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miércoles, octubre 1, 2025

Un santo de la puerta de al lado: la huella imborrable de Hugo Ocampo

Cuando la santidad se hace carne en la vida común

Hay vidas que se escriben en silencio, con la tinta invisible de la gracia. No hacen ruido en las portadas, pero dejan un surco tan hondo que el tiempo no lo borra. Esa huella es la de Hugo Ocampo: vecino, esposo, padre, profesional, ministro de la Eucaristía, un laico comprometido y, para muchos, un testigo de santidad que la Iglesia y la comunidad no pueden ignorar.

Hoy, a más de una década de su partida, su recuerdo reclama no la nostalgia sino la acción: que la Iglesia escuche la voz del pueblo fiel y examine la vida de un hombre que vivió el Evangelio con una coherencia que atraviesa lo cotidiano y alcanza lo sagrado.


Quién fue Hugo Ocampo

Hugo Ocampo nació en Concepción del Uruguay, provincia de Entre Ríos, el 14 de enero de 1932. Tercero de tres hermanos en una familia humilde, recibió el bautismo en la fe católica. A los 14 años tuvo una experiencia profunda: la visión de una mujer que luego reconocería como la Virgen Inmaculada Concepción.

Ese encuentro fue definitivo —no un episodio místico aislado, sino la chispa que le abrió una búsqueda constante por María y por Cristo.

Se recibió de bachiller en el Colegio Justo José de Urquiza. Trabajó en la antigua Compañía Entrerriana de Teléfonos (Grupo Ericsson) y, paralelamente, estudió Podología en la Universidad Nacional de Buenos Aires, donde en 1973 se recibió con el mejor promedio, convirtiéndose en el primer podólogo universitario de la provincia de Entre Ríos.

Se casó con Edda Borget, con quien formó un hogar enraizado en la Fe; tuvieron tres hijos.

En lo pastoral fue Salesiano Cooperador y Ministro Extraordinario de la Eucaristía: nombre que aquí significa mucho más que un título. Significa visitas a enfermos, comunión diaria, cercanía a los pobres de los barrios, presencia en capillas barriales y un ministerio ejercido desde la sencillez y la entrega.


Rasgos de santidad cotidiana

La santidad de Hugo no se medía por grandes titulares ni prodigios visibles; se midió por gestos continuos y discretos:

  • Rezaba con fidelidad: no por ostentación, sino porque sin Dios no podía sostenerse.
  • Llevaba el rosario en el bolsillo, visitaba enfermos y ayudaba a los necesitados en silencio.
  • Su trato con la gente era una lección de humildad: no humillaba, no juzgaba, no buscaba protagonismo; simplemente estaba.
  • Fue un profesional entregado: en su consultorio no solo atendía los pies, sino también las almas.

Estos rasgos fueron su predicación más poderosa: una palabra justa, un gesto oportuno, una presencia que sanaba. La santidad, en Hugo, fue la suma de lo pequeño hecho con amor infinito.


Testimonios que lo confirman

La verdad de una vida se prueba en la memoria de los otros. Acá reproducimos testimonios que no necesitan adorno: hablan por sí mismos.

Testimonio de Mariela Zappa (texto íntegro)

Querido Hugo Amigo, Maestro, Hermano, Padre…los calificativos son pocos para tan grande corazón Hugo. Te conocí a los 13 años, y allí con vos en los hogares de cartón, en los techos que se llovían por donde miraras, en los pisos de tierra, me llevaste a recorrer las familias necesitadas llevando a Jesús Eucaristía a los enfermos. Los Domingos muy temprano, teníamos un recorrido esperado por muchos abuelos para visitar que esperaban LA PALABRA en tu predicación como Ministro de la Eucaristía…

Querido amigo marcaste mi vida a fuego con la convicción de tu Fe en Jesús y María. ¿Quién no pasó por tu consultorio – además para atenderse de los pies – sobre todo para atender el alma? Jóvenes, adultos, madres, padres, matrimonios, sacerdotes, laicos, religiosas, creyentes y no creyentes…siempre supimos todos que eras más que “especial”. Un Hombre de Dios, en el corazón del mundo y de la Familia, un hombre que “predicaste a Jesús” mostrándonos “cómo” se hacía con tus acciones concretas, simples, sencillas. Un Laico Salesiano contemplativo en la acción.

Guardaré en mi alma, las charlas profundas con vos, tus consejos, y sobre todo cada instante vivido que nos diste junto a Néstor, cuando la más profunda soledad nos acompañó por muchos años, allí como buen Samaritano siempre nos acompañaste, como era tu espíritu hacerlo con todas las personas que se acercaban a vos.

Cuánto bien espiritual y material, hiciste a los que tenían mucho y a los que tenían poco y siempre en silencio, sin alardear de nada… siempre presente… Ejemplo de Esposo, padre, abuelo, hermano…

Quiero decirte UN GRACIAS ETERNO, por tanto BIEN, POR SEMBRAR AMOR en mi alma y en las almas… y me quedo con la última pregunta que te hice un día que salíamos de la Inmaculada: Hugo: ¿cómo es tu experiencia de Dios?… y con la sonrisa picarona de siempre me dijiste: “mirá no sé cómo explicarte lo que siento, siento en mi interior una paz, serenidad, seguridad indescriptible de que Dios y La Virgen viven en mí… hay veces que me asusto porque no sé dónde estoy”… (esto fue en Diciembre-2013).

Querido Hugo, siento que sos ahora mi ángel, al que voy a seguir pidiendo consejo… Sé que el cielo ha abierto sus puertas a un nuevo Santo, que nos mostró con sus obras a vivir a Jesús en lo concreto, a VIVIR EL AMOR. “GRACIAS PORQUE PASASTE TU VIDA HACIENDO EL BIEN”… HASTA SIEMPRE…HUGO.

Testimonio de Susana Raquel Vernaz de Morrison (fragmento íntegro)

“Son las tres cosas que me vienen al corazón con la lectura de este pasaje sobre la muerte de David: pedir la gracia de morir en casa, morir en la Iglesia; pedir la gracia de morir en la esperanza, con la esperanza; y pedir la gracia de dejar una bella herencia, una herencia humana, una herencia hecha con el testimonio de nuestra vida cristiana.”

Estos testimonios —el primero íntimo, el segundo bíblico y prudente— no son frases sueltas: son el latido persistente de una comunidad agradecida. Hablan de alguien que enseñó a vivir y morir en la Fe, y que dejó una “herencia” humana y cristiana que hoy interpela a la Iglesia.


Pruebas y fidelidad

La vida de Hugo atravesó cruces: dificultades económicas, incomprensiones —incluso dentro de espacios eclesiales—, pérdidas personales y enfermedades. No fue una existencia sin dolor; fue una existencia en la que el dolor fue ofrecido.

En medio de las pruebas, repetía con sencillez: “Yo no sé cómo, pero tengo la certeza de que se va a solucionar”. Eso no es ingenuidad: es la expresión de una Fe práctica y firme.

Su experiencia de Dios —esa paz y seguridad interior que le confesó a Mariela en diciembre de 2013— no era éxtasis privado, sino la raíz de su entrega constante.

Abrazó su cruz sin resentimiento y la transformó en servicio. Esa es, en términos evangélicos, la prueba más elocuente de una vida santa: no la ausencia de sufrimiento sino la capacidad de convertir el sufrimiento en ofrenda y esperanza.


Lo que dejó en la comunidad

Hugo murió el 5 de febrero de 2014. Dejó un vacío tangible, pero sobre todo una herencia viva:

  • En la parroquia Santa Teresita lo recuerdan por sus catequesis, sus chistes inocentes y su capacidad para hacer llegar a Jesús a cualquiera con quien conversara.
  • Entre amigos y vecinos se repiten palabras como fidelidad, alegría, paciencia.
  • En su familia quedó el testimonio de un amor incondicional.
  • En sus pacientes y en quienes acudían a su consultorio de podólogo, quedó la memoria de un hombre que atendía los cuerpos y las almas.

Un testigo lo sintetizó: “Era imposible estar con él y no sentirse mirado con misericordia. Nunca te hacía sentir menos; siempre te hacía sentir hijo de Dios”.

Esa mirada es el registro más claro de la santidad: la capacidad de hacer que el otro se acerque a Dios por el trato humano.


Profecía para hoy

En un momento histórico marcado por el relativismo y la desesperanza, la figura de Hugo es un antídoto: muestra que la santidad se cultiva en la trama de la vida cotidiana —en la familia, en el trabajo, en la capilla barrial— y no en el aislamiento.

El Papa Francisco habla de los “santos de la puerta de al lado”: hombres y mujeres que no ostentan poder pero que configuran el rostro de la Iglesia con su cada día.

Hugo es exactamente eso: un santo silencioso y eficaz, cuyo testimonio desafía a la comunidad a recuperar el valor de lo pequeño hecho con amor.

Reconocerlo no sería un acto nostálgico; sería un acto profético: decirle a la sociedad que la bondad coherente existe, que la fe transforma y que Dios sigue obrando en lo humilde.


Llamado a reconocerlo: por qué abrir su Causa

No proponemos la apertura de la causa por emoción sola; proponemos que la Iglesia examine una vida que, por su constancia en la caridad y por el impacto en testigos múltiples, contiene los elementos sustantivos de una probable santidad:

  1. Testimonios concordantes (familiares, parroquianos, amigos, pacientes) que acreditan su virtud heroica.
  2. Vida cristiana pública (Cooperador Salesiano, Ministro de la Eucaristía, trabajo en barrios carenciados).
  3. Huella pastoral: actos concretos de caridad y formación que transformaron vidas.
  4. Muerte en esperanza y herencia de testimonio, como lo señaló Susana Vernaz: morir en la Iglesia, en la esperanza y dejando una herencia cristiana.

A partir de esto, pedimos humildemente que las instancias eclesiales correspondientes —primero la parroquia, luego la diócesis— consideren el inicio del proceso de información y recopilación de testimonios que precede a cualquier trámite formal. El primer paso concreto es reunir declaraciones, documentos, fotos, escritos y cualquier prueba de virtudes heroicas. Este artículo es un peldaño público para convocar a quienes puedan colaborar.


Epílogo y llamado a la comunidad

Hugo Ocampo encarna lo que la Iglesia necesita hoy: un testigo creíble de que la fe transforma la vida concreta. No era un hombre perfecto; era un hombre permeado por la gracia que, en su pequeñez, fue inmenso.

Si lo conociste, si tenés un recuerdo, una anécdota, una foto, un testimonio que pueda fortalecer la memoria colectiva, por favor compartilo: enviá tu testimonio a los siguientes correos: pilarwork@yahoo.com.ar y con copia a : ocampomarisa@yahoo.com.ar.

La Causa se construye con voces,con pruebas,con el pueblo que recuerda.

Hugo Ocampo ya es para muchos un santo de la puerta de al lado. Que esta nota sea el inicio claro y ordenado para que, con la prudencia que exige la Iglesia, su vida sea estudiada y —si corresponde— reconocida oficialmente como la de un hombre que sembró amor y dejó una herencia de Fe.

Hugo Ocampo, obrero de Dios, intercede por nosotros y enséñanos a vivir con la misma paz, la misma alegría y la misma entrega con que vos viviste.

©Catolic.ar

Néstor Ojeda
Néstor Ojedahttps://www.catolic.ar
Néstor Ojeda es periodista y comunicador católico de Concepción del Uruguay, Entre Ríos. Durante más de diez años condujo programas en LT11 AM y fue productor de la serie “Los santos de la puerta de al lado”. Fundador de la Red Solidaria local, recibió el Premio Nacional “Gota en el Mar” al Periodismo Solidario. Actualmente dirige el portal catolic.ar, dedicado al análisis crítico de la actualidad social y eclesial.

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