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sábado, agosto 9, 2025

Cuando el silencio es desprecio: la masonería ya no ataca a la Iglesia… porque la considera irrelevante

Nadie sabe qué alma puede alcanzar una palabra encendida. En esta era digital, donde las redes sociales son a la vez campo de batalla y terreno fértil para la siembra, cualquier testimonio de fe puede convertirse en semilla de transformación. Pero también pueden serlo las advertencias duras, las palabras incómodas, aquellas que nos sacuden desde la verdad. Y una de ellas llega desde un testimonio inesperado, inquietante, urgente: la masonería ya no ataca a la Iglesia porque la considera irrelevante.

Por Néstor Ojeda

Sí. Lo que durante siglos fue uno de los grandes frentes de oposición espiritual e ideológica al cristianismo —la masonería— hoy se permite ignorar a la Iglesia porque ya no la ve como amenaza. No es reconciliación. Es desprecio. No es tregua. Es desinterés. Y eso, para quienes amamos a la Iglesia y creemos en su misión como luz del mundo y sal de la tierra, debería ser más alarmante que cualquier persecución frontal.

🧱 Una denuncia desde adentro

El dato no surge de especulación. Es el testimonio de un exmasón, recogido por Religión en Libertad, quien participó activamente de las logias y observó desde dentro la evolución de la mirada masónica sobre el catolicismo. Años atrás, la Iglesia era estudiada, debatida, atacada. Era considerada un obstáculo a los fines de la masonería. Hoy, simplemente no ocupa el centro de interés. Ha sido desplazada por otros movimientos, corrientes ideológicas o grupos de presión que sí están moldeando la cultura contemporánea.

Y la pregunta incómoda es inevitable: ¿la Iglesia dejó de ser perseguida… o dejó de ser relevante?

⛪ Católicos en la masonería: la gran contradicción

El testimonio del exmasón añade un elemento aún más preocupante: la presencia activa de católicos practicantes dentro de las logias, muchos de ellos con cargos en parroquias o movimientos eclesiales. No hablamos de ignorancia. Hablamos de relativismo. De esa mezcla peligrosa entre una fe nominal y una ética masónica que termina desdibujando los fundamentos del Evangelio. ¿Cómo puede convivir la fe en Jesucristo —camino, verdad y vida— con una institución que promueve el sincretismo, el esoterismo y una visión del hombre desvinculada de su Redentor?

La Iglesia ha sido clara —y profética— en este punto. Desde la bula In Eminenti de Clemente XII en 1738 hasta la Declaración de la Congregación para la Doctrina de la Fe de 1983, se ha reiterado que la afiliación a la masonería es incompatible con la fe católica. No se trata de una prohibición jurídica, sino de una defensa de la verdad sobre el hombre, sobre Dios y sobre el sentido último de la vida.

Sin embargo, la claridad doctrinal no ha bastado para evitar que muchos bautizados participen en logias, algunas incluso vinculadas a la política, la educación o los medios de comunicación. El problema no es solo personal o moral. Es eclesial. Es cultural. Es espiritual. Porque una Iglesia infiltrada de pensamiento masónico —aunque sea de forma sutil— pierde su capacidad de denuncia, de anuncio profético y de transformación social.

🌍 ¿Una Iglesia que ya no incomoda?

Pero volvamos a la raíz de la denuncia: la masonería ya no necesita combatir a la Iglesia. Porque, en muchos contextos, la Iglesia ha dejado de incomodar. Ya no representa un obstáculo real a los planes de la secularización. No marca diferencias claras. No denuncia con fuerza. No anuncia con audacia. Y cuando eso sucede, el mundo ya no la combate: simplemente la ignora.

En este sentido, la indiferencia masónica no es un elogio. Es una sentencia. Es como si el enemigo dijera: “No necesitamos enfrentarte. Ya no hacés la diferencia.”

Y eso, hermanos, es un llamado a la conversión. No a la conversión de otros, sino a la nuestra. Como cuerpo eclesial. Como comunicadores. Como fieles.

🔥 Volver a ser luz, aunque moleste

La Iglesia no está llamada a ser simpática. Está llamada a ser fiel. A ser testigo. A ser luz en las tinieblas, incluso cuando esa luz moleste a los ojos adormecidos del mundo. Cuando una institución tan poderosa como la masonería ya no considera a la Iglesia como obstáculo, es tiempo de volver a preguntar:
¿Estamos anunciando el Evangelio con la radicalidad y la ternura que el mundo necesita?
¿O nos estamos volviendo parte del paisaje?

La indiferencia es más peligrosa que el odio, porque anestesia. El odio puede despertar reacciones. La indiferencia mata lentamente. Y hoy, muchos poderosos ya no odian a la Iglesia: simplemente la desprecian.

Pero no todo está perdido. Basta un puñado de testigos auténticos para volver a encender el mundo. Basta que una generación de jóvenes, de laicos, de sacerdotes, de comunicadores, de madres y padres vuelva a decir con vida lo que proclamamos con palabras: que Cristo está vivo, y que su Evangelio es la única revolución verdadera que vale la pena abrazar.

Basado en un testimonio publicado originalmente por Religión en Libertad.
Enlace a la nota original

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