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sábado, agosto 9, 2025

Los invisibles del Evangelio: comunicadores que anuncian sin aplausos

Los invisibles del Evangelio

No tienen acreditaciones ni sellos episcopales. Pero llevan a Cristo en la voz, la pluma y el alma. Esta es una denuncia serena pero implacable sobre la injusticia eclesial que deja afuera a los que más anuncian.

No tienen pasajes pagos. No aparecen en selfies con obispos. No integran las delegaciones diocesanas que viajan al Vaticano en año jubilar. Muchos ni siquiera son reconocidos por su párroco. Pero durante años, han sostenido la comunicación católica en Argentina y en el mundo con fidelidad, creatividad y un corazón que arde.

Son locutores, periodistas, editores, productores de radio, conductores de podcast, predicadores digitales, escritores ignotos que publican todos los días sin firma y sin descanso. No trabajan para la Iglesia, pero trabajan por la Iglesia. Y lo hacen con una fidelidad que muchas estructuras institucionales ni siquiera saben que existe.

Son los invisibles del Evangelio. Y están hartos. Cansados. Desconcertados.


Una Iglesia que excluye al que la sostiene

Mientras desde Roma se convoca a influencers y misioneros digitales con luces y aplausos, muchos de los verdaderos sembradores no tienen ni siquiera la posibilidad de asistir. No por desinterés. Sino por falta de recursos, por no ser parte de los entornos clericales adecuados, por no tener la bendición de una comisión episcopal.

¿Cómo se elige quién representa a la comunicación católica argentina ante el Papa? ¿Qué criterios se usan? ¿A quién se consulta? ¿Cuándo se convoca a quienes llevan 10, 15, 25 años anunciando a Cristo en radios, diarios, redes y portales, sin pedir nada a cambio?

La respuesta es cruel y simple: no se los convoca. Porque no figuran en las planillas. Porque no forman parte del círculo. Porque no tienen “permiso”.

El drama no es solo la exclusión. Es que se los excluye mientras se suben al escenario personas sin trayectoria, sin profundidad espiritual y, en muchos casos, sin convicción real de lo que anuncian. Se elige el envase en lugar del testimonio. La agenda en lugar de la sangre.


El precio de anunciar sin aplausos

Estos invisibles han hecho programas de radio por décadas. Han acompañado con palabras precisas en las madrugadas a enfermos, presos, abuelas solas. Han fundado ONGs, sostenido revistas, grabado videos, escrito notas, formado equipos. Han evangelizado con lo que tenían, cuando nadie más lo hacía.

Muchos lo hacen en silencio. Otros lo siguen haciendo porque no pueden no hacerlo. Y todos lo hacen sin sueldo, sin escenografía, sin placas institucionales. Porque saben que anunciar el Evangelio no es una carrera: es una urgencia.

Pero cuando llega el tiempo del “reconocimiento”, cuando se arman comitivas, delegaciones, fotos y transmisiones desde Roma, ellos no están. Los miran por redes. Los aplauden a distancia. Y, muchas veces, los olvidan después de usarlos.

No es un olvido inocente. Es una herida eclesial.


Un cuerpo que ignora a sus miembros

La Iglesia es Cuerpo. Y cuando una parte del cuerpo se ignora sistemáticamente, todo el cuerpo se debilita.

Cada vez que se deja afuera al que evangeliza desde la intemperie, se degrada el testimonio. Cada vez que se elige la diplomacia por sobre la verdad, se anestesia la profecía. Cada vez que se margina al que no pertenece pero arde, se priva al Pueblo de Dios de la unción más pura.

Los comunicadores que anuncian sin aplausos no necesitan honores. Necesitan ser escuchados, convocados, abrazados por la Iglesia a la que ya dieron todo.

No piden protagonismo. Piden coherencia.

No quieren privilegios. Quieren justicia espiritual.


Una propuesta: convocar a los no convocados

Esta nota no es un lamento. Es una alarma. Y también una propuesta.

Si la Iglesia argentina quiere anunciar a Cristo con verdad y eficacia, debe convocar a los que ya lo vienen haciendo sin que nadie se los haya pedido.

Hay que crear espacios de encuentro, formación, discernimiento y celebración con todos esos evangelizadores que no tienen tarjeta institucional pero tienen cicatrices.

Hay que darles lugar. Preguntarles. Escucharlos. Aprender de ellos. Y dejar que nos recuerden para Quién trabajamos.

Porque si el Jubileo es solo para los que tienen pasaje y sello, no es Jubileo: es turismo espiritual con backstage.

Y el Evangelio no necesita escenarios. Necesita verdad.


Oración final: Para los que anuncian en silencio

Señor Jesús, Dios de la intemperie y del secreto, Tú que ves lo que nadie ve, abraza hoy a los que evangelizan sin nombre, sin sueldo, sin palco.

Aquellos que no están en las comisiones, pero que siguen ardiendo por Vos. Aquellos que no fueron invitados, pero que te siguen anunciando con fidelidad.

Que no se cansen de sembrar, que no se acostumbren al desprecio, y que no cambien Tu Voz por ningún aplauso.

Dales consuelo, fuerza y claridad. Y cuando todos los reflectores se apaguen, haz que su luz brille más fuerte que nunca.

Amén.

©Catolic

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