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sábado, agosto 9, 2025

La Iglesia en la Encrucijada: ¿Es Hora de ventilar el Polvo del Pasado y Abrazar el Discernimiento?

En la quietud de muchas sacristías y en el bullicio de los debates eclesiales, resuena una pregunta que interpela el alma misma de la Iglesia Católica: ¿hacia dónde vamos?

Por Néstor Ojeda

Observamos hoy una tensión palpable entre quienes anhelan el retorno a un pasado idealizado y aquellos que buscan una Iglesia viva, encarnada en el presente y proyectada al futuro. Es un momento, sin duda, para un profundo discernimiento, un tiempo para aventar el polvo de la nostalgia y buscar un nuevo equilibrio.

No es un secreto que, en Argentina y en otras latitudes, existe una corriente que mira con añoranza el pre-Concilio Vaticano II. Sacerdotes que sueñan con celebrar con el rito tridentino, fieles que se arrodillan para comulgar en la boca, una predilección por la adoración eucarística que, a veces, parece eclipsar la Misa misma.

En los seminarios, las ideas conservadoras han encontrado eco, alimentadas por la búsqueda de certezas en un mundo incierto, por la nostalgia de una Iglesia percibida como “fuerte” y por la reacción a los desórdenes que, lamentablemente, se dieron tras la aplicación del Concilio. Se busca una seguridad en lo conocido, un refugio en lo que se cree inmutable.

Pero, ¿es ese el camino profético para la Iglesia del siglo XXI?

El Riesgo de la Nostalgia y la Profecía del Ahora

La nostalgia, aunque humana, puede convertirse en una trampa. Mirar hacia atrás con excesiva fijeza nos impide ver el camino que se abre ante nosotros. La historia de la Iglesia nos enseña que el cristianismo es dinámico, que siempre ha sabido encarnarse en nuevas realidades sin traicionar su esencia.

El Concilio Vaticano II no fue una ruptura, sino un aggiornamento, una puesta al día para que el mensaje de Jesús resonara con más fuerza en los corazones contemporáneos. Fue un soplo del Espíritu para que la Iglesia saliera de sus muros y dialogara con el mundo.

¿Es más “sagrado” comulgar de rodillas que de pie, si el corazón no está arrodillado ante Cristo? ¿Es más “profundo” el latín si el mensaje no llega a quienes escuchan? La reverencia es fundamental, sí, pero la reverencia es del corazón, no solo de la forma externa. Si nos aferramos a gestos y ritos del pasado por una mera idealización, corremos el riesgo de convertir la fe en un museo, privándola de su fuerza transformadora.

La profecía en la Iglesia no es adivinar el futuro, sino leer los signos de los tiempos con ojos de fe. Es escuchar la voz del Espíritu Santo que nos llama a evangelizar en las periferias existenciales, a cuidar la Casa Común, a construir puentes en un mundo polarizado. Esto no significa renunciar a la tradición, sino beber de sus fuentes para regar el presente y germinar el futuro. La verdadera tradición es un río vivo que fluye, no un estanque estancado.

Un Llamado al Discernimiento: Ni Cisma, Ni Inmovilismo

Este es un tiempo privilegiado para el discernimiento. Necesitamos líderes y comunidades que sepan equilibrar la fidelidad a la doctrina con la audacia de la misión. No se trata de elegir entre “tradición” y “modernidad”, sino de integrar ambas en una síntesis armónica.

  • En los seminarios: Es imperativo ofrecer una formación robusta y equilibrada, que enseñe la riqueza del Concilio Vaticano II como desarrollo orgánico de la tradición. Que forme pastores capaces de guiar comunidades diversas, no ideólogos de un pasado superado. Que los futuros sacerdotes aprendan a celebrar la liturgia con reverencia y a la vez con cercanía, a predicar el Evangelio con claridad y compasión.
  • En las comunidades: Fomentar el diálogo y la escucha mutua. Comprender las inquietudes de quienes buscan refugio en lo tradicional, pero también recordar que la unidad se construye en la diversidad de dones y carismas. La Iglesia es un cuerpo con muchos miembros, no una réplica exacta de una sola imagen.
  • En cada fiel: Una catequesis profunda que explique el porqué de los cambios litúrgicos y doctrinales, que disipe miedos y prejuicios. Que muestre cómo la Iglesia, al abrirse al mundo, no perdió su esencia, sino que se enriqueció y se hizo más relevante.

Aventar el polvo del pasado no es quemar la historia, sino liberarnos de lo que nos impide avanzar. Es reconocer que la vitalidad de la fe no reside en la repetición mimética, sino en la fidelidad creativa al Espíritu Santo. La Iglesia no es una reliquia para venerar, sino una comunidad viva llamada a ser sal y luz en el mundo de hoy. Es hora de mirar hacia adelante con esperanza, con los pies firmes en la tradición y la mirada puesta en el horizonte de un futuro que el Espíritu sigue escribiendo.

©Catolic

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