El Jubileo de los Movimientos, Asociaciones y Nuevas Comunidades se alza como un viento de Pentecostés que sacude y renueva a la Iglesia desde sus entrañas. Con el ardor de la esperanza y la urgencia de la misión, miles de creyentes se movilizan para vivir una fe encarnada, comunitaria y profética.
Por Néstor Ojeda | catolic.ar
En medio de un mundo fracturado por la indiferencia, la violencia, la soledad y el descreimiento, el Jubileo de los Movimientos, Asociaciones y Nuevas Comunidades se convierte en una poderosa respuesta eclesial: una convocatoria a vivir el Evangelio con audacia, comunión y esperanza. Organizado en el marco del Año Santo 2025, este Jubileo no es un simple evento, sino un clamor espiritual que une a hombres y mujeres de todos los carismas para reavivar la llama misionera de la Iglesia.
Desde Roma, en el programa “Estudio 9” de Vatican News, tres voces representativas de esta sinfonía eclesial ofrecieron sus testimonios: Fabiola Inzunza, misionera mexicana de la Comunidad Católica Shalom; Don Manuel Soria Campos, delegado de Peregrinaciones de la Archidiócesis de Sevilla; y Enrique Belloso, delegado de Apostolado Seglar en la misma diócesis.
Sus reflexiones, aunque diversas, convergen en un eje central: el Espíritu Santo sigue obrando en medio de su pueblo, y este Jubileo es un nuevo Pentecostés para una Iglesia que necesita salir de sí, volver a sus raíces y abrazar el mundo herido.
La esperanza como antorcha misionera
“El núcleo de nuestra preparación ha sido la esperanza”, confesó Fabiola Inzunza. En un tiempo donde reina el desencanto, la Comunidad Shalom propone la misión como modo de vida. Desde el Centro Internacional Juvenil San Lorenzo —ubicado a pasos del Vaticano—, reciben y acompañan a miles de jóvenes peregrinos, ofreciéndoles no solo hospitalidad, sino el rostro vivo de Cristo resucitado.
La presencia de la Cruz Peregrina de la JMJ en la Plaza de San Pedro se convirtió, para muchos, en un signo visible de este fuego de amor que no se apaga. “Muchos tocan la cruz y se conmueven hasta las lágrimas”, relata Inzunza. No se trata solo de emoción: se trata de una experiencia transformadora, que recuerda que el cristianismo nace del amor crucificado y resucitado, y que debe vivirse con pasión, humildad y entrega.
El Papa Francisco ha sido claro al respecto: “La esperanza cristiana no es optimismo ingenuo, sino certeza de que Cristo ya venció” (cf. Evangelii Gaudium, 275). En tiempos oscuros, los movimientos son faros que reavivan esa certeza y la traducen en gestos concretos de comunión y servicio.
Una Iglesia viva y en camino
Desde la ciudad andaluza de Sevilla, Don Manuel Soria testimonia cómo el Año Jubilar ya está revitalizando la vida eclesial. Once templos jubilares abiertos, múltiples peregrinaciones y un renovado protagonismo laical son signos de una comunidad que quiere vivir su fe de forma comprometida y alegre.
“Muchos alejados están regresando gracias a los movimientos”, afirmó. Y es que donde hay vida comunitaria, oración ferviente y caridad concreta, el Espíritu sopla con fuerza. El desafío, reconoce Don Manuel, es no contentarse con eventos, sino sembrar procesos duraderos. “El Jubileo debe dejarnos una Iglesia más abierta, más fraterna y más misionera”, resume.
No es un deseo aislado. El Concilio Vaticano II ya intuía este despertar cuando señaló que “los laicos, en virtud del bautismo y la confirmación, son llamados por Cristo a participar activamente en la misión salvadora de la Iglesia” (Lumen Gentium, 33). Hoy, esa llamada se vuelve más urgente que nunca.
Fe que transforma la vida y la sociedad
Enrique Belloso aporta una dimensión esencial: la fe no puede vivirse al margen del mundo. “Los movimientos deben integrar la dimensión social del Evangelio”, dijo, en sintonía con el constante llamado del Papa a una Iglesia “en salida”.
No basta con cultivar la interioridad: la verdadera espiritualidad se encarna en la historia. Por eso, Belloso resalta cómo muchos movimientos están trabajando en barrios marginados, acompañando a familias rotas, promoviendo el bien común desde espacios educativos, laborales y culturales.
“La fe que no se traduce en justicia, no es fe”, escribía San Juan Pablo II. Y el Papa Francisco añade con firmeza: “Una fe auténtica —que nunca es cómoda ni individualista— siempre implica un profundo deseo de cambiar el mundo” (Evangelii Gaudium, 183).
Diversidad reconciliada: el gran desafío
Uno de los frutos más deseados de este Jubileo es la unidad en la diversidad. Lejos de unificar carismas o anular identidades, se trata de vivir una comunión reconciliada, donde cada movimiento aporta su riqueza al cuerpo eclesial.
“La unidad no se logra por concentración, sino por acogida”, recordó Belloso. El encuentro Call to Hope, que reunió a Focolares, Shalom, Legión de Cristo y otras comunidades, fue un ejemplo concreto de este espíritu de sinfonía eclesial. No se trata de tolerancia forzada, sino de fraternidad auténtica.
Fabiola Inzunza lo resumió bien: “El Jubileo es un puente que une lo que parecía distante”. Y Don Manuel completó: “El Espíritu Santo es quien armoniza nuestras diferencias y nos lanza a la misión”.
Pentecostés: un nuevo envío
No es casual que este Jubileo se celebre en torno a la solemnidad de Pentecostés. La Iglesia nace del Espíritu y solo puede renovarse en Él. Por eso, este tiempo jubilar es más que una celebración: es un envío.
“El Espíritu Santo nos guía hacia la unidad y la transformación”, dijo Don Manuel. Fabiola, por su parte, exhortó a vivir el Jubileo como un envío cotidiano: “No sólo ir lejos, sino evangelizar en el trabajo, la familia, el barrio”.
Como nos recuerda Christifideles Laici, “el campo propio de la actividad evangelizadora de los laicos es el mundo vasto y complicado de la política, la economía, la cultura, las ciencias y los medios de comunicación” (n. 23). Hoy, más que nunca, la Iglesia necesita testigos que lleven el Evangelio a las periferias de la existencia.
Una Iglesia que escucha, discierne y camina unida
Este Jubileo no debe terminar en Roma. Su fruto verdadero será una Iglesia más sinodal, más pobre, más valiente. Una Iglesia que escuche a sus carismas, que no reprima la profecía, que se deje interpelar por los nuevos signos de los tiempos.
Necesitamos movimientos que no se encierren, sino que dialoguen; laicos que no sean solo ejecutores, sino verdaderos protagonistas; comunidades que no compitan entre sí, sino que se reconozcan mutuamente como dones del Espíritu.
Conclusión: el tiempo es ahora
El Jubileo de los Movimientos no es una pausa en el camino. Es una interpelación directa al corazón creyente. ¿Seguiremos viviendo una fe tibia, funcional, domesticada? ¿O dejaremos que el Espíritu nos convierta en testigos vivos de un Dios que llama, transforma y envía?
La Iglesia necesita hoy hombres y mujeres que griten con su vida que “Cristo vive y te quiere vivo” (cf. Christus Vivit, 1). Que abracen al mundo sin mundanizarse, que denuncien sin odio, que anuncien sin miedo.
El futuro se escribe en presente. Y el presente está clamando: “¡Ven, Espíritu Santo!”.
<small>Fuente original: Vatican News – “Jubileo de los Movimientos: impulso de unidad para la Iglesia”. https://www.vaticannews.va/es/vaticano/news/2025-06/estudio-9-jubileo-movimientos-eclesiales-sevilla-shalom.html</small>