En un rincón de la India, en la humilde parroquia Cristo Rey de Vilakkannur, el cielo se abrió para dar un mensaje silencioso pero atronador: Cristo está vivo en la Eucaristía. Ocurrió el 15 de noviembre de 2013, durante una Misa matutina celebrada por el padre Thomas Pathickal. En el momento de la elevación, una mancha luminosa comenzó a delinearse en la hostia consagrada. Lo que muchos vieron a continuación estremeció hasta al más incrédulo: el rostro de Jesús apareció con nitidez sobre el Cuerpo consagrado.
El fenómeno no quedó en anécdota ni en devoción local. Multitudes comenzaron a acudir al lugar, al punto que la administración civil tuvo que intervenir para ordenar el acceso. La Iglesia, con prudencia y rigor, siguió el protocolo establecido por la Santa Sede: la hostia fue retirada para su análisis y resguardada como reliquia.
Doce años después, la Santa Sede ha reconocido oficialmente el milagro. La Comisión Teológica de la Iglesia Siro-Malabar lo avaló, señalando que la hostia puede ser venerada como “Reliquia de la Divinidad”. Un signo de fe para tiempos de duda. Un milagro silencioso que habla más fuerte que mil sermones.
Desde entonces, muchos aseguran haber recibido bendiciones espirituales y hasta curaciones al orar ante la hostia milagrosa, que permanece en un altar lateral del templo. La comunidad parroquial ha visto cambios palpables en la vida de fe de sus miembros. El propio arzobispo George Njaralakatt instó a documentar cada testimonio, porque la memoria de los milagros fortalece al Pueblo de Dios.
No es casualidad que estos signos emerjan en los márgenes del mundo, en comunidades olvidadas por los poderosos, pero donde la fe sigue viva, sencilla y ardiente. ¿Será que el mismo Cristo elige los lugares humildes para revelarse como lo hizo en Belén?
Este milagro no es para los curiosos, sino para los creyentes. No se trata de ver para creer, sino de creer para ver. En cada Misa, aunque no veamos nada especial, el mismo Jesús está allí, oculto en apariencia, real en presencia.
Como escribió Santo Tomás de Aquino, “Lo que no veo lo creo firmemente, y confieso la verdad del Salvador”. Quizá esta sea la oportunidad para renovar esa fe olvidada, postergada o debilitada por la rutina, por el escándalo o la indiferencia.
¿Y nosotros? ¿Creemos de verdad que está allí? ¿O necesitamos que la hostia sangre, que hable, que brille… para recordar que el Señor está vivo en cada altar?
Nota basada en Gaudium Press y ChurchPop. Curada y adaptada por catolic.ar con criterio editorial propio