El 21 de abril de 2025, al día siguiente del Domingo de Pascua, el mundo amaneció con la noticia que conmovió al planeta: el Papa Francisco había partido a la Casa del Padre. Terminaba así un pontificado que no solo marcó una época para la Iglesia Católica, sino que supo interpelar a la humanidad entera con una fuerza que desbordó los límites del Vaticano.
Un pontificado de doce años que desarmó zonas de confort, incomodó a estructuras internas y externas, y encarnó con radicalidad la misión de una Iglesia pobre para los pobres. Con él, se cerraba un ciclo. Y comenzaba otro.
Pocos días después, el mundo volvió a mirar hacia la chimenea de la Capilla Sixtina. El humo blanco anunció la elección del nuevo Sucesor de Pedro: León XIV, el primer papa norteamericano con raíces latinoamericanas, religioso agustino con espíritu sinodal y una fuerte sensibilidad social. Su elección no fue solo inesperada. Fue un mensaje.
La herencia de Francisco: un camino, no un pedestal
A Francisco lo llamaron el “papa del fin del mundo”, pero su mirada estaba puesta en el corazón del mundo. Supo llevar adelante una “revolución de Santa Marta” desde gestos simples y firmes, sacando a la Iglesia de la autorreferencialidad, enfrentando los abusos, rompiendo silencios cómplices y convocando a todos —desde credos distintos hasta no creyentes— a un diálogo que pusiera al ser humano y la Creación en el centro.
No le tembló la voz al condenar un sistema económico que “mata”. No dudó en arrodillarse ante víctimas ni en pedir perdón en nombre de la Iglesia. Publicó encíclicas de enorme resonancia como Laudato Si’ y Fratelli Tutti, y promovió una reforma profunda, aunque inacabada, del aparato vaticano.
Pero su legado no puede entenderse como una estatua a venerar. Es una llama viva. Y León XIV no llega a custodiar las cenizas, sino a encender nuevos fuegos.
León XIV: el profeta de las cosas nuevas
Tomar el nombre de León XIV es, en sí mismo, una declaración de principios. León XIII, en 1891, escribió Rerum Novarum, la encíclica que abrió la Doctrina Social de la Iglesia moderna. Hoy, en un mundo atravesado por la inteligencia artificial, las guerras interminables, la pobreza extrema y el colapso ambiental, ese legado cobra nueva urgencia.
León XIV parece asumir su misión como puente entre la tradición y la profecía, entre lo humano y lo trascendente, entre el Evangelio y los desafíos concretos de nuestra era. No es casual que haya insistido, en sus primeros discursos, en palabras como “dignidad”, “paz” y “servicio”. Tampoco es casual que haya nombrado a América Latina —la región más católica y desigual del mundo— como uno de sus faros espirituales.
Un pontificado entre algoritmos y almas
León XIV no gobernará solo sobre templos. Lo hará también sobre plataformas, miedos globales, algoritmos sin alma, nuevas esclavitudes y crisis existenciales. Tiene ante sí el desafío de humanizar una tecnología que avanza sin ética, de anunciar el Reino en una era digital cada vez más desangelada, de mediar entre potencias que amenazan con incendiar el mundo.
Y en ese escenario, la Iglesia no puede ser neutral. No puede ser funcional. No puede callar.
Como lo hizo Francisco, León XIV deberá hablar cuando otros callen, y callar cuando el mundo grite histeria. Deberá levantar la voz por los pobres invisibles, por los niños explotados, por las mujeres descartadas, por los pueblos originarios despojados, por los cristianos perseguidos, por los jóvenes sedientos de sentido.
La sinodalidad como brújula
Una de las señales más claras del nuevo papa es la continuidad del camino sinodal. No como un eslogan, sino como una forma eclesial: caminar juntos, escuchar todos, discernir desde abajo, no imponer desde arriba. Francisco había sembrado el terreno; León XIV parece dispuesto a cosechar. O al menos, a seguir sembrando en tierra difícil.
¿Será escuchado? ¿Será dejado hacer? ¿Habrá resistencias? Sin duda. Pero la historia demuestra que los papas que incomodan son los que transforman.
La sinodalidad, más que una estructura, es un acto de fe en el Pueblo de Dios. Y es allí, en las periferias existenciales, donde la Iglesia se juega su credibilidad y su futuro.
El desafío de ser voz profética
Francisco devolvió al papado una dimensión profética que el mundo parecía haber olvidado. León XIV tendrá la enorme responsabilidad de no caer en la gestión burocrática ni en el equilibrio diplomático. El mundo no necesita un gerente del Vaticano. Necesita un testigo del Evangelio, capaz de encarnar la misericordia y la justicia, la firmeza y la ternura.
Hoy, más que nunca, la Iglesia está llamada a ser faro en medio de la tormenta, voz en el desierto, arca en tiempos de diluvio.
Tiempo profético
No se trata solo de un nuevo papa. Se trata de una nueva etapa espiritual en la historia humana. Si León XIV logra encarnar el Evangelio con radicalidad, si abraza la cruz sin temor a las críticas ni a las pérdidas, si su voz profética no se apaga ante los poderes del mundo, entonces el legado de Francisco no será enterrado: será fecundado.
El mundo necesita santos. No estrategas. Mártires. No influencers. Pastores. No celebridades.
Y si el Espíritu ha hablado una vez más en la Capilla Sixtina, es porque todavía Dios tiene algo que decirle a esta humanidad confundida y hambrienta.