Entre la Fe devocional y la urgencia de un testimonio que incomode.
La Iglesia católica vive una tensión que define su rostro público: ¿somos creyentes de estampita —refugiados en una religiosidad intimista y dulzona— o estamos dispuestos a ser una Iglesia testimonial, comprometida y profética, capaz de incomodar y hasta perder privilegios por anunciar la verdad? La pregunta no es retórica: de su respuesta depende el catolicismo del siglo XXI.
Radiografía de una religiosidad anestesiada
En toda nuestra geografía aparecen estampitas, medallas, novenas, escapularios, altares caseros. Son valiosos cuando remiten al Misterio y abren el corazón a Dios. Pero, cuando se convierten en refugio infantilizante, generan una fe anestesiada, cómoda, incapaz de hacerse carne en la vida pública.
La estampita puede volverse talismán: un “seguro religioso” contra desgracias, en lugar de recordatorio del Evangelio que exige conversión. Allí nace una “teología de la estampita”: cristianismo de bolsillo, que acompaña pero no interpela; que se reza, pero no transforma.
El riesgo del catolicismo intimista
Cuando la fe se repliega al ámbito privado, se vuelve adorno cultural. Es el catolicismo de fiestas patronales que nunca cuestionan la injusticia, la procesión multitudinaria que convive con la corrupción, la misa llena que no se traduce en compromiso social.
- ¿Qué significa ser cristiano hoy en un mundo que naturaliza la desigualdad obscena?
- ¿Cómo anunciar el Evangelio donde se legaliza la muerte de inocentes y se canoniza el consumo?
- ¿Por qué repetimos devociones sin abrazar la contradicción de la cruz?
Profetas domesticados
La Biblia es implacable: el pueblo de Dios se pierde cuando silencia a sus profetas. Nos gustan los santos dulces y las frases recortadas para redes, pero olvidamos que los verdaderos santos fueron incómodos: Teresa de Calcuta frente al descarte humano, Óscar Romero ante la violencia, Francisco de Asís ante la riqueza clerical.
Una Iglesia que reparte estampitas pero calla ante la injusticia no es la Esposa de Cristo: es institución domesticada, bien portada, incapaz de levantar la voz cuando el Evangelio se negocia.
Devoción sí; superstición, no
La piedad popular es pulmón espiritual: rosarios, novenas, peregrinaciones, santuarios. La devoción auténtica:
- Conduce a Cristo (más Palabra, más Eucaristía, más caridad).
- Integra en la Iglesia (vida sacramental y comunión real).
- Desemboca en misión (obras concretas por el bien común).
Cuando faltan estos tres ejes, la devoción se degrada en autoayuda con agua bendita.
Placebo espiritual y sacristías llenas
Abundan consumos religiosos que apaciguan culpas —un triduo por aquí, una promesa por allá— pero no tocan bolsillo, tiempo ni agenda. Se “terceriza” la caridad en Cáritas y la misión en “los de pastoral social”. Resultado: sacristías llenas y periferias vacías.
Jóvenes ven incongruencias: “mucho incienso, poca justicia”.
La liturgia, corazón de la Iglesia, no es espectáculo para entendidos: es fuego que empuja a la calle. Si la comunión no nos vuelve pan partido, la misa dominical tranquiliza, pero no envía.
Iglesia testimonial: el salto necesario
La fe no se mide por cuántas estampitas guardamos, sino por la capacidad de encarnar el Evangelio. Ser testimonial significa:
- Anunciar con la vida en familia, trabajo, política, medios y redes.
- Denunciar al poderoso que oprime, al corrupto que roba, a la indiferencia que legitima el mal.
- Perder privilegios antes que vender baratijas espirituales.
Los obstáculos que evitamos nombrar
- Clericalismo: laico infantilizado, cura agotado, comunidad pasiva.
- Polarización: bandos que se gritan; Cristo queda rehén de consignas.
- Espiritualidad de laboratorio: rubros litúrgicos sin pobres a la vista.
- Impunidad: opacidades económicas, abusos no reparados.
- Mundanidad digital: confundir likes con conversión.
La purificación duele: pedir perdón, reparar, ordenar la casa, renunciar a comodidades. Sin este “dolor pascual”, no renace la credibilidad.
Examen general para comunidades (12 preguntas)
- ¿Qué porcentaje del presupuesto llega a los pobres y cómo se audita públicamente?
- ¿Cuántas horas de escucha gratuita ofrecemos por semana?
- ¿Hay protocolos vivos contra abusos y acompañamiento real a víctimas?
- ¿Cómo formamos catequistas en Biblia, doctrina social, afectividad y mundo digital?
- ¿Qué alianzas tenemos con escuela, universidad, organizaciones sociales y Estado sin perder identidad?
- ¿Nuestra comunidad es hogar de todas las edades y situaciones familiares?
- ¿Qué damos a los jóvenes: mentorías, trabajo, voluntariado serio?
- ¿Cómo tratamos al que piensa distinto? ¿Hay espacios de diálogo real?
- ¿Qué métricas de conversión usamos más allá de sacramentos conferidos?
- ¿Nuestra comunicación digital anuncia y escucha o solo “avisa”?
- ¿La liturgia facilita el encuentro con Dios (silencio, belleza, predicación) o es trámite apurado?
- ¿Pastores accesibles y agendas construidas con el pueblo o con “los de siempre”?
Medir para servir mejor (sin ideologizar)
La gracia no se cuantifica, pero la responsabilidad sí. Tres tableros simples:
- Litúrgico-espiritual: misa dominical, adoración, retiros, lectio, confesiones con acompañamiento.
- Comunitario-misional: voluntariados, familias acompañadas, presencia en barrios, cárceles y hospitales.
- Integridad y transparencia: protocolos activados, auditorías publicadas, consejos económicos abiertos.
Diez decisiones corajudas
- Recentrar en la Eucaristía: homilías sustanciosas, música que eleve, silencio que hable.
- Una misión por cada misa: enfermos visitados, colecta concreta, voluntariado semanal.
- Formar formadores: Biblia, doctrina social por casos, ética cívica, comunicación responsable.
- Dar juego real a jóvenes: responsabilidad, mentorías, oración fuerte y servicio real.
- Economía al sol: presupuestos y compras publicados; prioridad a los pobres.
- Tolerancia cero a abusos: escucha, reparación, cooperación con la justicia, prevención habitual.
- Pastoral de periferias: cárcel, calle, hospital, escuela pública; ministerios laicales estables.
- Casas que curan: acogida para madres solas, ancianos, adictos en salida, con redes profesionales.
- Predicación profética: denunciar sin gritar, consolar sin maquillar; misma vara para pecados propios y ajenos.
- Gobernanza sin castas: consejos reales, rotación, evaluación anual con el pueblo.
Ni progresismo sin cruz ni tradicionalismo sin pobres
La Iglesia no es un flanco de la batalla cultural: es el Cuerpo de Cristo. La hermenéutica católica es tensión fecunda entre verdad y misericordia, tradición viva y misión en salida. Todo lo que no desemboca en amor concreto al más débil traiciona el Evangelio.
El poder de un pequeño resto
Dios reescribe la historia con minorías fieles. Basta un puñado de laicos, consagrados y pastores que elijan santidad adulta: oración diaria, austeridad libre, trabajo serio, caridad sin fotos, valentía para nombrar el mal y ternura para curar al herido. La profecía es contagiosa.
Llamado final: de rodillas y de pie
De rodillas ante el Santísimo para pedir perdón por maquillar la fe con talismanes. De pie ante las injusticias que crucifican a Cristo hoy: aborto, trata, corrupción, hambre, violencia, narco, abusos, mentira, ecocidio. No nacimos para agradar al algoritmo: nacimos para adorar a Dios y amar al prójimo con obras que hablen tanto como las palabras.
Si la devoción no se vuelve carne y profecía, es maquillaje religioso. Si la profecía no nace de adoración, es activismo ruidoso. El camino es ambos: altar y calle.
Plan de 90 días (recuadro práctico)
- Semanas 1–2: Examen con las 12 preguntas y publicación de un compromiso mínimo y medible.
- Semanas 3–4: Reorganizar agenda parroquial para dos horas diarias de escucha y visitas; calendario visible.
- Mes 2: Misión barrial con metas y responsables; cada grupo adopta una obra de misericordia estable.
- Mes 3: Auditoría económica simple publicada; lanzamiento del Fondo del Buen Samaritano.
- Siempre: Adoración semanal, lectio comunitaria, formación en doctrina social y evaluación mensual abierta.
Conclusión: La hora es ahora. O estampita o testimonio. O amuleto o profecía. Cristo no llamó a coleccionar recuerdos sagrados, sino a seguirlo hasta que el mundo cambie.
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