Mientras el mundo espera al nuevo Papa, el silencio en Roma no es vacío: es elección. Es combate espiritual. Es oportunidad.
Néstor Ojeda
En el centro del cristianismo, hay una silla vacía.
No es cualquier silla: es la Cátedra del Obispo de Roma.
Y cuando queda sin nombre, el mundo entero la mira con una mezcla de ansiedad, esperanza y sospecha.
Este tiempo sin Papa no es solo una pausa litúrgica. Es un signo. Una grieta por donde se cuela el Espíritu.
¿Qué Iglesia nacerá del próximo cónclave?
¿Una Iglesia que camina, o una que retrocede?
¿Una Iglesia de puertas abiertas, o una Iglesia de guardianes?
Francisco ha muerto, pero la disputa por su legado recién comienza.
Los sectores más conservadores lo acusan de haber debilitado la doctrina.
Los sectores reformistas creen que no fue lo suficientemente lejos.
Y el Pueblo de Dios, muchas veces ausente de los pasillos del poder, sólo quiere un pastor que huela a Evangelio.
La Sede Vacante es más que una formalidad.
Es el momento más teológico y político del catolicismo contemporáneo.
Es la hora en que los Cardenales —hombres con historia, estrategia y convicciones— deciden no sólo un nombre, sino un rumbo.
Cada elección papal es una mezcla de oración y geopolítica.
Y este cónclave no será distinto:
- Las iglesias del Sur Global claman por una voz profética.
- Europa teme perder el control simbólico.
- Estados Unidos juega su ficha con lógica de poder.
El Espíritu sopla donde quiere.
Pero no siempre sopla donde conviene.
El mundo observa. La Iglesia espera.
Y millones de creyentes rezan, no para que gane su candidato, sino para que el Reino de Dios no pierda terreno.
Porque no necesitamos un Papa perfecto.
Necesitamos un Papa que no tenga miedo.
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