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miércoles, octubre 1, 2025

Soy un laico con pretensiones, y eso es una buena noticia

No me miren raro. Sé que la frase suena provocadora, casi herética.

“Laico con pretensiones” a menudo se ha usado para señalar a aquel que, desde el púlpito o los pasillos parroquiales, se atreve a cuestionar, a proponer, o a simplemente pensar “fuera de la caja” clerical.

Es el tipo que el cura mira con recelo porque, en vez de quedarse callado, sugiere cambios en la catequesis, critica la homilía o, peor aún, se mete en temas que, tradicionalmente, han sido coto de la “jerarquía”. Y sí, debo confesarlo: soy uno de esos.

Soy un laico con pretensiones, y mi convicción es que esta pretensión, bien entendida, es un signo de los tiempos, un motor de renovación y, en definitiva, un regalo para la Iglesia.

El desafío de un nuevo lenguaje para una nueva primavera

Para comprender esta provocación, es crucial desandar el camino que nos trajo hasta aquí. Durante demasiado tiempo, la vocación laical se ha entendido de manera reductiva.

Hemos sido, en el mejor de los casos, los “brazos armados” de los pastores: los que organizan las patronales, los que limpian la iglesia, los que reparten la comunión cuando no hay suficientes sacerdotes. Hemos sido, en esencia, actores de reparto en la gran obra de la Iglesia.

Pero el Concilio Vaticano II, y de manera especial el magisterio del Papa Francisco, han echado abajo este viejo paradigma. Hoy, se nos convoca a un rol mucho más protagónico y, me atrevo a decir, mucho más peligroso.

Peligroso porque nos obliga a salir de la zona de confort de ser meros ejecutores y nos desafía a ser profetas. Peligroso porque nos pide no solo obedecer, sino discernir. Peligroso porque nos exige no solo creer, sino pensar.

Este nuevo lenguaje eclesial, que nos habla de sinodalidad, de una “Iglesia en salida” y de una “reforma que es un cambio de época”, no es un mero adorno.

Estos términos son el reflejo de profundas corrientes tectónicas que están redefiniendo el paisaje de la Iglesia global. Ya no se trata de una Iglesia centrada en sí misma, sino de una comunidad en diálogo constante con el mundo, con sus desafíos y sus heridas.

Y en este diálogo, la voz del laico no puede ser un eco, sino un coro pleno.

El laico “con pretensiones” es el que ha captado el mensaje. Es el que entiende que su vocación no se agota en la puerta de la iglesia, sino que se despliega en su familia, en su trabajo, en su comunidad, en la política y en la cultura.

Es el que sabe que su fe no es un refugio privado, sino una fuerza transformadora que debe encarnarse en las realidades del mundo. Esta pretensión no es un capricho individualista, sino una respuesta honesta al llamado del bautismo.

De la obediencia pasiva al compromiso profético

Si analizamos la historia reciente,podemos ver cómo las decisiones del Vaticano y de las conferencias episcopales tienen un impacto real y palpable en la vida cotidiana de los fieles.

Los documentos sobre la familia, las políticas de protección a menores, las posturas sobre temas sociales y económicos no son meras piezas de teología abstracta; son el marco que define cómo vivimos y cómo damos testimonio de nuestra fe.

En este contexto, la pretensión del laico es una necesidad. ¿Cómo podemos ser una Iglesia “profética” si el laico, que es quien está en el frente de batalla de la sociedad, no tiene voz?

¿Cómo podemos ser “sinodales” si el diálogo se limita a un puñado de expertos y pastores? La sinodalidad no es una asamblea de obispos, sino un camino que recorremos juntos, escuchándonos y discerniendo en comunidad.

El laico con pretensiones es el que se anima a alzar la voz, no para quejarse, sino para proponer.

Es el que, con humildad y conocimiento de causa, puede señalar que una determinada decisión pastoral no está funcionando en la realidad de su barrio, que una catequesis no está conectando con los jóvenes o que la forma en que se aborda un problema social en la parroquia es, en el mejor de los casos, ineficaz.

Esta actitud no es de rebeldía, sino de profunda responsabilidad. Es el amor a la Iglesia lo que mueve esta pretensión. Es el deseo ardiente de que la Iglesia sea realmente un faro de luz y esperanza en un mundo convulso, y no una institución anquilosada en sus propias estructuras.

Desafíos y esperanzas: el laico como fermento y sal

Por supuesto, esta “pretensión” no está exenta de riesgos. El principal, y más obvio, es el de la soberbia. La tentación de creerse más que el pastor, de imponer la propia agenda, de confundir la opinión personal con la voz del Espíritu Santo.

La vocación laical, como toda vocación, requiere humildad, formación constante y un profundo espíritu de comunión.

El laico “con pretensiones” no es un francotirador solitario. Es alguien que busca espacios de diálogo, que se forma, que lee el magisterio, que se nutre de la tradición y que, sobre todo, reza.

Es la persona que, lejos de querer ser el centro de atención, busca humildemente servir y colaborar para que la misión de la Iglesia se cumpla de la mejor manera posible.

La invitación que nos hizo el Papa Francisco a una Iglesia “en salida” es una invitación a los laicos. Somos nosotros los que estamos en la calle, en los hospitales, en las escuelas, en los medios de comunicación y en la política.

Somos nosotros los que podemos ser “sal y fermento” en esas realidades. Pero para serlo, necesitamos una fe madura, no infantil. Una fe que no se contente con repetir fórmulas, sino que se atreva a pensar y a proponer.

Mirando hacia el futuro, la esperanza es inmensa. Hay una generación de laicos católicos que, sin complejos, está dispuesta a asumir su rol protagónico. Laicos que no buscan el aplauso del obispo o el reconocimiento del párroco, sino que buscan humildemente dar testimonio de su fe en un mundo sediento de esperanza.

El laico “con pretensiones” es el que se ha hecho cargo de su vocación. Es el que ha entendido que la Iglesia no es un edificio, sino un pueblo en camino.

Y en este camino, todos somos protagonistas.

La próxima vez que escuches a alguien decir “es un laico con pretensiones”, tómalo como una buena noticia. Porque en esas pretensiones, humildes pero audaces, reside la promesa de una Iglesia más viva, más sinodal y más profética para el siglo XXI.

©Catolic

Néstor Ojeda
Néstor Ojedahttps://www.catolic.ar
Néstor Ojeda es periodista y comunicador católico de Concepción del Uruguay, Entre Ríos. Durante más de diez años condujo programas en LT11 AM y fue productor de la serie “Los santos de la puerta de al lado”. Fundador de la Red Solidaria local, recibió el Premio Nacional “Gota en el Mar” al Periodismo Solidario. Actualmente dirige el portal catolic.ar, dedicado al análisis crítico de la actualidad social y eclesial.

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