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sábado, agosto 9, 2025

Una vida al servicio de la verdad: adiós al arzobispo José Luis Mollaghan, pastor de doctrina y esperanza

Monseñor José Luis Mollaghan, arzobispo emérito de Rosario y figura clave de la Iglesia argentina contemporánea, falleció dejando una herencia silenciosa pero profunda de fidelidad doctrinal y servicio pastoral. Su trayectoria, lejos de los focos mediáticos, revela la huella de un obispo que vivió para custodiar la fe en tiempos de confusión y desafío.

La muerte de un pastor siempre es un umbral que invita a mirar la historia no sólo con gratitud, sino con conciencia. El fallecimiento de monseñor José Luis Mollaghan —ocurrido el 7 de junio de 2025— cierra un capítulo de la Iglesia argentina marcado por la defensa serena y firme del depósito de la fe. Y en tiempos de relativismo, esa fidelidad es profecía.

La Conferencia Episcopal Argentina lo despidió con palabras sobrias y sinceras, reconociendo su papel como secretario general durante seis años (1993-1999), su servicio como obispo auxiliar de Buenos Aires, obispo de San Miguel, arzobispo de Rosario y luego miembro de la Congregación para la Doctrina de la Fe en Roma. Pero más allá de los títulos, la estampa de Mollaghan es la de un hombre de Iglesia que abrazó la verdad sin estridencias y con una inquebrantable serenidad espiritual.

📖 Una biografía sellada por la fidelidad

José Luis Mollaghan nació en Buenos Aires en 1946 y fue ordenado sacerdote en 1971. A los pocos años fue enviado a Roma, donde obtuvo el doctorado en Derecho Canónico en la Pontificia Universidad Gregoriana, una formación que sería la columna vertebral de su posterior tarea eclesial: ayudar a la Iglesia a discernir y custodiar la verdad en medio de una época cada vez más compleja.

Nombrado obispo auxiliar de Buenos Aires por San Juan Pablo II en 1993, trabajó estrechamente con el entonces arzobispo Jorge Mario Bergoglio, acompañando el desarrollo de una Iglesia porteña en tiempos de fuerte convulsión social, con la crisis del neoliberalismo en el horizonte.

Más tarde, fue designado obispo de San Miguel, y en 2005, en un contexto social poscrisis y con la necesidad de reconstruir la confianza en las instituciones, fue elegido arzobispo de Rosario. Allí se mantuvo casi diez años. Finalmente, el papa Francisco —ya desde Roma— lo convocó en 2014 a colaborar con la Congregación para la Doctrina de la Fe, el dicasterio que vela por la integridad doctrinal de la Iglesia. Fue un gesto de confianza, pero también una misión silenciosa: ayudar a examinar casos sensibles en los que la ortodoxia y la justicia pastoral requerían discernimiento y firmeza.

⛪ Un perfil bajo con resonancia profunda

En un tiempo donde se celebra lo visible, Mollaghan fue un hombre de perfil bajo. Y sin embargo, su huella fue honda. Supo servir a la Iglesia con humildad, sin buscar protagonismos, pero dejando tras de sí una estela de coherencia, estudio y fidelidad al Magisterio. Nunca fue una figura mediática, pero su presencia sólida en momentos clave —como secretario de la CEA en los años 90 o como responsable pastoral de Rosario durante años difíciles— hablan de su capacidad para sostener sin claudicar.

Como recuerda el Concilio Vaticano II, “la función de enseñar, que compete a los obispos, es de gran importancia y responsabilidad” (Lumen Gentium, 25). Y esa responsabilidad, en Mollaghan, se expresó en una entrega que nunca fue ruidosa, pero sí constante.

El Papa Francisco, al designarlo en 2014 como colaborador de la Congregación para la Doctrina de la Fe, no sólo reconocía su capacidad canónica y pastoral, sino también su integridad moral, en un momento donde la Iglesia enfrentaba críticas internas y externas por casos de abusos y desviaciones doctrinales. Su tarea, silenciosa pero vital, fue examinar y discernir, a la luz del Evangelio y del derecho, aquellos casos donde el alma de la Iglesia estaba en juego.

🕯️ La muerte de un pastor y la vida de la Iglesia

No son tiempos fáciles para ser testigos de la fe. El clima cultural actual, muchas veces hostil o indiferente, exige de los pastores una doble valentía: la de hablar con claridad y la de callar con prudencia. Mollaghan supo hacer ambas cosas, sosteniéndose en la roca firme de Cristo.

San Pablo exhorta a Timoteo con palabras que podrían describir su vida: “Proclama la palabra, insiste a tiempo y a destiempo, reprende, reprende con toda paciencia y doctrina” (2 Tim 4,2). Esa paciencia doctrinal, tan necesaria en una Iglesia tentada por modas teológicas y superficialidades pastorales, fue una de las virtudes que más marcaron su ministerio.

Desde Roma, cumplió su última misión en una de las áreas más sensibles del Vaticano. Y aunque su retiro lo alejó del centro de la escena, no dejó de ser para muchos un referente y consejero. Incluso aquellos que lo conocieron poco, reconocen en él una figura íntegra y fiel, algo tan necesario como escaso hoy.

📜 Una herencia que interpela

En tiempos donde se exalta lo opinable por sobre lo verdadero, la figura de Mollaghan es un llamado. No fue perfecto, como ningún hombre lo es. Pero su vida fue un testimonio de obediencia eclesial, de amor a la verdad, de servicio discreto. En una época marcada por el clericalismo escandaloso y por pastores que han traicionado su misión, recordar a quienes sirvieron con pureza de intención no es un gesto menor: es una necesidad eclesial y espiritual.

Como enseñaba Benedicto XVI: “la Iglesia no crece por proselitismo, sino por atracción”, y esa atracción sólo puede venir de la santidad de vida, del testimonio sereno, de la coherencia entre lo que se predica y lo que se vive.

Frente a las tentaciones de la mundanidad, del acomodamiento doctrinal o del poder eclesial, la vida de Mollaghan recuerda que el verdadero poder en la Iglesia es el servicio (cf. Evangelii Gaudium, 104).

🙏 Bajo el amparo de María

La Conferencia Episcopal concluyó su comunicado encomendándolo a la Virgen de Luján. No es un detalle menor: María es, en la tradición católica, la figura perfecta del discipulado fiel. Y monseñor Mollaghan —con su vida sencilla y su fidelidad teológica— fue, en muchos sentidos, un discípulo mariano: creyó sin dudar, esperó sin ruido, sirvió sin pedir.

Hoy lo despedimos como Iglesia, y lo encomendamos al Señor de la Vida, sabiendo que “la memoria de los justos será bendita” (Prov 10,7). Su legado no está en grandes discursos, sino en la coherencia evangélica.


🌿 REFLEXIÓN FINAL

En un mundo cansado de discursos vacíos y de líderes que se diluyen en la opinión pública, la vida de monseñor José Luis Mollaghan nos recuerda que lo esencial no hace ruido, pero transforma. La Iglesia necesita de estos hombres: firmes en la doctrina, discretos en el servicio, fieles en la entrega.

¿Y nosotros? ¿Qué tipo de cristianos estamos formando? ¿Qué clase de pastores estamos buscando? Que la vida y la muerte de este obispo argentino nos interpele y nos anime. Porque el Evangelio no pasa de moda, y la verdad —aunque silenciosa— nunca muere.


🔹 Fuente: AICA / ADN Celam

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