Mientras Gaza se desangra y los rehenes siguen cautivos, el ex primer ministro Ehud Olmert sacude la conciencia de su país: la única salida es detener la guerra y construir dos Estados. ¿Por qué su voz resuena como un eco solitario en medio del estruendo?
Introducción reformulada:
La tierra donde nació Jesús vuelve a estar atravesada por el odio, la violencia y el sinsentido. En medio del fuego cruzado que devora Gaza y arrastra consigo vidas inocentes, una voz inesperada emerge desde el corazón mismo de Israel: la de Ehud Olmert, ex primer ministro, que se atreve a decir lo que pocos se atreven a reconocer. En un momento en que el gobierno de Benjamin Netanyahu parece decidido a prolongar una guerra sin horizonte, Olmert rompe filas y lanza una denuncia valiente: esta guerra es un crimen, y la única salida es el fin inmediato de las hostilidades y el reconocimiento de un Estado palestino. La paz, insiste, no es una fantasía ingenua, sino una exigencia moral.
Una tragedia prolongada por la obstinación
La situación en Gaza no admite eufemismos. Las cifras de muertos superan ya todo cálculo razonable, las imágenes que emergen desde Rafah o Khan Younis muestran niños mutilados, familias enterradas bajo escombros y hospitales colapsados. Y sin embargo, como si la realidad no fuera suficiente, la guerra continúa. El gobierno de Israel, liderado por Benjamin Netanyahu, mantiene su ofensiva con una narrativa defensiva: destruir a Hamás a cualquier costo.
Pero ese “costo” tiene rostros: madres que lloran a sus hijos, pueblos enteros reducidos a ruinas, y rehenes cuyo destino se vuelve cada día más incierto. Para Olmert, todo esto revela una verdad incómoda: la guerra, tal como se conduce hoy, no tiene como objetivo liberar a los rehenes ni proteger a la población israelí. “Lo único que está consiguiendo es la muerte de más soldados, la permanencia de los rehenes y la aniquilación de civiles palestinos inocentes”, denuncia.
Esta afirmación, que para muchos sería anatema, cobra un peso particular viniendo de quien alguna vez condujo los destinos del Estado de Israel. No es una acusación ligera. Es una advertencia ética. Es un llamado, como diría el profeta Isaías, a “enmendar la opresión, hacer justicia al huérfano, defender la causa de la viuda” (Is 1,17).
El colapso moral de la política israelí
La guerra no solo destruye Gaza. También desgarra el alma de Israel. Cada día crecen las protestas dentro del país, miles de ciudadanos –incluso reservistas del ejército– claman por un cambio de rumbo. El hartazgo es palpable. ¿Cuál es el objetivo de esta guerra?, se preguntan muchos. ¿Qué estrategia se oculta tras el derramamiento de sangre?
Olmert lo expresa sin rodeos: “Nadie en Israel entiende la estrategia de Netanyahu. Pongamos que destruyen a Hamás. ¿Después qué? ¿Qué harán con los cinco millones y medio de palestinos que seguirán allí?” La pregunta no es retórica. Es existencial. Porque la ocupación perpetua no puede ser el fundamento de una democracia. Porque prolongar la guerra no fortalece a Israel: lo aísla y lo hunde en una espiral de violencia de la que será difícil salir.
En su exhortación apostólica Evangelii Gaudium, el papa Francisco advierte con fuerza: “La paz se funda no sólo en el respeto de los derechos del hombre, sino también en el respeto de los derechos de los pueblos” (EG 190). Israel, que nació como respuesta a un drama histórico de persecución y exilio, no puede construir su seguridad sobre el sufrimiento de otro pueblo. La memoria del Holocausto no debe ser usada como escudo para legitimar políticas que reproducen la lógica de la opresión.
El clamor por dos Estados: una solución que se sigue postergando
La propuesta de Olmert no es nueva, pero resuena con renovada urgencia: dos Estados, libres, independientes y en paz. Una Palestina soberana y un Israel seguro. Nada más, nada menos. Esta fórmula, tan discutida como evidente, parece hoy más lejana que nunca. Y sin embargo, es la única vía racional y ética para salir del atolladero.
“Hamás no entregará a los rehenes sin una garantía firme de que la guerra termina”, afirma Olmert. Y tiene razón. Esperar que un grupo armado, que se sabe acorralado, ceda su única carta sin ninguna contraprestación es infantil. La política, como la ética, exige realismo. Y en este caso, el realismo consiste en reconocer que no hay paz sin negociación, no hay tregua sin compromiso, no hay libertad sin justicia.
La encíclica Fratelli Tutti del Papa Francisco lo dice claramente: “La guerra es un fracaso de la política y de la humanidad, una claudicación vergonzosa, una derrota frente a las fuerzas del mal” (FT 261). ¿Hasta cuándo se prolongará ese fracaso? ¿Cuántos niños más deberán morir para que la humanidad entienda que ningún proyecto nacional, ninguna ideología, ningún “derecho histórico” justifica el exterminio?
Testimonios y datos que claman justicia
Las organizaciones humanitarias hablan de más de 35.000 muertos en Gaza desde el inicio de la ofensiva. La mayoría son civiles. Los hospitales ya no dan abasto. Las universidades han sido arrasadas. Un informe reciente de Médicos Sin Fronteras habla de “niveles de destrucción comparables con los peores escenarios bélicos del siglo XXI”. Y en Israel, más de 200 familias siguen esperando noticias de sus seres queridos secuestrados.
La comunidad internacional, por su parte, parece atrapada en la parálisis. Estados Unidos, con un discurso ambivalente, evita presionar con firmeza a su aliado histórico. Europa, dividida entre la culpa y el pragmatismo, se limita a condenas tibias. Y la ONU, una vez más, asiste impotente a la tragedia. En este contexto, la voz de Olmert, aunque solitaria, se convierte en faro. Porque se atreve a decir lo que la mayoría calla. Porque no teme perder capital político. Porque, como diría el profeta Amós, “no soporta más vuestras solemnidades, porque vuestros holocaustos están manchados de sangre inocente” (cf. Am 5,21-24).
¿Podrá brotar la justicia en un desierto de violencia?
Israel y Palestina no necesitan más armas, sino más humanidad. No más trincheras, sino puentes. No más discursos vacíos, sino decisiones valientes. ¿Será escuchada la voz de Olmert? ¿Podrán líderes del mundo judío, cristiano y musulmán alzar juntos un clamor por la paz?
La Iglesia, desde su fe en el Príncipe de la Paz, no puede ser neutral. Callar ante la injusticia es traicionar el Evangelio. Como cristianos, como católicos, estamos llamados a ser constructores de paz, aún a costa del rechazo, de la incomprensión, del riesgo.
“Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios” (Mt 5,9). Esta bienaventuranza no es un simple deseo: es una misión. Una exigencia. Una responsabilidad histórica. Que el sufrimiento de Gaza y el temor de Israel no nos paralicen, sino que nos movilicen a ser artesanos de una paz justa, duradera y verdadera. Porque solo la justicia engendra la paz. Y solo el amor vence al odio.
Fuente original: Vatican News
Enlace: https://www.vaticannews.va/es/mundo/news/2025-06/ehud-olmert-gaza-entrevista-israel-tregua-palestina.html