Desacerdotalizar, desromanizar y desantropologizar. Tres verbos incómodos pero necesarios para una Iglesia que quiera ser fiel al Concilio. A sesenta años de su clausura, el llamado profético del Vaticano II resuena más fuerte que nunca… o se desvanece entre nostalgias restauracionistas y una Iglesia que aún no se anima a morir para resucitar.
Por redacción de catolic.ar
En 2025 se cumplen seis décadas del cierre del Concilio Vaticano II. Sesenta años de debates, esperanzas, reformas y resistencias. Fue una revolución que no estalló, pero que todavía arde bajo las brasas de la historia reciente. Y si bien muchos la celebran como “una primavera eclesial”, otros se preguntan si esa primavera alguna vez floreció plenamente.
El teólogo chileno Jorge Costadoat, SJ, lanza una reflexión valiente y necesaria: para ser verdaderamente fiel al espíritu del Concilio, la Iglesia debe atreverse a tres transformaciones profundas. Tres heridas abiertas. Tres pasos arriesgados: la desacerdotalización del cristianismo católico, la desromanización de las iglesias locales y la desantropologización de la espiritualidad cristiana.
1. Desacerdotalización: más Pueblo de Dios, menos clericalismo
Durante siglos, la figura del sacerdote —hombre, célibe, ordenado— fue presentada como mediador exclusivo entre lo sagrado y lo profano. El cristianismo católico latino modeló su estructura en torno a esta figura: administrador de sacramentos, predicador autorizado, líder moral y —muchas veces— hombre separado del pueblo. El Vaticano II, sin embargo, proclamó algo radicalmente distinto: la Iglesia es, ante todo, el Pueblo de Dios (Lumen Gentium II). Y el bautismo, no el orden sagrado, es la fuente común de nuestra dignidad.
Costadoat propone recuperar esta visión: que el ministerio ordenado sea un servicio dentro del pueblo, no una casta aparte. Que se hable de presbíteros y no de “sacerdotes”, evitando el aura sacralizante. Que se privilegie la evangelización sobre la administración sacramental. ¿Se ha avanzado? Sí. ¿Es suficiente? No. En tiempos donde el clericalismo ha generado escándalo y ha herido la credibilidad de la Iglesia, volver al espíritu del Concilio no es nostalgia, es supervivencia profética.
2. Desromanización: del centro a las periferias
Roma ha sido, durante siglos, el corazón doctrinal, litúrgico y canónico del catolicismo. Pero en el siglo XXI, con una Iglesia cada vez más global, el desafío es claro: permitir que las iglesias locales asuman protagonismo, con sus culturas, historias y urgencias.
El propio Papa Francisco —primer pontífice del sur global— impulsa esta descentralización a través de la sinodalidad. No se trata de romper la unidad, sino de recuperar la diversidad legítima de una Iglesia verdaderamente católica: universal, pero no uniformizada. El teólogo Karl Rahner ya hablaba, en los años 60, de una “Iglesia mundial” naciente. Hoy, esa Iglesia necesita respirar con todos sus pulmones: africanos, asiáticos, latinoamericanos, europeos. ¿Seremos capaces de dejar atrás el catolicismo colonizador y abrir paso a una catolicidad encarnada?
La pregunta incómoda late: ¿seguiremos exportando ritos, cánones y estructuras desde Roma a todo el mundo, o dejaremos que el Espíritu hable en cada tierra con acento propio?
3. Desantropologización: del hombre al Cristo cósmico
Vivimos en el Antropoceno: una era donde el ser humano se ha vuelto amenaza para el planeta. La fe cristiana, que durante siglos puso el centro en la redención de la humanidad, necesita ahora ensanchar su mirada y reconocer a Cristo como el Salvador de toda la creación. La teología de la “encarnación profunda” propone exactamente eso: Dios hecho carne no solo en Jesús hombre, sino en toda la realidad creada.
El cristianismo, si quiere ser fiel al Jesús del Evangelio, necesita superar el paradigma de dominio sobre la Tierra y asumir una espiritualidad ecológica, cósmica y humilde. Un Cristo “cósmico” que no excluye, sino que abraza la materia, los ecosistemas, los tiempos, los pueblos y las especies.
Este tercer desafío exige una espiritualidad menos centrada en la culpa y más abierta al misterio. Menos controladora y más contemplativa. Menos humana en sentido narcisista, y más divina en clave de comunión.
🌿 Un cierre necesario: morir para resucitar
¿Puede la Iglesia morir a ciertas seguridades para renacer más fiel al Evangelio? ¿Estamos dispuestos a dejar atrás un modelo clerical, centralista y antropocéntrico, para redescubrir el fuego del Concilio y abrirnos a lo nuevo que el Espíritu sopla?
No es un debate académico. Es una urgencia pastoral, eclesial, espiritual y también profética. El año 2025, con su carga simbólica, no debería ser solo una conmemoración, sino una llamada al corazón de la Iglesia para una nueva Pascua: morir a estructuras caducas y renacer en la frescura del Espíritu.
El Concilio Vaticano II no es un capítulo cerrado. Es una promesa aún por cumplir. Y quizá, como en todo Evangelio, solo los pobres, los humildes, los mártires y los jóvenes tengan el coraje de reclamarlo con fuerza.
✒️ Nota elaborada por catolic.ar a partir de diversas fuentes periodísticas y eclesiales. Inspirada en el artículo de Jorge Costadoat SJ, publicado originalmente por IHU/Religión Digital.
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