de la comunidad cristiana, aquella que Jesús fundó y que se caracterizaba por su cercanía con los pobres, su sencillez y su compromiso radical con el Evangelio.
Pagola nos interpela desde la realidad actual, donde la Iglesia institucional muchas veces se ha visto atrapada en estructuras de poder, formalismos y rigideces que la alejan del mensaje liberador de Jesús. La Iglesia, que debería ser signo visible de la misericordia y la justicia de Dios, corre el riesgo de convertirse en un ente burocrático, distante de las necesidades reales de la gente. Esta desviación no es un mero problema de imagen, sino una crisis profunda que afecta su misión y su credibilidad.
El Evangelio nos muestra a un Jesús que no buscó ni el poder ni el prestigio, sino que se entregó con humildad a los más vulnerables. Su Iglesia fue una comunidad de personas sencillas, que compartían sus bienes, acompañaban a los excluidos y denunciaban las injusticias de su tiempo. Esta sencillez no era ingenuidad, sino una fuerza transformadora, un testimonio de vida que desafiaba las estructuras opresivas y abría caminos de esperanza.
Hoy, esta llamada a la sencillez es más necesaria que nunca. Vivimos en un mundo donde la desigualdad crece, donde millones de personas sufren hambre, violencia, discriminación y exclusión. La Iglesia está llamada a ser un refugio para estos hermanos y hermanas, un espacio donde se viva la fraternidad y la solidaridad, donde la palabra de Dios se traduzca en acciones concretas de justicia y amor.
Pagola nos recuerda que la Iglesia no puede limitarse a ser un espacio ritual o doctrinal, sino que debe ser una comunidad viva, comprometida con la transformación social. La fe cristiana se expresa plenamente cuando se traduce en compromiso con los pobres y en denuncia profética contra las estructuras que generan sufrimiento. No se trata de una opción secundaria, sino del corazón mismo del Evangelio.
Este llamado implica también una conversión personal y comunitaria. Cada creyente está invitado a revisar su vida, sus actitudes y su compromiso con el Reino de Dios. ¿Cómo podemos ser Iglesia hoy sin perder la frescura, la radicalidad y la sencillez de Jesús? ¿Cómo podemos vivir el Evangelio en nuestras familias, en nuestros barrios, en nuestras comunidades, sin caer en la rutina o el clericalismo?
La respuesta no es fácil ni automática. Requiere valentía para cuestionar nuestras comodidades, para denunciar las injusticias incluso cuando vienen de dentro de la propia Iglesia, para abrir los ojos ante el sufrimiento de los hermanos. Requiere también humildad para reconocer que la Iglesia es un pueblo en camino, que se construye día a día con la participación activa de todos.
En este sentido, la Iglesia sencilla de Jesús es una invitación a recuperar la profecía. Ser profeta no es solo anunciar palabras bonitas, sino vivir y denunciar la verdad, especialmente cuando esta incomoda a los poderes establecidos. La profecía es un servicio a la verdad y a los pobres, es un compromiso con la justicia que no puede ser silenciado.
Además, esta sencillez implica una espiritualidad profunda, que no se reduce a prácticas externas, sino que nace de un corazón abierto a Dios y a los demás. Es la espiritualidad de la pobreza evangélica, que no busca acumular sino compartir, que no se aferra a privilegios sino que se entrega con generosidad.
El desafío para la Iglesia de hoy es, entonces, enorme pero también lleno de esperanza. Volver a la Iglesia sencilla de Jesús significa reencontrar la alegría del Evangelio, la fuerza de la comunidad y el compromiso con un mundo más justo y fraterno. Es un llamado a ser testigos creíbles de la Buena Nueva, a ser sal y luz en medio de las tinieblas.
Este camino no está exento de dificultades. La tentación del poder, la comodidad, el miedo al cambio, pueden hacer que la Iglesia se estanque o se desvíe. Pero la historia nos muestra que cuando la Iglesia se pone del lado de los pobres y se deja guiar por el Espíritu, es capaz de transformarse y transformar el mundo.
Por eso, la pregunta que nos deja Pagola es también un desafío personal y comunitario: ¿Estamos dispuestos a volver a la Iglesia sencilla de Jesús, a ser una comunidad que vive el Evangelio con autenticidad, que se compromete con los pobres y que denuncia las injusticias sin miedo? ¿Podemos ser hoy esa Iglesia profética que el mundo necesita?
La respuesta está en nuestras manos y en nuestro corazón. La Iglesia no es una institución cerrada, sino un pueblo en camino, una familia que se construye con la participación activa de todos. Volver a la Iglesia sencilla de Jesús es volver a la esencia del Evangelio, es ser luz en medio de la oscuridad, es ser esperanza para un mundo que clama justicia y paz.
Nota basada en Reflexión y Liberación. Curada y adaptada por catolic.ar con criterio editorial propio
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