Cuando uno mira el mundo de hoy, no es difícil caer en la desesperación. Guerras interminables, el clamor de los migrantes, la angustia de las familias que no saben si podrán alimentar a sus hijos, y la sensación de que las estructuras de injusticia se han hecho inquebrantables.
En este escenario apocalíptico, la Fe cristiana se enfrenta a una pregunta radical: ¿Es el Evangelio un bálsamo para el dolor o una fuerza para transformarlo? La respuesta a esta interpelación reside en la recuperación de una de las virtudes teologales más olvidadas y, sin embargo, la más urgente para nuestro tiempo: la esperanza.
Durante mucho tiempo, una visión de la fe ha privilegiado una teología de la cruz despojada de su culmen. Esta mirada se centra en el sufrimiento como un fin en sí mismo, en la resignación como una virtud, y en el más allá como el único lugar de redención.
El Evangelio se convierte, entonces, en un manual de escape para una vida que es vista como un simple “valle de lágrimas,” una existencia que se debe soportar con paciencia para alcanzar una recompensa futura. Pero la fe no es un opio del pueblo; es la fuerza que le da vida y lo anima a luchar.
Por ello, la Iglesia, en especial en América Latina y en el magisterio de sus últimos pastores, ha buscado rescatar la teología de la resurrección, no en detrimento de la cruz, sino como su única y verdadera interpretación.
No se puede separar la Cruz de la Resurrección. Ambas constituyen un solo y único misterio Pascual. La fe de la Iglesia no se apoya en un cuerpo glorioso sin heridas, sino en el cuerpo del Crucificado que ha resucitado, que lleva en sí las cicatrices que son “ventanas de esperanza”.
Y es precisamente la esperanza en este Dios que ha vencido a la muerte la que nos obliga a vivir de una manera diferente. El Evangelio nos llama a una conversión total, que no se limita a las capillas o a los ritos, sino que se extiende a nuestra vida pública, a nuestra participación en el mundo, y a nuestra lucha contra el pecado estructural.
La esperanza cristiana nos convoca a ir más allá de la mera trascendencia —el anhelo de ver a Dios en el más allá— y nos pide vivir la transparencia de la fe —el desafío de ver a Dios en el más acá, en las realidades de la vida cotidiana.
El Latido del “Más Acá”: De Moltmann a Gutiérrez
La relectura de la esperanza como una fuerza que transforma el presente no es un fenómeno reciente. Es el resultado de un largo camino teológico que ha intentado reconciliar la fe con los desafíos de la modernidad.
Dos corrientes teológicas, una europea y otra latinoamericana, han sido pioneras en este movimiento y, en su aparente diferencia, se han complementado para ofrecer un camino renovador para la Iglesia del siglo XXI.
En la Europa de posguerra, el teólogo protestante Jürgen Moltmann desarrolló la Teología de la Esperanza. Para él, la escatología —el estudio de las últimas cosas— no debe ser una doctrina que se deja para el final del tratado teológico, sino el “fundamento y el resorte del pensar teológico en general”.
Moltmann, al igual que los teólogos del pueblo, pone la resurrección de Cristo como el punto de partida de la teología, no la creación . La fe cristiana, nos dice, vive de la resurrección de Cristo y se orienta hacia las promesas futuras de un “Dios que vendrá”.
Esta esperanza no es un optimismo ingenuo, sino una certeza arraigada en un Dios que está presente y que actúa en el tiempo presente. Es la certeza de que Dios nos acompaña que le da sentido a nuestras vidas.
Para Moltmann, la esperanza en un futuro nuevo libera a la humanidad de sus ataduras con el presente y la capacita para dirigir su libertad hacia un futuro mejor. El compromiso cristiano, entonces, se convierte en un acto profético que lucha por la justicia, la solidaridad y la paz en el mundo, para preparar el terreno de la sociedad humana que Dios ha prometido en la resurrección de Cristo .
Paralelamente, pero con un punto de partida diferente, emergió la Teología de la Liberación en América Latina. Para sus principales teólogos, la fe se vive desde la realidad de la opresión y la miseria de los más pobres . Gustavo Gutiérrez, a quien muchos llaman “el padre” de esta corriente , plantea una pregunta radical: ¿Cómo hablar de la resurrección en un mundo donde los excluidos son “carne de cañón” ?
Jon Sobrino, teólogo jesuita de esta misma línea, ofrece una respuesta que se ha convertido en una piedra angular de la teología contemporánea: “El Resucitado es el Crucificado”. Esta frase resume la esencia de una fe que no se evade de la realidad.
La resurrección no es solo la confirmación de la divinidad de Cristo, sino la respuesta de Dios a la acción injusta y criminal de los hombres que lo crucificaron. Es el triunfo de la justicia sobre la injusticia, de la víctima sobre el verdugo.
Esta visión de la resurrección como un acto de justicia divina es la que anima al compromiso social y político .
La salvación, en este contexto, no es solo un acto espiritual para el más allá, sino una liberación integral que abarca la liberación del pecado, de las estructuras opresoras y la comunión con Dios y los demás . La fe se convierte en una praxis liberadora que tiene su base en el amor de Dios por los hombres y se manifiesta en la lucha por la dignidad de los oprimidos .
La Visión Argentina: La Esperanza en la Cultura del Pueblo
El pensamiento de Moltmann y Gutiérrez convergieron, no siempre sin tensiones, en una corriente teológica argentina que, bajo el liderazgo de figuras como Lucio Gera y Rafael Tello, dio a luz a la Teología del Pueblo (TdP) .
Esta corriente, si bien se autodenomina parte de la Teología de la Liberación, desarrolló una identidad propia que se ha manifestado con particular fuerza en la figura del Papa Francisco.
La TdP se distingue por sus categorías de análisis, que reflejan la visión de una Iglesia que busca encarnarse en la historia y la cultura de los pueblos.
- El “Pueblo” y el “Anti-Pueblo”: A diferencia de las corrientes que utilizaban el análisis marxista de la “lucha de clases,” la TdP opta por la categoría de “pueblo”. El pueblo es una realidad comunitaria, una “unidad plural de una cultura común enraizada en una historia común”. La injusticia no es el resultado de un conflicto de clases, sino una “traición al propio pueblo” por parte de un “anti-pueblo” que se ha distanciado de él. Este enfoque, más que la confrontación, busca la reconciliación y la sanación social, haciendo de la “amistad social” un pilar de la convivencia.
- La Revalorización de la Piedad Popular: La TdP fue pionera en valorar la religiosidad popular, considerándola no una superstición, sino una “manera legítima de vivir la fe” y una expresión de la “sabiduría popular”. Esta fe sencilla y profunda de los pobres, a la que Rafael Tello llamó la “esperanza teologal del pueblo,” no debe depositarse en las instituciones humanas o en las utopías seculares, sino en el Dios vivo que actúa en la historia . La TdP, por lo tanto, defiende que la piedad popular tiene un potencial de santidad y misión que la convierte en una “teología inculturada desde abajo y desde adentro”.
- La Esperanza como Fuerza de la Historia: Para la TdP, la esperanza de la resurrección no es un concepto etéreo, sino un motor para la acción histórica. Es una teología que se ancla en la vida de los que esperan en Dios y aman la vida “en medio de situaciones históricas adversas”. La lucha por la dignidad de la persona y la promoción de la vida son la “savia que la alimenta”. Esta visión profética le permite a la TdP mantener un compromiso radical con la historia sin idealizarla, ya que la esperanza definitiva no está en la victoria de un proyecto político, sino en la resurrección de Cristo .
El Legado Vivo en el Magisterio del Papa Francisco
El pensamiento del Papa Francisco es la expresión pastoral más madura y universal de esta teología . Sus gestos, sus discursos y sus encíclicas no pueden ser comprendidos plenamente sin el trasfondo de la Teología del Pueblo.
- La Iglesia como “Pueblo de Dios”: Francisco, heredero de la TdP, recupera la eclesiología del Concilio Vaticano II de la Iglesia como “Pueblo de Dios”. Esta visión, que enfatiza la sinodalidad y el caminar juntos , se opone a una estructura clerical y piramidal, reafirmando que todos los bautizados tienen los mismos deberes y derechos de participación.
- El Pastor con “Olor a Oveja”: El compromiso con el “más acá” se hace evidente en su insistencia en la cercanía con los más pobres y excluidos. Su trabajo pastoral con los “curas villeros” en Argentina es un ejemplo de cómo la TdP entrelaza la dimensión pastoral con el compromiso social en una lucha por la dignidad humana. Este es el fundamento de su llamado a una “Iglesia en salida” que no teme las transformaciones de la historia para encarnarse en ella, como lo hizo Cristo .
- La “Cultura del Encuentro”: Francisco ha acuñado una de las expresiones más potentes de este legado: la “cultura del encuentro”. Esta no es solo una idea, sino un estilo de vida que nos invita a “salir” de la zona de confort y de las posiciones estancadas para ir al encuentro de los demás, en un reconocimiento de la “mutua dignidad” de cada persona. El encuentro con el prójimo se convierte en un reflejo del encuentro con el Dios Uno y Trino. Para el Papa, esta “cultura” es el único camino para que las personas, las familias y las sociedades crezcan y avancen.
- La Esperanza como Ancla y Motor: El magisterio de Francisco sobre la esperanza es un eco directo de las reflexiones de la TdP y de Benedicto XVI. La esperanza cristiana no es un concepto pasivo, sino un “ancla” que nos arraiga en Dios y nos da la fuerza para ser “peregrinos” , que siembran la luz del Evangelio en un mundo que lo necesita urgentemente. Es la esperanza que nos transforma en agentes de cambio, capaces de “organizar la esperanza” y traducirla en acciones concretas por la justicia, la paz y la acogida.
Una Lucha Profética por la Vida
La teología de la esperanza, en sus diversas vertientes, nos lanza un desafío profético: ser testigos del Resucitado en medio de los “inocentes crucificados” del mundo de hoy. Este es un camino que interpela a la Iglesia Argentina y a la Universal. No se puede hablar del triunfo de la vida sin luchar contra todo lo que la ahoga: la explotación, la humillación, la injusticia y la guerra.
La Fe en la resurrección nos convoca a un compromiso radical. Nos hace “peregrinos de la esperanza” , que caminan con los que sufren y que denuncian toda forma de muerte. Nos recuerda que Dios no está ausente en el dolor, sino que lo ha hecho suyo , y que el Dios del “más allá” está actuando en el “más acá”.
Vivir en la esperanza, entonces, es una decisión consciente. Es saber que, a pesar de las tinieblas, el amor de Dios es una fuerza viva y poderosa que nos anima a transformar la historia, a construir la “civilización del amor” .
Es la única manera de ser fieles al Evangelio, de ser “sal de la tierra y luz del mundo” , y de acallar la voz de la muerte con el eco de la Resurrección.
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