Más de seis décadas después de las supuestas apariciones de la Virgen María en una pequeña aldea de Cantabria, el caso Garabandal sigue sin resolución definitiva. ¿Por qué la Iglesia no se atreve a reabrir la investigación? ¿Qué dice ese silencio sobre su capacidad de escuchar a Dios a través de los pequeños?
Cuando el cielo toca la tierra y los hombres miran hacia otro lado
Las grandes manifestaciones de Dios en la historia de la humanidad no siempre han sido acogidas con júbilo por los poderosos. Jesús nació en un pesebre y fue crucificado como un delincuente. Los profetas fueron apedreados, los mártires ignorados, y las voces que anunciaban algo nuevo fueron silenciadas o descartadas. En San Sebastián de Garabandal, entre 1961 y 1965, se afirma que la Virgen María se apareció a cuatro niñas humildes. Más de 60 años después, la Iglesia aún no reconoce la sobrenaturalidad de esos hechos. Lo que sí está claro es que millones de fieles, peregrinos y testigos sienten que algo real y transformador ocurrió allí.
Hoy, figuras públicas como Jorge Fernández Díaz —exministro del Interior del gobierno español— claman por una nueva comisión de investigación. ¿Por qué tantos siguen esperando que se escuche a esas niñas? ¿Por qué se teme tanto lo que pudieron haber visto y oído?
Un contexto de fe y sospecha
San Sebastián de Garabandal es una aldea diminuta entre los montes de Cantabria. Allí, en plena efervescencia del posconcilio y bajo la vigilancia del Santo Oficio, cuatro niñas dijeron recibir mensajes de la Virgen María y del arcángel San Miguel. Los mensajes, contundentes y hasta incómodos, hablaban de conversión, penitencia, y advertían con claridad: “Muchos sacerdotes, obispos y cardenales van por el camino de la perdición”.
Es esa frase, reconocen incluso algunos obispos, la que podría haber condenado al ostracismo a todo el fenómeno Garabandal.
Desde entonces, se han sucedido notas oficiales de distintos obispos de Santander —cinco en total entre 1961 y 1967— con un tono casi calcado: no consta la sobrenaturalidad de los hechos. Una segunda comisión de investigación, impulsada en 1987 por monseñor del Val, tampoco modificó esa evaluación. Y Roma, en tiempos del cardenal Ratzinger al frente del antiguo Santo Oficio, optó por no intervenir directamente, dejando la cuestión en manos del obispo local.
El resultado ha sido un largo y doloroso silencio institucional. Pero la fe del pueblo nunca calló.
¿Qué dice hoy la Iglesia sobre Garabandal?
En septiembre de 2024, el cardenal Víctor Manuel Fernández, prefecto del Dicasterio para la Doctrina de la Fe, abordó públicamente la situación. Lo hizo con prudencia, afirmando que el caso Garabandal había recibido la calificación de non constat, es decir, no consta la sobrenaturalidad, pero sin negarla taxativamente (constat de non).
Fernández agregó que, como en otros casos, “no está permitido nada que tenga relación entre los mensajes y las apariciones”, aunque “puede haber culto privado”. Esta categoría, llamada curatur, admite la devoción personal, pero impide celebraciones públicas ligadas al contenido de las apariciones.
Es una forma de decir que se tolera la fe del pueblo, pero no se valida su origen. Una especie de limbo eclesial donde se permite rezar, pero no creer con libertad plena. ¿Acaso el discernimiento debe quedarse a medio camino cuando tantos corazones están implicados?
La Doctrina Social de la Iglesia y el valor del testimonio
Desde una perspectiva de fe encarnada y comprometida, la Doctrina Social de la Iglesia nos recuerda que el sensus fidei —ese olfato espiritual del Pueblo de Dios— es también fuente de verdad. El Papa Francisco, en Evangelii Gaudium, escribió:
“A veces, el Pueblo de Dios camina en la oscuridad, pero siempre encuentra una forma de manifestar su fe. En todos los pueblos, el Espíritu ha sembrado una semilla de verdad” (EG 116).
¿No es acaso una grave omisión ignorar las súplicas de quienes han creído, orado, peregrinado y consagrado su vida a un mensaje que sienten auténtico? ¿No es eso despreciar las periferias espirituales donde a menudo se manifiesta Dios?
La Iglesia no puede hablar de sinodalidad sin escuchar con corazón abierto. La confianza en el Espíritu exige que no solo se escuche a teólogos y obispos, sino también a los pequeños, a los pastores anónimos, a las niñas de aldea que aún hoy conservan su testimonio con sencillez y firmeza.
Una investigación negada, una profecía ignorada
Jorge Fernández Díaz lo dice con claridad: “No ha existido ninguna investigación digna de tal nombre sobre los hechos de Garabandal”. Con un informe de 34 páginas que ha entregado personalmente a obispos, cardenales y hasta al secretario de Estado del Vaticano, reclama lo obvio: que la Iglesia tome en serio lo que podría ser uno de los mayores mensajes marianos del siglo XX.
¿Por qué se teme reabrir la investigación? ¿Acaso por temor a confirmar un mensaje incómodo? ¿Por miedo a descubrir que Dios habló a través de quienes nadie esperaba?
En Fratelli Tutti, el Papa Francisco denuncia una Iglesia que puede volverse autorreferencial:
“A veces, en la Iglesia, caemos en el espejismo de un universalismo vacío y abstracto, aunque vivimos encerrados en nuestros pequeños grupos” (FT 100).
Garabandal interpela justamente eso: una Iglesia que teme mirar hacia donde el cielo se inclinó, por miedo a perder el control. Pero la historia de María —de Fátima a Lourdes, de Guadalupe a Kibeho— nos enseña que Dios elige lo humilde para confundir lo sabio.
¿Qué está en juego en Garabandal?
No se trata solo de apariciones o visiones. Lo que está en juego en Garabandal es la disposición de la Iglesia a dejarse interpelar por lo imprevisible de Dios. Es una cuestión de apertura espiritual, de humildad pastoral, de fidelidad profética.
Cuando las niñas videntes repitieron con inocencia el mensaje de que muchos dentro de la Iglesia iban por el mal camino, no lo hicieron con ánimo rebelde. Solo dijeron lo que oyeron. ¿Y no vemos hoy, a la luz de los escándalos de abusos y corrupción, cuán acertado era aquel aviso materno?
Reabrir el caso Garabandal no es solo una cuestión histórica o devocional. Es una exigencia moral y eclesial. Es permitir que el pueblo de Dios sepa si, una vez más, el cielo bajó a la tierra y no lo supimos reconocer.
Cierre: volver a escuchar a María
La Virgen María no vino a condenar, sino a llamar a la conversión. Su presencia en Garabandal —si se confirma— sería un nuevo capítulo de ese amor materno que busca proteger a la Iglesia de su peor enemigo: la autosuficiencia espiritual.
Hoy más que nunca, necesitamos abrir el corazón a los signos de los tiempos. A tener el valor de escuchar lo que incomoda. A creer que Dios sigue hablando, incluso cuando nos saca de nuestras seguridades.
Que se reabra la investigación sobre Garabandal no es un capricho, ni un revisionismo tardío. Es un acto de justicia con la Virgen, con su mensaje, con las niñas videntes, y con todos los fieles que han sostenido su fe en el silencio.
Y si no fue verdad, que se diga con pruebas claras y sin miedo. Pero si fue verdad… que no seamos otra vez los que no supieron ver al Señor cuando caminó entre nosotros.
Fuente original: Religión en Libertad
Enlace: https://www.religionenlibertad.com/virgen-maria/250531/abrir-investigacion-garabandal_112501.html