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sábado, agosto 9, 2025

Los que se van sin gritar: el silencio que la Iglesia ya no puede callar

“No dejó una carta. No dejó nada. Solo silencio. Su mochila estaba ordenada, como si todavía creyera que iba a volver.”
—Testimonio de una madre en Entre Ríos, cuyo hijo de 19 años se quitó la vida en 2023.


Por catolic.ar

El tabú más doloroso

Hay muertes que sacuden, y otras que nos dejan sin palabras. Pero hay una que enmudece tanto a la sociedad como a la Iglesia: el suicidio.
En Argentina, según datos oficiales, cada día al menos una persona menor de 25 años se quita la vida. Las estadísticas no mienten, pero tampoco gritan. El drama del suicidio se ha convertido en un clamor mudo, un grito ahogado que nadie quiere escuchar.

Y sin embargo, allí están. Los que se van sin despedirse. Los que se rinden en silencio. Los que no encontraron otro modo de decir “ya no puedo más”.

El suicidio no es solo un fenómeno de salud pública. Es una herida espiritual profunda. Es el espejo más oscuro de una sociedad que ya no abraza, no consuela, no sostiene. Y muchas veces, ni siquiera pregunta.


Las cifras que no conmueven

Los datos del Ministerio de Salud son escalofriantes:

  • En 2022, más de 3.500 personas murieron por suicidio en Argentina.
  • Es la segunda causa de muerte entre adolescentes y jóvenes adultos.
  • Las provincias del norte argentino encabezan las tasas más altas.
  • En zonas rurales, el acceso a contención es casi nulo.
  • La mayoría de las víctimas son varones, pero entre mujeres jóvenes el índice no deja de crecer.

Lo más dramático: por cada suicidio consumado, se estima que hay entre 20 y 25 intentos.
Y por cada intento, decenas de señales previas no fueron vistas, escuchadas ni interpretadas.

Pero no se trata solo de cifras. Se trata de nombres. Historias. Familias devastadas. Comunidades enteras que siguen como si nada.


La Iglesia y el gran silencio pastoral

¿Por qué no hablamos del suicidio en nuestras homilías? ¿Por qué no aparece ni una palabra en retiros, talleres, convivencias o catequesis?

El suicidio parece haber sido catalogado —erróneamente— como un “tema incómodo”, “muy delicado” o incluso “ajeno a la vida de fe”.

Grave error. Porque el suicidio es parte del misterio del sufrimiento humano, y como tal, interpela al corazón de la Iglesia. Y más aún: interpela a su misión profética.

No se trata de improvisar discursos ni de banalizar el drama. Se trata de poner nombre al dolor, y de ofrecer una palabra que no suene vacía: consuelo, luz, verdad.

La Iglesia no puede ser espectadora. Debe ser madre que llora con sus hijos, y profeta que alza la voz donde el mundo prefiere callar.


El suicidio no siempre es pecado

La doctrina de la Iglesia, con una sabiduría que muchos aún ignoran, no condena automáticamente a quien se ha quitado la vida.

El Catecismo lo dice con una claridad misericordiosa:

“No se debe desesperar de la salvación eterna de las personas que se han quitado la vida. Dios puede haberles facilitado, por caminos que Él solo conoce, la ocasión de un arrepentimiento salvador.”
(CEC 2283)

Y agrega:

“El suicidio contradice la inclinación natural del ser humano a conservar y perpetuar su vida. Es gravemente contrario al justo amor de sí mismo. […] El escándalo que puede causar se agrava si lo comete una persona con responsabilidades particulares.”
(CEC 2281)

Pero en muchos casos, el acto de quitarse la vida no es fruto de una elección plenamente libre, sino de un estado de enfermedad mental, de profunda desesperación o de ausencia de sentido.

La Iglesia, entonces, no emite condenas, sino que se abaja a orar, a interceder, a acompañar.


“Yo quería morirme, pero Dios me miró”

Testimonio anónimo

“Tenía 17 años. Nadie lo sabía, pero ya había escrito tres cartas de despedida. Me sentía vacío, invisible. Mis padres me amaban, pero no sabían cómo hablarme. En la escuela era buen alumno, pero me sentía solo.
Una tarde, en el centro, alguien me miró a los ojos. Un sacerdote. No me conocía. Pero me dijo: ‘Vos valés mucho. No lo olvides’.
No sé por qué me lo dijo. Pero esa frase me salvó. Esa frase fue Dios.”

Historias como estas abundan, aunque nadie las cuenta. Son pequeños milagros ocultos que muestran que el alma, aún cuando parece quebrada, puede aferrarse a un hilo invisible de gracia.


El suicidio en la Biblia: entre el silencio y la compasión

La Sagrada Escritura registra varios suicidios: Saúl, Ajitofel, Zambri, Sansón, Judas.
Pero lo que más llama la atención es que no hay un juicio explícito de Dios sobre esos actos. La Biblia narra, pero no condena. A veces, ni siquiera explica.

Y entre líneas, uno puede leer algo más profundo: Dios no necesita explicar el dolor para abrazarlo. El Evangelio nos recuerda que Cristo descendió hasta lo más profundo del abandono humano, incluso el de quienes no soportaron más.


Los jóvenes y la trampa de la autoexigencia

Muchos jóvenes no quieren morir. Lo que quieren es dejar de sufrir.
El suicidio, en muchos casos, no es un deseo de muerte, sino un grito de auxilio que llega tarde.

La cultura actual exalta el rendimiento, la imagen, la felicidad sin fisuras. No hay lugar para el error, la tristeza, el duelo, la frustración.
Y menos aún para el alma.

Redes sociales, presión escolar, vínculos líquidos, familias fragmentadas… el combo es letal.
Y si a eso le sumamos una Iglesia que no habla, el vacío se vuelve abismo.


Cuando el suicidio golpea a los consagrados

Aunque poco se hable, también hay sacerdotes, religiosos y religiosas que han caído en depresión severa, e incluso se han quitado la vida.

El caso del padre John, en EE. UU., o el joven seminarista en Colombia, estremecieron a comunidades enteras.
Pero pocos se atreven a preguntar:

  • ¿Quién acompaña la salud mental del clero?
  • ¿Quién escucha a los que predican todos los días pero no tienen a quién contar su propio dolor?

El burnout espiritual existe. El agotamiento pastoral también. Y el silencio eclesial es muchas veces cómplice.


Propuestas para una pastoral del sufrimiento real

Es hora de construir en la Iglesia una pastoral de la vida real, no del “todo bien” permanente.

Algunas propuestas concretas:

  • Crear espacios diocesanos de acompañamiento psicológico y espiritual.
  • Formar agentes pastorales para detectar señales de riesgo.
  • Realizar jornadas de oración por quienes han perdido la esperanza.
  • Incluir el tema en catequesis, retiros y homilías.
  • Establecer vínculos con hospitales y escuelas para llevar consuelo.

Y sobre todo, dar lugar a la lágrima, al silencio, al abrazo sin juicio.


¿Qué pasa con los que quedan?

Las familias de quienes se han quitado la vida cargan un dolor indescriptible, y muchas veces, una culpa injusta.

“¿Qué no vi? ¿Qué no hice? ¿Por qué no lo evité?”

Desde catolic.ar alzamos la voz para decirles:
Ustedes no son culpables. Ustedes también necesitan consuelo. Ustedes también merecen ser escuchados.

La Iglesia debe ser lugar de refugio también para los que quedaron rotos.


Jesús lloró: y también lo hace hoy

Cristo lloró ante la muerte de Lázaro.
Cristo sudó sangre en Getsemaní.
Cristo gritó en la cruz: “Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”

No hay sufrimiento humano que Él no haya asumido.
Y por eso, aunque el suicidio es un drama, no escapa a la redención.

Allí donde no hay palabras, Él se hace silencio habitado.
Allí donde todo se quebró, Él pone el rostro, el costado abierto, el corazón traspasado.


Conclusión profética: si no los escuchamos, los perdemos

El suicidio es el último grito de una generación que ya no espera nada.
Es la última frontera donde la Iglesia puede decidir si sigue dormida o si despierta a su misión.

“El que se mata no quiere morir. Solo quiere dejar de sufrir.”

Nos toca a nosotros ser voz, luz, abrazo, memoria y profecía.
Porque una Iglesia que no habla del dolor real no merece que la escuchen los que ya no pueden más.


📌 Aclaración final

Esta nota se redacta en estricta consonancia con la Ley Nacional N.º 27.130 de Prevención del Suicidio, su Decreto Reglamentario 603/2021 y las recomendaciones para medios de comunicación emitidas por el Ministerio de Salud de la Nación.
Se evita toda mención a métodos, detalles explícitos, imágenes lesivas o simplificaciones.
El propósito es exclusivamente pastoral, educativo y testimonial, con foco en la prevención, la misericordia, el consuelo y la acción eclesial responsable.

¿Necesitás ayuda? ¿Conocés a alguien que la necesita?

Líneas de Ayuda Confidenciales y Gratuitas:

  • A Nivel Nacional:
    • Línea de Salud Mental Responde: 0800-333-1665 (24 hs., todo el año).
    • Centro de Asistencia al Suicida (CAS): 135 (desde CABA y GBA) o 0800-345-1435 (desde todo el país).
    • Emergencias (riesgo inminente): 911
    • Niñez y Adolescencia: 102
  • En Entre Ríos:
    • Línea del Ministerio de Salud de Entre Ríos: 0800-777-2100 (24 hs., atención por profesionales). También podés acercarte al centro de salud u hospital más cercano a tu domicilio.

Señales de Alerta a las que Prestar Atención:

Si vos o alguien que conocés presenta estas señales, ¡busquen ayuda!

  • Verbales: Expresar deseos de morir, sentirse una carga, no encontrar sentido a la vida.
  • Comportamentales: Aislamiento, cambios bruscos de humor, despedidas inusuales, búsqueda de métodos para autolesionarse, aumento del consumo de alcohol/drogas.
  • Emocionales/Pensamientos: Desesperanza, vacío, culpa extrema, ansiedad intensa, preocupación constante con la muerte.

Recordá: Preguntar directamente sobre los pensamientos suicidas no induce al suicidio. Hablar es el primer paso para buscar ayuda. Tu vida vale. Siempre hay esperanza y alguien dispuesto a ayudarte.

©Catolic.ar

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